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      La sangre se concentró en mi rostro

      Los ojos escondidos en gozo

      Y tú atrincherada en las paredes del motel

      El corazón se entrecortaba

      Como las horas suspendidas de un reloj

      Al compás

      Tus caderas exorcizaron demonios

      Que te guardaban en vilo hacía meses

      Los cristales rotos

      Testigos de una noche engalanada

      Con la indiferencia de la concubina

      Del corcel predilecto

      Por la negrura airosa de Dionisos.

      Desde la cúspide fría

      Solo las culpas te acompañan

      Sin tregua ni reversa

      Vives entre verdugos expuesta ante las cadenas de un mundo

      Que centímetro a centímetro lacera tu carne en decadencia

      Mientras te das cuenta de lo errada que estás

      Al padecer siempre cuando deberías superar

      No conoces más que a tu propia indulgencia

      Desde la cúspide

      El flagelo es tu mayor consuelo

      Te fundes con ellos frente al firmamento

      En un instante mítico como si el tiempo no te afectara

      Como si fuera tu decisión y no un decreto infundado

      De esos que nos dejan frágiles e impotentes

      Sin redención.

      Mis pecados son agonías de otros tiempos

      Se camuflan en los versos paganos

      De hombres que no conocieron jamás la clemencia

      Son la desnudez de palabras cobardes

      El espejismo de la culpa de una supuesta osadía

      Reclaman verdades que subyacen en tu pecho

      Clavadas en la garganta e impresas en el alma

      Ser el registro de historias ajenas

      La pluma de versos que no deseas

      Es la muestra de la miseria escandinava

      De la pena que te da estar furtivo

      En líneas

      Entre figuras poéticas que nadie entiende.

      7. Dios del vino y de la danza para los romanos.

      8. Divinidad griega que personificaba la angustia.

      9. Dios de la poesía en la mitología nórdica.

      Ilustración - Antonio Escorcia

      Antonio Escorcia Valencia

      Félix, vendedor de raspao

      El camino vasto se acorta cuando lo andas

      El amanecer es tierno

      Por contenerse en la esencia líquida de kola, limón y tamarindo

      Que lleva tu carrito glacial.

      Las abejas se agitan al saborear con sus zumbidos

      La leche condensada

      Privilegio de quienes empuñan el brillo de una moneda de quinientos

      Con otra de cien

      En tus oídos

      Guardaste los chismes del barrio

      Que compartirás a otros vendedores

      Transportas los vasos cónicos que contendrán

      La nieve que tumbe el caluroso día

      Después de haberse raspado con seis giros de manivela

      El inverno que no llegó a Santa Marta

      Entre dos colegios en los que pelás y pelaos

      Te caen como gajos de mamones

      Nancy, la vendedora de jugos te saluda, admirada.

      Carlos, quien vende perros calientes, se inspira de tus esfuerzos.

      Mi hermano fue alegre por las veces que le fiaste ese elixir del trópico

      Mi papá te estrechó la mano en gratitud por refrescarles el alma a mis abuelos

      Mientras yo, el siempre niño delante de tus ojos

      Sostengo el corazón gélido más cálido que me dejaron

      Para nunca olvidarte.

      Agua

      El agua dejó a la ciudad.

      La tragedia ahoga porque la motobomba se cebó

      Pero el líquido se va

      Alrededor del barrio reluce el sudor desde la madrugada.

      Las arterias de las calles

      Ya no son los dibujos festivos

      Que todo un barrio adornaba para navidades

      Sino la palidez rígida del PVC

      Que se sumerge entre la rutina.

      Los niños que salieron para el colegio

      Se bañaron con paños húmedos

      Que previsoras guardaban sus madres

      Mientras los jóvenes

      Como Sísifos del trópico

      Suben y bajan las pimpinas de los cerros

      Para alimentar con dos pesos los bolsillos

      Que vaciarán enseguida

      En el almuerzo de la casa

      Y en uno que otro guarapo para el calor.

      Me miro con mi padre

      Desistimos de querer arrebatarle al tubo principal

      El arjé que Tales tanto adoraba.

      En cada una de sus pupilas

      Vienen aproximándose las lágrimas

      Únicas gotas con las que me bañaré

      En este lunes

      Que inaugura el fluir de otra semana con sequía.

      Como lenguaje moribundo, duermo en la oscuridad

      No obstante, algo me libera del sueño:

      Los libros del estante que susurran como vida que se apaga

      En una fila, algunos me arrastran hacia su aquelarre:

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