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el mundo estaba prestando la máxima atención.

      “La víctima estaba amarrada a un poste de madera con las manos atadas por detrás. El avistamiento de su muerte tuvo lugar en un claro de un maizal, a poco menos de una milla de la autopista. Tenía la espalda cubierta de lo que parecían ser marcas de latigazos, realizados por algún tipo de látigo. Notamos huellas en la tierra que eran de la misma forma y tamaño que los latigazos. Aunque no lo sabremos con certeza hasta después del informe del forense, estamos bastante seguros de que esto no fue un ataque sexual, a pesar de que habían desnudado a la víctima hasta dejarla en paños menores y el resto de su ropa no estaba por ningún lado.”

      “Gracias, Porter,” dijo Nelson. “Hablando del forense, estuve hablando con él por teléfono hace unos veinte minutos. Dice que, aunque no lo sabrá con seguridad hasta que realice la autopsia, probablemente la causa de la muerte va a ser pérdida de sangre o algún tipo de trauma—posiblemente en la cabeza o el corazón.”

      Sus ojos se volvieron a Mackenzie y había muy poco interés en ellos cuando le preguntó: “¿Alguna otra cosa que añadir, White?”

      “Los números,” dijo ella.

      Nelson volteó los ojos delante de toda la sala. Su falta de respeto era obvia, pero ella la pasó por alto, decidida a contárselo a todos los presentes antes de que le pudieran interrumpir.

      “Descubrí lo que parecían ser dos números, separados por una barra, tallados en la parte inferior del poste.”

      “¿Qué números eran?” preguntó uno de los agentes más jóvenes sentado a la mesa.

      “Números y letras en realidad,” dijo Mackenzie. “N 511 y J 202. Tengo una fotografía en mi teléfono.”

      “Habrá más fotografías aquí enseguida, en cuanto Nancy las imprima,” dijo Nelson. Habló rápida y contundentemente, dejando saber a la sala que la cuestión de estos números estaba cerrada.

      Mackenzie escuchó a Nelson mientras hablaba de las tareas que había que llevar a cabo para cubrir la zona de siete millas y media entre la casa de Hailey Lizbrook y el Runway. Aunque solo estaba escuchando a medias, realmente. Su mente no dejaba de regresar a la forma en que el cuerpo de la mujer había sido atado. Algo relativo a la exhibición del cuerpo entero le había resultado familiar casi de inmediato, y todavía continuaba con ella cuando se sentó en la sala de conferencias.

      Repasó las notas del informe en la carpeta, esperando que algún detalle menor pudiera despertar algo en su memoria. Repasó las cuatro páginas del informe, esperando que revelaran algo. Ya sabía todo lo que había en la carpeta, pero escaneó los detalles de todos modos.

      Mujer de treinta y cuatro años, presuntamente asesinada la noche anterior. Latigazos, cortes, varias laceraciones en su espalda, atada a un viejo poste de madera. Se asume que la causa de la muerte sea pérdida de sangre o posible trauma al corazón. El método empleado para atarla sugiere posibles connotaciones religiosas mientras que el tipo de cuerpo de la mujer apunta a una motivación sexual.

      Mientras lo leía, algo encajó. Se distrajo por un momento, dejando que su mente fuera donde tenía que ir sin ninguna interferencia de su entorno.

      Al tiempo que ella enlazaba los hechos, y se le ocurría una conexión que esperaba fuera equivocada, Nelson comenzó a relajarse.

      “… y como es demasiado tarde para que los controles de carreteras sean eficaces, vamos a tener que apoyarnos principalmente en el testimonio de los testigos, hasta en los detalles más minúsculos y aparentemente inútiles. Bueno, ¿alguien tiene algo que añadir?”

      “Una cosa, señor,” dijo Mackenzie.

      Podía darse cuenta de que Nelson estaba conteniendo un suspiro. Desde el otro extremo de la mesa, oyó como Porter hacía un leve sonido medio riéndose. Ignoró todo ello y esperó a ver cómo le replicaba Nelson.

      “¿Sí, White?” preguntó él.

      “Me estoy acordando de un caso de 1987 que era similar a este. Estoy bastante segura de que fue justo a las afueras de Roseland. Las ataduras eran las mismas, el tipo de mujer era el mismo. Estoy bastante segura de que el método de la paliza fue el mismo.”

      “¿1987?” preguntó Nelson. “White, ¿acaso habías nacido ya?”

      Esto fue recibido con risas leves de más de la mitad de la sala. Mackenzie no prestó la mínima atención. Ya encontraría tiempo para sentirse avergonzada después.

      “No lo había hecho,” dijo, sin miedo de enfrentarse con él. “Pero sí que leí el informe.”

      “Se le olvida, señor,” dijo Porter. “Mackenzie se pasa sus horas libres leyendo archivos de casos sin resolver. Esta chica es como una enciclopedia andante en estas cuestiones.”

      Mackenzie se dio cuenta de inmediato de que Porter se había referido a ella por su nombre de pila y de que la había llamado una chica en vez de una mujer. Lo más triste es que ella no creía que él ni siquiera se diera cuenta de su falta de respeto.

      Nelson se rascó la cabeza y soltó por fin el suspiro tormentoso que había estado acumulando. “¿1987? ¿Estás segura?”

      “Casi del todo.”

      “¿Roseland?”

      “O el área circundante,” dijo ella.

      “Está bien,” dijo Nelson, mirando al extremo de la mesa donde estaba sentada una mujer de mediana edad, escuchando con atención. Tenía un ordenador portátil delante de ella, en el que había estado tecleando en silencio todo el tiempo. “Nancy, ¿puedes hacer una búsqueda sobre esto en la base de datos?”

      “Sí señor,” dijo ella. Comenzó a teclear algo en el servidor interno de la comisaría de inmediato. Nelson lanzó otra mirada reprobatoria a Mackenzie que básicamente se traducía como: Será mejor que tengas razón. Si no la tienes, acabas de hacerme perder veinte segundos de mi preciado tiempo.

      “De acuerdo, chicos y damas,” dijo Nelson. “Así es cómo vamos a dividir esto. En el momento que termine esta reunión, quiero que Smith y Berryhill se dirijan a Omaha para ayudar al departamento de policía local. A partir de ahí, si es necesario, rotaremos en pares. Porter y White, quiero que vosotros dos habléis con los hijos de la difunta y con su jefe. También estamos trabajando para conseguir la dirección de su hermana.

      “Perdone, señor,” dijo Nancy, elevando la vista de su ordenador.

      “¿Sí, Nancy?”

      “Parece que la detective White tenía razón. Octubre de 1987, se encontró a una prostituta muerta y atada a un poste de madera justo fuera de los límites de la ciudad de Roseland. El archivo que estoy mirando dice que la dejaron en su ropa interior y que fue gravemente azotada. No hay signos de abuso sexual y ningún motivo digno de mención.”

      La sala se volvió a quedar en silencio porque muchas preguntas condenatorias no fueron expresadas. Al final, Porter fue el que habló y aunque Mackenzie podía asegurar que estaba tratando de descartar el caso, pudo escuchar un toque de preocupación en su voz.

      “Eso fue casi hace treinta años,” dijo él. “Yo diría que es una conexión débil.”

      “No obstante, es una conexión,” dijo Mackenzie.

      Nelson golpeó el escritorio con su puño, su mirada encendida hacia Mackenzie. “Si hay una conexión aquí, ¿sabes lo que eso significa, verdad?”

      “Significa que puede que se trate de un asesino en serie,” dijo ella. “Y hasta la idea de que puede que se trate de un asesino en serie significa que tenemos que pensar en llamar al FBI.”

      “Ah, demonios, dijo Nelson. “Ahí te estás precipitando. Te estás precipitando mucho, de hecho.”

      “Con el debido respeto,” dijo Mackenzie, “merece la pena investigarlo.”

      “Y ahora que tu cerebro programado

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