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esta escritora. Esta es una obra de ficción. Los nombres, personajes, empresas, organizaciones, lugares, eventos e incidentes, son producto de la imaginación de la autora o se utilizan de manera ficticia. Cualquier semejanza con personas reales, vivas o muertas, es totalmente una coincidencia. Imagen de la cubierta Derechos reservados Ralf Juergen Kraft, utilizada bajo licencia de istock.com.

      ÍNDICE

       CAPÍTULO UNO

       CAPÍTULO DOS

       CAPÍTULO TRES

       CAPÍTULO CUATRO

       CAPÍTULO CINCO

       CAPÍTULO SEIS

       CAPÍTULO SIETE

       CAPÍTULO OCHO

       CAPÍTULO NUEVE

       CAPÍTULO DIEZ

       CAPÍTULO ONCE

       CAPÍTULO DOCE

       CAPÍTULO TRECE

       CAPÍTULO CATORCE

       CAPÍTULO QUINCE

       CAPÍTULO DIECISÉIS

       CAPÍTULO DIECISIETE

       CAPÍTULO DIECIOCHO

       CAPÍTULO DIECINUEVE

       CAPÍTULO VEINTE

       CAPÍTULO VEINTIUNO

       CAPÍTULO VEINTIDÓS

       CAPÍTULO VEINTITRÉS

       CAPÍTULO VEINTICUATRO

       CAPÍTULO VEINTICINCO

       CAPÍTULO VEINTISÉIS

       CAPÍTULO VEINTISIETE

       CAPÍTULO VEINTIOCHO

      CAPÍTULO UNO

      Akila estaba colgado de la jarcia de su barco y veía cómo se acercaba la muerte.

      Esto lo aterrorizaba. Nunca había sido de los que creen en señales y en augurios, pero había algunos que no podía ignorar. De una forma u otra, Akila siempre había sido un hombre de lucha, pero aún así, nunca había visto una flota como la que se estaba aproximando ahora. Esta hacía que la flota que el Imperio había mandado a Haylon pareciera una serie de barquitos de papel que unos niños hicieran flotar en un estanque.

      Hacía que lo que tenía Akila pareciera menos que aquello.

      —Son demasiados— dijo uno de los marineros que estaba cerca de él en la jarcia.

      Akila no contestó, pues en aquel momento no tenía una respuesta. Pero tendría que pensar en una. Una que no dejara entrever la pesada certeza que le apretaba en el pecho. Por su mente ya corrían las cosas que se tenían que hacer y empezó a descender. Tendrían que levantar la cadena del puerto. Tendrían que llevar escuadras a las catapultas de los muelles.

      Tendrían que dispersarse, pues lanzarse de cabeza al ataque con una flota de aquel tamaño sería un suicidio. Tendrían que ser los lobos que dan caza a los grandes yaks y correr como un rayo, dando un mordisco aquí y otro allí, hasta agotarlos.

      Akila sonrió ante aquel pensamiento. Casi lo estaba planeando como si pudieran hacerlo. ¿Quién lo hubiera tomado a él por un optimista?

      —Son muchos —dijo uno de los marineros al pasar por su lado.

      Akila escuchó las mismas palabras de otros mientras descendía de nuevo a cubierta. Para cuando llegó a la cubierta de mando, había por lo menos una docena de rebeldes, todos esperándolo con cara de preocupación.

      —No podemos luchar contra ellos —dijo uno.

      —Sería como si ni estuviéramos allí —lo respaldó otro.

      —Nos matarán a todos. Tenemos que escapar.

      Akila los escuchaba. Incluso comprendía lo que querían hacer. Escapar tenía sentido. Escapar mientras todavía pudieran. Formar una fila de convoy con sus barcos a lo largo de la costa, hasta que pudieran escapar y dirigirse a Haylon.

      Incluso una parte de él deseaba hacerlo. Quizás incluso estarían a salvo si consiguieran llegar a Haylon. En Felldust verían las fuerzas que tenían, las defensas de su puerto y serían cautelosos antes de ir tras ellos.

      Al menos durante un tiempo.

      —Amigos —gritó, lo suficientemente alto para que pudieran oírlo todos los que estaban en el barco—. Ya veis la amenaza que nos espera y, sí, oigo a los hombres que quieren escapar.

      Extendió las manos para silenciar el murmullo que hubo a continuación.

      —Lo sé. Os oigo. He navegado con vosotros y no sois unos cobardes. No hay un hombre que pudiera decir que lo sois.

      Pero si escapaban ahora, los llamarían cobardes. Akila lo sabía. Culparían a los guerreros de Haylon, a pesar de todo lo que habían hecho. Sin embargo, él no quería decirlo. No quería obligar a sus hombres a hacerlo.

      —Yo también quiero escapar. Hemos hecho nuestra parte. Hemos derrotado al Imperio. Nos hemos ganado el derecho de volver a casa, en lugar de quedarnos aquí muriendo por las causas de otros.

      Aquello era evidente. Al fin y al cabo, solo habían ido allí después de que Thanos se lo suplicara.

      Hizo una señal de negación con la cabeza.

      —Pero no lo haré. No huiré cuando eso signifique abandonar a la gente que confía en mí. No huiré cuando nos han dicho lo que sucederá con la gente de Delos. No huiré, porque ¿quiénes son ellos para decirme que huya?

      Señaló con el dedo a la flota que iba avanzando y, a continuación, lo convirtió en el gesto más grosero que se le ocurrió en aquel momento. Al menos, aquello hizo reír a sus hombres. Bien, ahora mismo necesitaban todas las risas posibles.

      —Lo cierto es que el mal es la causa de todos. ¡Si un hombre me dice que me arrodille o muera, le doy un puñetazo en la cara!” —Aquello les hizo reír más todavía—. Y no

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