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encerrado en aquella sala, observó su reflejo. Había tomado la decisión consciente de no arreglarse para ir al colegio: no quería que Huck malinterpretara sus intenciones. Vaqueros, deportivas, una camiseta de manga larga que le quedaba grande. El emblema descolorido de los Devils de Duke estaba salpicado de sangre. Su cara no presentaba mucho mejor aspecto. El hematoma rojizo que rodeaba su ojo derecho se estaba convirtiendo en un moratón en toda regla. Se sacó de los orificios de la nariz los pegotes de papel higiénico. La piel se desgarró como una postilla. Se le saltaron las lágrimas.

      —Tranquila —dijo Delia.

      Pero Charlie no quería estar tranquila.

      —Oí a Huck decirle al policía que bajara su arma. Llevaba una escopeta —recordó—. Antes de eso había resbalado. El policía de la escopeta. Pisó un charco de sangre y…

      Meneó la cabeza. Todavía veía la cara de pánico del agente, el ciego sentido del deber que reflejaba su rostro. Estaba aterrorizado, pero, al igual que ella, había corrido hacia el peligro en lugar de evitarlo.

      —Quiero que mire estas fotografías. —Delia volvió a hurgar en su bolso.

      Dispuso tres fotografías sobre la mesa. Tres primeros planos. Tres hombres blancos. Tres cortes de pelo a cepillo. Tres cuellos gruesos. Si no hubieran sido policías, habrían sido mafiosos.

      Charlie señaló al del medio.

      —Este es el que tenía la escopeta.

      —El agente Carlson —dijo Delia.

      Ed Carlson. Iba un curso por delante de Charlie en el colegio.

      —Carlson apuntaba a Huck con la escopeta. Huck le dijo que se calmara o algo parecido. —Señaló otra fotografía. Debajo ponía RODGERS. A aquel no le conocía de nada—. Rodgers también estaba. Tenía una pistola.

      —¿Una pistola?

      —Una Glock 19 —respondió Charlie.

      —¿Entiende usted de armas?

      —Sí. —Había pasado los últimos veintiocho años de su vida aprendiendo todo lo posible sobre armas de fuego.

      —¿A quién apuntaban con sus armas los agentes Carlson y Rodgers? —preguntó Delia.

      —A Kelly Wilson, pero como el señor Huckabee estaba de rodillas delante de ella, protegiéndola con su cuerpo, supongo que puede decirse que le apuntaban a él.

      —¿Y qué hacía Kelly Wilson en ese momento?

      Charlie se dio cuenta de que no había mencionado el arma.

      —Tenía un revólver.

      —¿De cinco disparos? ¿O de seis?

      —Solo son conjeturas, pero parecía antiguo. No tenía el cañón recortado, pero… —Charlie se detuvo—. ¿Había otra arma? ¿Otro tirador?

      —¿Por qué lo pregunta?

      —Porque me ha preguntado cuántos disparos se efectuaron y cuántas balas tenía el revólver.

      —Le aconsejo que no saque conclusiones de mis preguntas, señora Quinn. En esta fase de la investigación, podemos afirmar casi con total seguridad que no había otra arma ni otro tirador.

      Charlie apretó los labios. ¿Había oído más de cuatro disparos al principio? ¿Había oído más de seis?

      De pronto no estaba segura de nada.

      —Dice usted que Kelly Wilson tenía el revólver en la mano —prosiguió Delia—. ¿Qué hacía con él?

      Charlie cerró los ojos un momento para situarse de nuevo en el pasillo.

      —Estaba sentada en el suelo, como le decía. Con la espalda pegada a la pared. Y se apuntaba con el revólver al pecho, así. —Juntó las manos imitando el modo en que la chica sostenía la pistola, con el pulgar metido en el guardamonte—. Daba la impresión de que iba a matarse.

      —¿Su pulgar izquierdo estaba dentro del guardamonte del revólver?

      Ella se miró las manos.

      —Disculpe, es solo una suposición. Yo soy zurda. Kelly tenía un dedo apoyado en el gatillo, pero no sé si era el izquierdo.

      Delia continuó escribiendo.

      —¿Y?

      —Carlson y Rodgers le gritaban que tirara el arma. Estaban muy nerviosos. Todos lo estábamos. Excepto Huck. Imagino que ha visto combates o… —Prefirió no especular—. Le tendió la mano a Kelly y le dijo que le diera el revólver.

      —¿Dijo algo Kelly Wilson en algún momento?

      Charlie no quiso afirmar que Kelly Wilson había hablado, porque no se fiaba de que los dos hombres que habían oído sus palabras fueran a reproducirlas fielmente.

      —Huck estaba intentando convencer a Kelly para que se entregara —contestó—. Y ella parecía dispuesta a hacerlo. —Volvió a fijar la mirada en el espejo, donde confiaba en que Ken Coin estuviera a punto de orinarse encima—. Le puso el revólver en la mano a Huck. Se lo entregó sin resistencia. Fue entonces cuando el agente Rodgers disparó al señor Huckabee.

      Ben abrió la boca para decir algo, pero Delia le atajó levantando una mano.

      —¿Dónde le disparó? —preguntó.

      —Aquí. —Charlie se señaló el bíceps.

      —¿En qué estado se encontraba Kelly Wilson en esos momentos?

      —Parecía aturdida. —Charlie se reprendió para sus adentros por haber contestado a la pregunta—. Pero eso es solo una suposición. No la conozco, ni soy una experta. No puedo evaluar su estado mental.

      —Entendido —dijo Delia—. ¿El señor Huckabee estaba desarmado cuando le dispararon?

      —Bueno, tenía un revólver en la mano, pero de lado, como se lo había dado Kelly.

      —Muéstremelo.

      Delia Wofford sacó una Glock 45 de su bolso. Soltó el cargador, tiró de la corredera para extraer el cartucho y dejó la pistola sobre la mesa.

      Charlie no quería cogerla. Detestaba las armas de fuego, a pesar de que practicaba dos veces al mes en la galería de tiro. No quería volver a encontrarse en una situación de peligro sin saber cómo utilizar un arma.

      —Señora Quinn —dijo Delia—, no está obligada a hacerlo, pero sería de gran ayuda que me mostrara la posición del revólver cuando Kelly Wilson lo depositó en la mano del señor Huckabee.

      —Ah.

      Charlie sintió que una bombilla gigantesca se encendía sobre su cabeza. Estaba tan trastornada por los asesinatos que no había reparado en que había otra investigación en marcha: la del disparo que había efectuado el agente de policía. Si Rodgers hubiera desplazado su arma un par de centímetros a un lado, Huck podría haber sido el tercer cadáver tendido en aquel pasillo.

      —Fue así.

      Cogió la Glock y sintió en la piel el frío del metal. Se la pasó a la mano izquierda, pero se dio cuenta de su error. Huck había tendido a Kelly la mano derecha. Se puso el arma sobre la palma derecha y la colocó de lado, con el cañón apuntando hacia atrás, tal y como había hecho Kelly Wilson.

      Delia ya tenía su móvil en las manos. Hizo varias fotografías, diciendo «¿Le importa?», aunque sabía perfectamente que era demasiado tarde en caso de que Charlie pusiera reparos.

      —¿Qué fue del revólver?

      Charlie dejó la Glock encima de la mesa, con el cañón apuntando a la pared del fondo.

      —No lo sé. Huck no se movió, en realidad. Imagino que dio un respingo de dolor cuando la bala se le incrustó en el brazo, pero no cayó al suelo ni nada por el estilo. Le dijo a Rodgers

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