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correlación con los asesinatos.”

      “No te lo tomes a mal,” dijo Porter, “pero prefiero escuchar a los Stones.”

      Mackenzie dejó de hablar consigo misma y entonces se dio cuenta de que la luz de las notificaciones estaba parpadeando en su teléfono. Después de que Porter y ella se hubieran ido, le había enviado un correo electrónico a Nancy y le había pedido que hiciera unas búsquedas rápidas con las palabras poste, bailarina de striptease, prostituta, camarera, maíz, latigazos, y la secuencia con los números N511/J202 entre los casos de los últimos treinta años. Cuando Mackenzie miró su teléfono, vio que Nancy, como de costumbre, había actuado con rapidez.

      El correo que había enviado Nancy de vuelta decía: No hay gran cosa, me temo. No obstante, he adjuntado los informes de los pocos casos que encontré. ¡Buena suerte!

      Solo había cinco archivos adjuntos y Mackenzie pudo mirarlos bastante deprisa. Estaba claro que tres de ellos no tenían nada que ver con el asesinato de Lizbrook o el caso del 87. Pero los otros dos eran lo suficientemente interesantes como al menos tenerlos en cuenta.

      Uno de ellos era un caso de 1994 en que se había encontrado muerta a una mujer detrás de un granero abandonado en una zona rural a unas ochenta millas a las afueras de Omaha. La habían amarrado a un poste de madera y se creía que el cuerpo había estado allí al menos seis días antes de ser descubierto. Su cuerpo estaba rígido y unos cuantos animales del bosque, que se creía que eran gatos monteses, habían empezado a comerle las piernas. La mujer tenía un largo historial criminal que incluía dos arrestos por prostituirse en la calle. Aquí tampoco había señales claras de abuso sexual y aunque había latigazos en su espalda, no estaban tan extendidos como los que habían encontrado en Hailey Lizbrook. Sin embargo, el informe sobre el asesinato no decía nada sobre los números encontrados en el poste.

      El segundo archivo que quizá mantenía una relación con el caso trataba de una chica de diecinueve años a la que habían denunciado como secuestrada cuando no regresó a casa para las vacaciones de Navidad de su segundo año en la Universidad de Nebraska en 2009. Cuando se descubrió su cuerpo en un campo abierto tres meses después, parcialmente enterrado, había recibido latigazos en la espalda. Más tarde se filtraron las imágenes a la prensa, mostrando a la chica desnuda y participando de algún tipo de fiesta sexual violenta en una fraternidad. Se habían tomado las fotos una semana antes de que la denunciaran como desaparecida.

      El último caso era un tiro a ciegas, pero Mackenzie pensó que ambos podrían estar potencialmente conectados con el asesinato del 87 y el de Hailey Lizbrook.

      “¿Qué tienes ahí?” preguntó Porter.

      “Nancy me envió informes de algunos otros casos que pueden estar conectados.”

      “¿Hay algo bueno?”

      Ella titubeó, pero después le puso al día de las dos conexiones posibles. Cuando acabó, Porter asintió con la cabeza mientras miraba hacia la oscuridad de la noche. Pasaron una señal que les dijo que Omaha estaba a veintidós millas de distancia.

      “Creo que a veces te esfuerzas demasiado,” dijo Porter. “Te rompes el trasero trabajando y mucha gente se ha dado cuenta. Pero seamos honestos: da igual lo mucho que lo intentes, no todos los casos van a tener alguna conexión importante que vaya a crear un monstruo de caso para ti.”

      “Entonces dime,” dijo Mackenzie. “En este momento, ¿qué te dice tu instinto sobre este caso? ¿Con qué estamos tratando?”

      “Es un perpetrador común que tiene asuntos sin resolver con su mami,” dijo Porter con desdén. “Si hablamos con suficiente gente, le encontramos. Todo este análisis es una pérdida de tiempo. No se encuentra a la gente entrando en su cabeza. Les encuentras haciendo preguntas. Trabajo de calle. De puerta a puerta. De testigo a testigo.”

      Cuando se quedaron en silencio, Mackenzie comenzó a preocuparse al ver qué simplista era su percepción del mundo, qué blanca y negra. No dejaba ni un resquicio para los matices, para nada que no encajara con sus creencias predeterminadas. Ella pensaba que el psicópata con que estaban tratando era demasiado sofisticado para eso.

      “¿Qué piensas tú de nuestro asesino?” le preguntó finalmente.

      Podía detectar el resentimiento en su voz, como si realmente no hubiera querido preguntarle pero el silencio hubiera podido con él.

      “Creo que odia a las mujeres por lo que estas representan,” dijo en voz baja, resolviéndolo en su mente mientras hablaba. “Quizá sea un hombre virgen de cincuenta años que piensa que el sexo es vulgar—pero también existe esa necesidad de sexo en él. Matar a mujeres le hace sentir que está conquistando sus propios instintos, instintos que él considera vulgares e infrahumanos. Si puede eliminar el origen de donde parten esas necesidades sexuales, siente que está al mando. Los latigazos en la espalda indican que está casi castigándolas, seguramente por su carácter provocativo. Además, está el hecho de que no hay señales de abuso sexual. Me hace preguntarme si esto es algún tipo de intención de pureza a los ojos del asesino.”

      Porter sacudió la cabeza, casi como un padre decepcionado.

      “Eso es lo que quiero decir,” dijo él. “Una pérdida de tiempo. Te has metido ya tanto en esto que ya no sabes ni lo que piensas—y nada de eso nos va a servir de ayuda. Has perdido la perspectiva de conjunto.”

      Un silencio incómodo se cernió de nuevo sobre ellos. Cuando parecía que había terminado de hablar, Porter encendió la radio.

      Solamente duró unos minutos. A medida que se acercaban a Omaha, Porter bajó el volumen de la radio sin que se lo tuvieran que pedir esta vez. Porter habló y cuando lo hizo, sonó nervioso, pero Mackenzie también pudo escuchar el esfuerzo que estaba realizando para sonar como que él estaba al mando.

      “¿Alguna vez has entrevistado a unos chicos después de que pierdan a uno de sus padres?” preguntó Porter.

      “Una vez,” dijo ella. “Después de un tiroteo desde un coche. Un niño de once años.”

      “También yo tuve unos cuantos. No tiene ninguna gracia.”

      “No, no la tiene,” Mackenzie asintió.

      “Bueno, mira, estamos a punto de hacer preguntas sobre su madre muerta a dos chicos. Va a acabar por salir el tema de dónde trabajaba. Tenemos que manejar esto con guantes de seda.”

      Ella se enfureció. Él estaba haciendo eso de hablarle con condescendencia como si fuera una niña.

      “Deja que me encargue de todo. Puedes ofrecerles consuelo si se ponen a llorar. Nelson dice que la hermana también va a estar allí, pero no me puedo imaginar que sea ninguna fuente confiable de apoyo. Probablemente esté tan destrozada como los hijos.”

      La verdad es que Mackenzie no pensaba que esto fuera la mejor idea. También sabía que allí donde Porter y Nelson estuvieran implicados, tenía que escoger sus batallas con cuidado. Así que, si Porter quería encargarse de la tarea de preguntar a dos niños huérfanos por su difunta madre, le iba a dejar que se diera ese extraño placer.

      “Como quieras,” dijo ella con los dientes apretados.

      El coche enmudeció de nuevo. Esta vez, Porter dejó la radio apagada; Mackenzie pasando páginas en su regazo producía los únicos sonidos. Había una historia más amplia en esas páginas y en los documentos que había enviado Nancy; Mackenzie estaba segura de ello.

      Por supuesto, para que la historia estuviera completa, había que desvelar todos los personajes. Y por el momento, el personaje central estaba escondido entre las sombras.

      El coche bajó la marcha y Mackenzie elevó la cabeza cuando doblaron una manzana silenciosa. Sintió un vacío familiar en el estómago, y deseó estar en cualquier parte menos aquí.

      Estaban a punto de hablar con los hijos de una mujer que había muerto.

      Mackenzie

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