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lo único de lo que te sorprendes es de que sus amigos son neutrales. —Su tono final es tan sarcástico que enarco una ceja.

      —Me lo has estado ocultando todo este tiempo —refunfuño.

      —Habrías ido tras ella inmediatamente y eso era algo que no podía permitir.

      —¿Y por qué me lo cuentas ahora?

      —Porque le correspondía a tu hermana decidir cuándo volver a dar señales. Tampoco voy a mentirte, aunque tu protección sea mi responsabilidad.

      Me habría lanzado contra su cuerpo, buscando un abrazo, pero Gorio me habría detenido incluso antes de intentar recortar el metro de distancia que nos separa. Delante de esta clientela tan variopinta, mi jefe prefiere guardar las formas. Yo no veo el problema, pero no seré yo quien tiente la ira de Jacinta.

      —¿Conoces sus nombres? —curioseo.

      —Claro que sí. Me pensaré si decírtelos en cuanto acabes de tener un baile con la señora fregona y el señor cubo de agua. Sigues castigado, enclenque.

      Frunzo los labios, pero Gorio se queda mirándome hasta que doy media vuelta. Aunque su estatura no resulta nada intimidatoria, sus robustos brazos llenos de cicatrices siempre me advierten que no me sobrepasase con él. Es fiel, honorable y amistoso cuando no le apetece sacarme de quicio, y eso debo agradecerlo en mi desagradable vida.

      No les quito ojo a los supuestos amigos de Amaranta hasta que desaparezco por la puerta de los servicios para llevar a cabo la misión tan peligrosa que se me ha encomendado: dejar los baños de El Tugurio como si nunca se hubiesen estrenado.

      Es imposible acostumbrarse al fuerte hedor de este bar. Imposible. Apoyo la fregona contra una esquina y vuelvo a mi puesto tras la barra, donde Gorio tiene la vista fija en el televisor colgado en una de las esquinas superiores del local. Atiendo, aun a sabiendas de lo que me voy a encontrar: el noticiario. El terror.

      Los medios de comunicación están siempre a la orden del día de aquello que más pueda acongojar a los ciudadanos de Cumbre. Incluso a los del Barrio Arco Interno. Pese a que no lo dicen, muestran una visión sesgada y manipulada de la realidad del país. En las noticias siempre abunda la propaganda barata contra la Diosa. Quieren que los ciudadanos la teman y la repudien y, con ello, a los renegados. Pero no importa cuánto nos odien, porque una cosa está clara: da igual si tienes más o menos dinero, a todo aquel infectado por los milagros le va a llegar el fin del mundo de la mano de la Diosa.

      —Han dado un nivel tres de cinco de alerta en Cumbre. ¿No notas el ambiente más cálido para ser invierno? —me pregunta Gorio, sin mirarme.

      —Esta mañana no, pero ahora que lo dices sí. Ya lo pronosticaron ayer en el Clan. Dicen que el ataque de la Diosa aquí en Cumbre es inminente.

      —El cambio climático, querrás decir.

      Aunque Gorio me respeta como renegado, suele rebatirme los términos que uso. Para algunos neutrales, que no creen en el Dios ni en la Diosa, las inclemencias climatológicas que viene sufriendo Erain desde hace años se deben al cambio climático que nosotros mismos estamos provocando. Y es cierto que estamos matando el planeta y nuestras acciones están viéndose reflejadas, pero algunos tenemos una opinión adicional formada: desde que empezamos a sobreexplotar específicamente los milagros de la Diosa, la Tierra ha empezado a reaccionar contra nosotros de forma excesivamente violenta. Inundaciones, sequías… Erain es una isla y el mar alrededor siempre está embravecido. Como si hubiésemos enfurecido a la Tierra y a la Diosa.

      —Vale, digamos que es tu Diosa la que está creando todo esto. ¿Por qué apoyarías algo así? —me reta Gorio.

      —No soy como esos pocos renegados que piensan que así debe ser. Sabes que yo no deseo que Ella nos quiera destruir. —No puedo contarle acerca de mi misión, porque me detendría sin dudarlo—. No voy a negar que nos merecemos un escarmiento por creernos dueños del planeta, pero no este tipo de condena. Lo sabes. No le deseo la muerte a nadie. —Me pongo muy serio.

      —Eres un renegado de lo más raro. Ya me lo dijo Martha el día que te trajo aquí para trabajar. Pero tú sabrás... no soy yo el creyente. —Y Gorio se señala el brazalete blanco de su brazo.

      Gorio es la persona más neutral que conozco a todos los niveles. Nunca se inmiscuye más de lo necesario. Siempre se mantiene al margen de todo problema, como si temiese a algo… o a alguien.

      Voy a contestarle, porque pienso que le he molestado, pero un cliente me llama a voces pidiendo seis jarras de cerveza. Suspiro, y Gorio me indica con una sacudida de cabeza que atienda la petición inmediatamente.

      Lleno las seis jarras a una velocidad abrumante. Tras casi cinco años trabajando en El Tugurio, es pan comido. El recuerdo de mi instituto y de cómo mis padres se enorgullecían de mis notas acude a mi mente con añoranza, aunque todo lo que estudié estuviese manipulado y controlado por el sistema. Aun así, echo de menos la enseñanza, un sentimiento que se acentúa al tener más próximo mi decimonoveno cumpleaños.

      El resto de la jornada transcurre sin ningún altercado, sin que Jacinta descienda de los ganchos de hierro que la sujetan en la pared, a la vista de todos, dispuesta a echar del local a cualquier maleante. Me extraña que pese a haberse declarado un nivel tres de alerta por ataque de la Diosa, la gente salga a la calle. Al menos todavía existen personas que no se dejan manipular por el terror de los informativos o por la opinión de los ígneos aunque esta vez la alerta es real—. Porque esa es otra, a ellos les ha venido de perlas la decisión de la Diosa para criticar mucho más a los renegados y sus ideales.

      Los supuestos amigos de Amaranta continúan en el bar, siendo atendidos por Gorio. El chico de pelo caoba está bebiendo de una enorme jarra de cerveza y le cuenta una historia a su joven compañera pelirroja, que le da pequeños sorbos a un zumo de naranja. Una sensación de envidia sana se aposenta en mi estómago, porque yo no tengo amigos como tal.

      Gorio, Martha y los líderes de mi Clan, Shioban y Caleb, son mi familia, sí, pero nunca he encontrado a alguien, ni siquiera dentro de mi círculo, que quiera salir a dar un paseo conmigo sin tener que hablar de la Diosa o del trabajo. Me gusta la música y trastear con la robótica —aunque carezca de muchos recursos—, y mi vida sería un poco menos dura si alguien compartiese mis gustos o, sencillamente, conversase sin observar mi brazalete amarillo.

      —Tristán —me llama Gorio, pero yo sigo con la vista puesta en ambos—. ¡Tristán! —Nada—. ¡Enclenque! —Tres despistes siempre equivalen a un buen sopapo, el cual me llevo en plena nuca.

      —¡Ay! ¿Qué? —me quejo, rascándome la parte afectada.

      —Puedes irte a casa. No te necesito si no estás centrado.

      —No, no, Gorio. Turno de noche, ¿recuerdas? Me toca. Si llamas ahora a Dunía para que me remplace, la pillarás durmiendo y no quiero que la pague conmigo… otra vez.

      —No te preocupes, Tristán. Confío en que Martha te castigará al llegar antes de hora. Además, hoy la cosa está bastante relajada y, ya sabes, siempre tengo a Jacinta.

      Frunzo los labios, muy poco convencido de la excusa que está usando Gorio para mandarme a casa. Es verdad que no estoy muy atento, pero estoy siendo bastante eficaz en el trabajo.

      Insiste hasta que no tengo más remedio que aceptar. Antes de irme, sirvo unas cuantas copas más. De pronto, me siento culpable por terminar la jornada laboral mucho antes. Tal vez es porque acabo de descubrir que Amaranta sí se atreve a salir de la protección del Arco Interno y de que no todos sus amigos lucen un brazalete rojo. Tal vez la echo tanto de menos que solo espero que ella aparezca por la puerta, sola, y así tener la oportunidad de cruzar con ella más de dos frases seguidas.

      Sin embargo, Gorio ya me lo ha dicho: «Cuando libras…». O sea, que ella no entrará hasta que no me marche. Me muerdo el labio inferior mientras me pongo la chaqueta. Ella no es una ígnea convencional. Ella me demostró muchas veces en el pasado, hasta que me convertí en un renegado, que no se conformaba con las cuatro explicaciones que nos daban.

      Dando

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