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ordenado. Ahora era el momento de huir. Si los atrapaba la rebelión sería terrible, pero sería mucho peor quedar atrapadas en medio de una batalla entre esta y las Cinco Piedras de Felldust.

      A no ser que…

      Estefanía se detuvo y miró por una ventana hacia el puerto. Vio el cielo oscurecido con misiles, barcos en llamas formando un oscuro lazo de embarcaciones invasoras que se acercaban más. Estefanía fue corriendo hacia un lugar donde podía ver por encima de los muros y vio que a lo lejos también había fuego.

      Parecía ser que, sin importar hacia donde corriera ahora, habría enemigos. No podía escapar por agua, del mismo modo en el que había venido hasta Delos. No podía arriesgarse a escapar inadvertidamente a campo abierto, porque si fuera ella quien dirigiera la invasión, habría destacamentos de ataque por allí fuera para hacer volver a la gente hacia la ciudad. No podía arriesgarse a deambular por Delos abiertamente, pues las fuerzas de la rebelión intentarían apresarla.

      Pero ¿dónde estaban aquellos soldados? Estefanía había pasado por delante de algunos soldados al entrar, su disfraz fue más que suficiente para poder pasar inadvertida por delante de ellos. Pero tampoco había habido muchos. El castillo tenía el aspecto de un barco fantasma, abandonado ante problemas más urgentes. Al echar un vistazo fuera, Estefanía veía a lo rebeldes moviéndose por las calles con brillantes armaduras y cosas hechas de retales. Por allí cerca habría algunos tipos , pero ¿cuántos? ¿Y dónde?

      La idea le vino a Estefanía lentamente, más como una posibilidad que como una realidad. Sin embargo, cuanto más pensaba en ello, más le parecía que era su mejor opción. Ella no se lanzaba sin pensar. En los círculos de la nobleza, era una manera de ponerte bajo el poder de otra persona, o de verte desterrado, o algo peor.

      Pero había momentos en que una acción decisiva era la respuesta. Cuando había un premio por ganar, no hacer nada lo hacía perder de la misma manera que un exceso de ímpetu.

      Estefanía se dirigió hacia donde estaba Elethe, que miraba de un lado a otro entre los túneles y la ciudad como si esperara a que una horda de enemigos llegara en cualquier instante.

      —¿Es hora de marchar, mi señora? —dijo Elethe—. ¿Ceres está muerta?

      Estefanía negó con la cabeza.

      —Ha habido un cambio de palnes. Ven conmigo.

      Elethe no dudó, lo que decía mucho a su favor. Se puso a andar junto a Estefanía a pesar de las preocupaciones que pudiera tener.

      —¿A dónde vamos? —preguntó Elethe.

      Estefanía sonrió.

      —Hacia las mazmorras. He decidido que vas a entregarme a la rebelión.

      Aquello provocó la mirada atónita de su doncella, aunque no fue nada comparada con la sorpresa que tuvo cuando Estefanía le explicó más su plan.

      —¿Estás preparada? preguntó Estefanía a medida que se iban acercando a las mazmorras.

      —Sí, mi señora —dijo Elethe.

      Estefanía se puso las manos detrás de la espalda como si las llevara atadas y se puso a caminar con lo que ella esperaba que fuera una muestra de temerosa contrición. Elethe estaba haciendo un trabajo sorprendentemente bueno al hacerse pasar por una matona rebelde que acababa de capturar a un enemigo.

      Había dos guardias cerca de la puerta principal, sentados a una mesa con unas cartas preparadas, que mostraban cómo estaban pasando el tiempo. Algunas cosas no cambiaban, independientemente de quien estuviera al mando.

      Alzaron la vista hacia Estefanía cuando esta se acercó, y a ella le pareció muy divertida la sorpresa que provocó en ellos.

      —Esta es… ¿has capturado a Lady Estefanía? —preguntó uno.

      —¿Cómo lo hiciste? —dijo el otro—. ¿Dónde la encontraste?

      Estefanía notó su incredulidad, pero también tuvo la sensación de que no sabían qué hacer a continuación.

      —Estaba huyendo sin hacer ruido de los aposentos de Ceres —respondió Elethe sin problemas. Su doncella era buena mintiendo—. ¿Podéis…? Necesito decírselo a alguien, pero no estoy segura de a quién.

      Aquella era una buena jugada. Los dos se quedaron mirando a Elethe, como intentando decidir qué hacer a continuación. Entonces fue cuando Estefanía sacó una aguja en cada una de sus manos y las llevó hasta los cuellos de los guardias. Ellos se giraron, pero el veneno actuaba con rapidez y sus corazones ya estaban bombeándolo por todo su cuerpo. Tras respirar una o dos veces más, se desplomaron.

      —Trae las llaves —dijo Estefanía, señalando hacia el cinturón de un guardia.

      Así lo hizo Elethe y abrió las mazmorras. Estaban llenas a rebosar, tal y como Estefanía había supuesto que estarían. O, por lo menos, como esperaba. Tampoco habían más guardias. Al aparecer, todos aquellos que eran hábiles para la lucha estaban en las murallas.

      Había hombres y mujeres que evidentemente eran soldados y guardias, torturadores y, básicamente, nobles de la realeza. Estefanía vio a unas cuantas de sus doncellas allí, lo que le pareció bastante ridículo. El movimiento sensato era no insistir en su lealtad, sino fingir que estaba al servicio del nuevo régimen. Lo importante era que estaban allí.

      —¿Lady Estefanía? —dijo una, como si no pudiera creer lo que estaba viendo. Como si ella fuera su salvadora.

      Estefanía sonrió ante aquello. Le gustaba pensar que la gente la veía como su heroína. Probablemente harían más de este modo que por simple obediencia y también le gustaba la idea de poner las armas de Ceres en su contra.

      —Escuchadme —les dijo—. Os han quitado mucho. Teníais mucho y esos rebeldes, esos campesinos, osaron arrebatároslo. Yo digo que es el momento de recuperarlo.

      —¿Ha venido para sacarnos de aquí? —preguntó un antiguo soldado.

      —Estoy aquí para hacer más que eso —dijo Estefanía—. Vamos a recuperar el castillo.

      No esperaba que dieran gritos de alegría. Ella no era la típica romántica que necesita que unos estúpidos aplaudan cada una de sus decisiones. Aún así, el murmullo nervioso entre ellos era un poco estridente.

      —¿Tenéis miedo? —preguntó ella.

      —¡Allí habrá rebeldes! —dijo un noble. Estefanía lo conocía. El Alto Alguacil Scarel siempre había sido muy rápido para retar a los otros en peleas que sabía que podía ganar.

      —No los suficientes como para guardar este castillo —dijo Estefanía—. Ahora no. Todos los rebeldes que tienen de sobras están en las murallas, intentando retener la invasión.

      —¿Y qué sucede con la invasión? —exigió una mujer noble. Ella no era mucho mejor que el hombre que había hablado. Estefanía conocía secretos sobre lo que había hecho antes de volverse rica al casarse, que harían que a la mayoría de los demás se sonrojaran.

      —Ah, ya veo —dijo Estefanía—. Preferirías esperar en una bonita y segura mazmorra hasta que todo terminara. ¿Y después, qué? En el mejor de los casos, pasaríais el resto de vuestras vidas en este agujero maloliente, si los rebeldes no deciden mataros tranquilamente cuando se den cuenta de los problemas que dan los prisioneros. Si ganan los otros… ¿pensáis que estar en una celda os protegerá? Para ellos, aquí no seréis nobles, solo una diversión. Una breve diversión.

      Hizo una pausa para dejar que entendieran aquello. Necesitaba que se sintieran cobardes tan solo por pensarlo.

      —O podemos salir allá fuera —dijo Estefanía—. Tomamos el castillo y lo cerramos contra nuestros enemigos. Matamos a los que se nos opongan. Yo ya me he encargado de Ceres, así que no podrá detenernos. Guardamos el castillo hasta que la rebelión y los invasores se maten entre ellos y, después, recuperamos Delos.

      —Todavía hay guardias —dijo uno—.

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