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27:27-29

      “La bendición” no son meras palabras. Tampoco es magia. No conlleva poderes especiales, ni la capacidad para hacerse realidad. El poder de su cumplimiento no procedió de Isaac. La bendición era una profecía inspirada por el Espíritu Santo acerca de lo que Dios iba a ser para Jacob y sus descendientes los judíos a lo largo de la historia. Era como la bendición que Zacarías pronunció sobre su hijo Juan el Bautista en el tiempo de su nacimiento: “Y tú, niño, profeta del Altísimo serás llamado; porque irás delante de la presencia del Señor, para preparar sus caminos; para dar conocimiento de salvación a su pueblo, para perdón de sus pecados, por la entrañable misericordia de nuestro Dios, con que nos visitó desde lo alto la aurora, para dar luz a los que habitan en tinieblas y en sombra de muerte; para encaminar nuestros pies por camino de paz” (Lc. 1:76-80). Es una profecía de Dios y, como toda profecía, se cumple no porque el que la escucha tiene fe, ni porque la persona que la pronunció puede hacer que ocurra, sino porque Dios lo ha dicho. Es Palabra de Dios. Lo que Él dice, lo hará: “Yo vigilo sobre mi palabra para que se cumpla” (Jer. 1:12; BTX).

      Lo que Dios prometió a Jacob fueron riquezas y poder (vs. 28-29). También le prometió que los judíos dominarían sobre las naciones vecinas (v. 29). Y también que aquellas que se alinearan con Israel serían bendecidas por Dios y que las que se opusieran serían malditas (v. 29). Son promesas y profecías de largo alcance.

      La historia ha mostrado la veracidad de esta profecía. ¿Dónde están los amorreos, los heteos, los ferezeos, los jubuseos y los heveos hoy día? Han desaparecido juntamente con otros pueblos e imperios. Muchas de las naciones mencionadas en el Antiguo Testamento han desaparecido, pero Israel permanece aun a pesar de feroces persecuciones desde el tiempo de la conquista de Asiria hasta el holocausto en la Alemania de Hitler y la Guerra de los Siete Días (que Israel ganó a pesar de no tener ninguna posibilidad de victoria). En 1948, Israel se restableció como nación y continuará existiendo como tal hasta el final de los tiempos.

      Jacob conocía el valor de la bendición y la buscó usando el engaño y la mentira. La consiguió mostrando una terrible falta de respeto a su padre, defraudando a su hermano y dividiendo a la familia. ¡Y Dios se la dio!

      Preguntémonos: ¿Merezco yo las bendiciones que tengo en Cristo? ¿Cómo las he conseguido? ¿Sé cuáles son? ¿Las valoro?

      6

      JACOB HUYE

      “Y fueron dichas a Rebeca las palabras de Esaú su hijo mayor; y ella envió y llamó a Jacob su hijo menor, y le dijo: He aquí, Esaú tu hermano se consuela acerca de ti con la idea de matarte. Ahora pues, hijo mío, obedece a mi voz; levántate y huye a casa de Labán mi hermano en Harán”

      Gn. 27:42-43

      Rebeca continúa controlando y manipulando a su marido Isaac. Como pretexto para conseguir que acepte su plan, le convence de que Jacob necesita casarse con una mujer creyente y de que, para buscarse esposa, debería ir a la familia de su hermano en Harán, en un viaje de unos 800 km. Lo que realmente quiere es ayudarle a escapar de la ira de su hermano. Utiliza a Dios para fines propios. Isaac es convencido y envía a Jacob a casa de Labán con su bendición: “Y el Dios omnipotente te bendiga, y te haga fructificar y te multiplique, hasta llegar a ser multitud de pueblos; y te dé la bendición de Abraham, a tu descendencia contigo, para que heredes la tierra en que moras, que Dios dio a Abraham” (28:3, 4). Cuando Esaú se dio cuenta de que sus padres no estaban contentos con sus esposas paganas, pensó agradarles tomando otra esposa que fue la hija de Ismael, hermano de su padre. Así que la línea de Esaú se mezcló con la línea de Ismael, mientras el linaje de Jacob descendería de los parientes de Abraham en Harán.

      “Salió, pues, Jacob de Beerseba, y fue a Harán” (v. 10). Al dejar la tierra de la promesa, Dios se le apareció a Jacob en sueños para ratificarle personalmente la promesa que había hecho a Abraham e Isaac. Dios es un Dios personal. No es suficiente creer en el Dios de tus padres y abuelos. Él tiene que ser tu Dios también; y, a este fin, Dios se manifestó a Jacob para ratificar el pacto que había hecho con su padre y su abuelo. Dios tomó la iniciativa en este encuentro. Jacob no le estaba buscando en aquel momento aunque, de manera carnal, ya había mostrado que quería la heredad y la bendición divinas. Ahora Dios viene a él. Es su primer encuentro con Dios: “Y soñó: y he aquí una escalera que estaba apoyada en tierra, y su extremo tocaba en el cielo; y he aquí ángeles de Dios que subían y descendían por ella” (v. 12). Dios se revela como el Dios de Abraham e Isaac. Años más tarde, Dios se revelará como el Dios de Abraham, Isaac y Jacob, y se quedará con este nombre para siempre; pero ahora Jacob tiene que llegar a conocerle. Él es el Dios que viene a nosotros a pesar de nuestra naturaleza pecaminosa y se nos revela como acto soberano de su gracia. Fue fiel a su promesa a Abraham de ser su Dios y el de sus descendientes después de él; ahora viene a su nieto, Jacob.

      “Yo soy Jehová, el Dios de Abraham tu padre, y el Dios de Isaac; la tierra en que estás acostado te la daré a ti y tu descendencia” (v. 13). Dios prometió la tierra a Abraham. Vivía en ella como extranjero, siendo dueño solo de la tumba donde enterró a Sara. Su hijo Isaac vivió en la tierra, también como extranjero y peregrino. Jacob había nacido allí e iba a heredar todo cuanto tenía Isaac, y ahora Dios le ratifica la promesa. ¿Promete Dios y no da? Periódicamente repite la promesa para refrescar nuestra memoria, porque tarda en venir. ¡Lo que realmente había prometido a Abraham fue que iba a heredar el mundo! (Ro. 4:13); pero aquella promesa, por su misma naturaleza, solo puede cumplirse después del retorno de Cristo. Dios no da menos de lo prometido, sino más; pero de forma diferente de lo que nosotros pensamos.

      7

      JACOB EN BET-EL

      “Y soñó: y he aquí una escalera que estaba apoyada en tierra,

      y su extremo tocaba en el cielo; y he aquí ángeles de Dios

      que subían y descendían por ella. Y he aquí, Jehová estaba

      en lo alto de ella, el cual dijo: Yo soy Jehová, el Dios de Abraham tu padre, y el Dios de Isaac; la tierra en que estás acostado

      te la daré a ti y tu descendencia. Será tu descendencia

      como el polvo de la tierra, y te extenderás al occidente,

      al oriente, al norte y al sur; y todas las familias de la tierra

      serán benditas en ti y en tu simiente”

      Gn. 28:12, 14

      Allí en Bet-el, huyendo de su hermano por haberle despojado de lo más valioso que tenía, lejos de su hogar, emprendiendo un viaje que le llevaría al lugar donde Dios trabajaría su carácter por medio de alguien aún más engañador que él, Dios se aparece al solitario viajero. Fue su primera noche fuera de casa. Se acostó en tierra con una piedra por almohada y tuvo una visión. En ella, Dios le prometió abundancia de descendientes y que todo el mundo sería bendecido por medio de uno de ellos, Jesús, quien iba a traer salvación y vida eterna a todos los que deseen recibirla de toda nación, pueblo y lengua de la tierra por medio de Él. Él es la escalera que sube al cielo, el enlace entre Dios y el hombre: “Respondió Natanael y le dijo: Rabí, tu eres el Hijo de Dios; tú eres el Rey de Israel. Respondió Jesús y le dijo: De aquí en adelante veréis el cielo abierto, y a los ángeles de Dios que suben y descienden sobre el Hijo del Hombre” (Jn. 1:49-51).

      Jesús es la Puerta al Cielo, es el Camino que nos conduce allí, es la escalera para subir a Dios: nadie viene al Padre si no es por Él (Juan 14:6). Es el único acceso. Él es quien nos pone en contacto con Dios, nos mantiene en comunión con Él, y al final nos llevará para estar con Él. Nos abre la puerta al mundo invisible. En Él tenemos el Cielo abierto y acceso al Padre. Descendió del Cielo para abrirnos el Cielo, y es lo que estaba haciendo por Jacob allí en Betel.

      “He aquí, yo estoy contigo, y te guardaré por dondequiera que fueres, y volveré a traerte a esta tierra; porque no te dejaré hasta que haya hecho lo que te he dicho” (v. 15). Dios va a guardar su salida y su entrada (Salmo 121:8), tal como lo hace con cada uno de nosotros en nuestro peregrinaje. No nos dejará hasta no

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