Скачать книгу

en un portal.

      —¡Mira a aquel loco! —Thanos escuchó que decía uno de ellos en la lengua de Felldust.

      —Probablemente corre para unirse a la invasión. He oído que la Cuarta Piedra Vexa ha empezado a mandar algo parecido a una flota, mientras las otras tres todavía están tramando. La Primera Piedra se les ha adelantado.

      —Siempre lo hace —respondió el primero.

      Pero para entonces, Thanos ya estaba muy adentrado en el polvo, buscando su ruta con las difusas formas de los edificios, vigilando las señales que colgaban en las calles, iluminadas solo con lámparas de aceite. También había grabados en la piedra, evidentemente pensados para que la gente del pueblo pudiera encontrar su camino desde la calle del oso grabado hasta la de las serpientes enredadas con el tacto, si era necesario.

      Thanos no conocía lo suficiente el sistema como para usarlo, pero aún así continuaba avanzando a través del polvo.

      Había otros que hacían lo mismo y, unas cuantas veces, Thanos se detuvo para intentar distinguir si aquellos pies que calzaban botas eran los de los perseguidores o no. Una vez, se apretó detrás del bulto de hierro curvado de un cortavientos, con las manos sobre sus espadas, y se aseguró de que los que le seguían desde la taberna no lo habían encontrado.

      En cambio, por allí pasó corriendo un grupo de esclavos, con las caras envueltas para protegerse del viento, que llevaban un palanquín desde dentro del cual Thanos escuchaba a un comerciante metiéndoles prisa.

      —¡Más rápido, perros callejeros! Más rápido, o haré que os ensarten. Tenemos que llegar al puerto antes de que nos perdamos los botines.

      Thanos los observó, siguiéndoles la pista detrás del palanquín, pensando que aquellos que la llevaban probablemente conocían mejor el camino que él. No podía seguir el rastro muy de cerca, porque en una ciudad como Puerto Sotavento todos vigilaban a los posibles ladrones o asesinos pero, aún así, consiguió seguirlo a lo largo de varias calles antes de desaparecer en el polvo.

      Thanos se quedó quieto uno o dos segundos, recuperó la respiración y, tan pronto como había venido, la tormenta de polvo se levantó, dejando el puerto a la vista.

      Lo que Thanos vio allí hizo que se quedara quieto y mirando fijamente.

      Antes pensaba que en el puerto había barcos de sobra. Ahora, parecía que el agua estaba a rebosar de ellos hasta el punto que a Thanos le parecía que podía ir andando hasta el horizonte por encima de sus cubiertas.

      Muchos de ellos eran barcos de guerra, pero ahora muchos más eran barcos de mercaderías o embarcaciones más pequeñas. Ahora que la flota principal ya se había marchado de Felldust, el puerto debería estar vacío, pero a Thanos le daba la sensación de que allí no había espacio para otra barca. Parecía que todos en Felldust habían venido aquí, dispuestos a llevarse su parte de lo que se iba a ganar al Imperio.

      Entonces Thanos empezó a ver la magnitud de aquello y lo que significaba. No era solo un ejército invasor, sino todo un país. Habían visto la oportunidad de tomar unas tierras que hacía tiempo que se les habían negado y, ahora, las iban a conseguir por la fuerza.

      Sin tener en cuenta lo que aquello significaba para los que ya estaban allí.

      —¿Quién eres tú? —preguntó un soldado, acercándose a él—. ¿De qué flota, qué capitán?

      Thanos pensó con rapidez. La verdad supondría otra pelea y ahora el velo del polvo, que invitaba a esconderse, no estaba. No tenía ninguna duda de que estaba cubierto por él como cualquiera de los nativos, pero si alguien adivinaba quién era, o incluso tan solo que venía del Imperio, esto no acabaría bien.

      Por unos instantes se preguntó qué les hacían a los espías en Felldust. Fuera lo que fuera, no sería agradable.

      —¿Con la flota de quién estás? —insistió de nuevo el hombre, esta vez con una voz penetrante.

      —Con la de la Cuarta Piedra Vexa —respondió bruscamente Thanos, con una voz igual de penetrante. Intentaba dar la sensación de que no tenía tiempo para interrupciones de ese tipo. Ahora mismo no costaba hacerlo, pues tenía muy poco tiempo para regresar a ayudar a Ceres.

      —Por favor, dime que no es cierto que su flota ya ha marchado.

      El hombre se rio en su cara.

      —Parece que estás gafado. ¿Qué, pensabas que podías quedarte de brazos cruzados, despidiéndote de la puta favorita de la tripulación? Si pierdes el tiempo, pierdes tu oportunidad.

      —¡Maldita sea! —dijo Thanos, intentando interpretar su papel—. No puede ser que todos se hayan ido. ¿Y los otros barcos?

      Aquello provocó otra risa.

      —Pregunta si quieres, pero si crees que no hay ni una sola tripulación que esté totalmente llena ahora, no has estado atento. En recolectas como esta, todo el mundo quiere un lugar. La mitad de ellos apenas saben luchar. Pero te diré una cosa, podría encontrarte un lugar en una de las tripulaciones del Viejo Barba de Horca. La Tercera Piedra se está tomando su tiempo. Solo pediría la mitad de la parte que consigas.

      —Tal vez, si no consigo encontrar a los muchachos con los que se supone que debo estar —dijo Thanos. Cada segundo que estaba allí era un segundo en el que no estaba navegando de vuelta a Delos con la única tripulación de allí que no lo intentarían matar en el instante en que descubrieran quién era.

      Vio que el hombre encogía los hombros.

      —A estas alturas no encontrarás una oferta mejor.

      —Ya veremos —dijo Thanos, y desapareció entre las barcas.

      Desde fuera, debía parecer que Thanos estaba buscando una de las raras barcas de la flota que le aseguraba, aunque Thanos esperaba no encontrar ninguna. Lo último que quería era verse obligado a servir en la armada de Felldust.

      Aunque si tuviera que hacerlo, lo haría. Si aquello significaba regresar a Ceres, si aquello significaba poder ayudarla, se arriesgaría. Interpretaría el papel de un guerrero de Felldust, ansioso por estar a la altura. Si la flota principal hubiera estado allí, podría haber sido incluso su primera opción, para intentar acercarse todo lo posible a la Primera Piedra para poder matarlo.

      Pero ahora, si se dejaba llevar en esta segunda flota, no llegaría allí hasta que ya fuera demasiado tarde. Así que caminó entre aquel montón de barcos, observando a los guerreros que transportaban barriles de agua dulce y cajones de comida. Thanos rajó al menos tres barricas, pero ninguna cantidad de sabotaje sin importancia detendría a una flota como esta.

      En cambio, continuó mirando. Vio hombres y mujeres afilando armas y encadenando esclavos a los remos para inmovilizarlos. Vio sacerdotes cubiertos de polvo entonando oraciones para traer buena suerte, sacrificando animales de una manera que convertían el polvo en barro de color sangre. Vio dos grupos de soldados bajo banderas diferentes discutiendo sobre cuál de ellos debía llegar primero al muelle.

      Thanos vio de sobra cosas que le enojaban, y más que le hacían temer por Delos. Solo había una cosa que no encontraba en medio del caos que había en los muelles, y era la única cosa que había ido a buscar allí. Allí había centenares de barcas, de todas las formas, tamaños y diseños. Había barcos llenos hasta los topes de guerreros con aspecto de matones, y barcos que parecían poco más que barcazas del placer engrandecidas, que estaban allí para llevar a la gente a ver la invasión tanto como a participar en ella.

      Lo que no lograba ver era la barca que lo había traído hasta allí. Necesitaba volver a Ceres y, ahora mismo, Thanos no sabía cómo lo iba a hacer.

      CAPÍTULO CUATRO

      Estefanía corría por el castillo, empujada por el sonido de los cuernos de guerra, como un ciervo delante de un grupo de caza. Si no salía ahora, no habría escapatoria. Ya había hecho lo suficiente en referencia a Ceres.

      —Dejemos

Скачать книгу