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junto a su buque insignia.

      —Allí abajo hay uno de los nuestros —dijo Akila—. Se lo llevaron a él y a su tripulación. Lo azotaron con el látigo hasta que la sangre le salía a borbotones. Lo azotaron en la rueda y le sacaron los ojos.

      Akila esperó un instante hasta que captaron aquel horror.

      —Lo hicieron porque pensaban que nos asustaría —dijo Akila—. Lo hicieron porque pensaban que escaparíamos más rápido. Yo digo que si un hombre hace daño de esta manera a uno de mis hermanos, ¡esto hace que me den ganas de liquidarlo como al perro que es!

      Aquello provocó otra ovación.

      —Pero no os lo ordenaré —dijo Akila—. Queréis ir a casa… bueno, nadie puede decir que no os lo hayáis ganado. Y cuando vengan por vosotros, quizás quedará alguien para ayudar—. Encogió los hombros a propósito. —Yo me quedaré. Si es necesario, me quedaré solo. Me quedaré en los muelles, y que vengan los de su ejército de uno en uno para que los liquide.

      Entonces miró a su alrededor, miró fijamente a los hombres que conocía, a los hermanos de Haylon y a los esclavos liberados, a reclutas transformados en luchadores por la libertad y a hombres que probablemente habían empezado como poco más que degolladores.

      Sabía que si pedía a estos hombres que lucharan con él, la mayoría de ellos probablemente moriría. Seguramente nunca volvería a ver las cascadas que se precipitaban a través de las colinas de Haylon. Probablemente moriría sin ni siquiera saber si lo que hizo fue suficiente para salvar a Delos o no. Una parte de él deseaba no haber conocido nunca a Thanos, o no haber sido arrastrado hasta esta rebelión más grande.

      Aún así, tomó aire.

      —¿Estaré solo, chicos? —preguntó—. ¿Tendré que abrirme camino entre ellos a puñetazos hasta el imbécil con la cabeza más pedregosa yo solo?

      El rugido de “¡No!” resonó a través del agua. Esperaba que la flota enemiga lo oyera. Esperaba que lo oyeran y que estuvieran aterrorizados.

      Los dioses sabían que él lo estaba.

      —Bien entonces, chicos —vociferó Akila—, poneos a vuestros remos. ¡Tenemos una batalla que ganar!

      Entonces vio que corrían hacia ellos y no pudo sentirse más orgulloso. Empezó a pensar, a dar órdenes. Había mensajes que enviar de vuelta al castillo, defensas que debían prepararse.

      Akila ya podía escuchar el ruido de las campanas sonando en la ciudad a modo de aviso.

      —¡Vosotros dos, subid las banderas de señal! ¡Scirrem, quiero barcas pequeñas y brea para los barcos de fuego en la boca del puerto! ¿Estoy hablando solo?

      —Es muy posible —le respondió gritando el marinero—. Dicen que los locos lo hacen. Pero ya lo haré yo.

      —¿Te das cuenta de que en un ejército de verdad te darían una paliza? —respondió bruscamente Akila, aunque sonriendo mientras lo hacía. Esta era la parte más rara cuando se está a punto de entrar en batalla. Ahora estaban muy cerca de una posible muerte y era el momento en el que Akila se sentía más vivo.

      —Bueno, Akila —dijo el marinero—. Sabes que nunca han dejado entrar a los de nuestra calaña en un ejército de verdad.

      Entonces Akila rio, y no solo porque aquello era probablemente cierto. ¿Cuántos generales podían decir que no solo tenían el respeto de sus hombres, sino verdadera camaradería? ¿Cuántos podían pedir a sus tropas que se lanzaran al peligro, no por lealtad, o miedo, o disciplina, sino porque se lo pedían ellos? Akila sentía que podía estar orgulloso de aquella parte, por lo menos.

      El marinero salió pitando y a él le quedaban más órdenes que dar.

      —Una vez esté despejado, tendremos que levantar la cadena del puerto —dijo.

      A uno de los marineros jóvenes que estaban cerca de él aquello pareció preocuparle. Akila podía ver el miedo que allí había, a pesar de sus discursos. Pero era normal.

      —Si levantamos la cadena, ¿no significa eso que no podemos retirarnos hacia el puerto? —preguntó el chico.

      Akila asintió.

      —Sí, pero ¿de qué serviría retirarse a una ciudad que está abierta al mar? Si fracasamos allí, ¿crees que la ciudad será un lugar seguro para esconderse?

      Vio que el chico pensaba en ello, con toda seguridad, intentando adivinar dónde estaría más a salvo. O eso, o deseando no haberse unido nunca.

      —Si quieres, puedes ser uno de los que ayudan a levantar las cadenas —le ofreció Akila—. Después dirígete a las catapultas. Necesitaremos gente buena para dispararlas.

      El chico negó con la cabeza.

      —Me quedaré. No escaparé de ellos.

      —¿Debo imaginar que te apetece hacerte cargo de la flota para que yo pueda escapar? —preguntó Akila.

      Aquello provocó la risa del muchacho mientras se dirigía hacia sus tareas, y la risa siempre era mejor que el miedo.

      ¿Qué más había que hacer? Siempre había algo más, siempre algo a lo que ir a continuación. Siempre estaban aquellos que decían que la guerra era esperar, pero Akila había descubierto que la espera siempre encerraba mil cosas más pequeñas. La preparación era la madre del éxito, y Akila no iba a perder por falta de esfuerzo.

      —No —dijo entre dientes mientras comprobaba las cuerdas de su buque insignia—. De esos e encargará el hecho de que ellos tienen cinco veces más barcos.

      La única esperanza era atacar y avanzar. Atraerlos hacia los barcos de fuego. Aplastarlos contra la cadena. Usar la velocidad de sus propios barcos para cargarse lo que pudieran. Aún así, eso podría no ser suficiente.

      Akila nunca había visto una fuerza de ese tamaño. Dudaba que alguien lo hubiera hecho. La flota que mandaron a Haylon había sido diseñada para el castigo y la destrucción. El ejército rebelde había sido la unión de, al menos, tres grandes fuerzas.

      Esto era más grande. No se trataba tanto de un ejército como de un país entero en movimiento. Aquello era conquista y más que conquista. Felldust había visto una oportunidad y, ahora, iba a tomar todo lo que tenía el Imperio.

      A no ser que los detengamos, pensó Akila.

      Quizás no sería su flota quien los detendría. Quizás lo mejor que podían esperar sería frenar y debilitar al ejército invasor, quizás esto sería suficiente. Si pudieran ganar tiempo para Ceres, ella podría encontrar una manera de ganar contra lo que quedase. Akila la había visto hacer cosas más impresionantes con aquellos poderes suyos.

      Tal vez se enfrentaría ella al ejército de Felldust entero y les ahorraría el problema.

      Lo más seguro era que Akila moriría aquí. Si esto pudiera salvar a Delos, ¿valdría la pena? Esa no era la cuestión. Si esto pudiera salvar a la gente de allí y a la de Haylon, ¿lo haría? Sí, aquello lo valía todo para Akila. Los hombres así no se detenían con lo que tenían. Caerían sobre Haylon tan pronto como hubieran terminado aquí. Si su sacrificio mantuviera a los granjeros de la isla a salvo, Akila lo haría hasta mil veces más.

      Echó un vistazo al agua, hacia donde la flota avanzaba y bajó la voz.

      —Estás en deuda conmigo por esto, Thanos —dijo, de la misma manera que el príncipe estaba en deuda con él por venir a Delos y por no liquidarlo en Haylon. Probablemente su vida hubiera sido mucho más simple si lo hubiera hecho.

      Viendo la flota que se acercaba, Akila sospechaba que también podría ser más larga.

      —¡Ahora sí! —exclamó—. ¡A vuestros sitios, chicos! ¡Tenemos una batalla que ganar!

      CAPÍTULO DOS

      Irrien estaba

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