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al afán religioso, cuyo nombre pleno no es otro que “santidad”. A la cumbre más alta de la poesía española no asciende un artista principalmente artista, sino un santo, y por el más riguroso camino de su perfección; y la Noche oscura, el Cántico espiritual, la Llama de amor viva se deben a quien jamás escribe el vocablo poesía»[9].

      Su prosa es también admirada como la de un escritor clásico y eximio. Se trata de uno de los más destacados prosistas de nuestro siglo XVI, que hace autoridad. «Su mérito principal radica en haber sabido dotar a nuestra lengua de un amplio caudal de lenguaje místico. Antes de él, la prosa española contaba con buen número de escritores ascéticos, pero en la mística, con la relativa excepción de fray Francisco de Osuna y fray Bernardino de Laredo, apenas existían escritores dignos de nota. Todos ellos, además, eran teorizantes que reproducían noticias adquiridas en lecturas de obras ajenas. Fray Juan, por el contrario –al igual que Teresa de Ávila–, es un místico experimental, y ello le permite escribir desde vivencias personales, con la segura originalidad de un verdadero creador... Su lucha por la expresión le convierte, en consecuencia, en un gran potenciador de signos lingüísticos, que se concentran, matizan y estructuran de formas siempre nuevas. A partir de él, la prosa mística adquiere una andadura, un tono emotivo y una textura que enriquecerán para siempre el género, dándole un perfil que le define inconfundiblemente»[10].

      El propio Juan de la Cruz ya en las últimas líneas de la Subida rompe una lanza en favor del buen decir, «pues el buen término y estilo aun las cosas caídas y estragadas levanta y reedifica, así como el mal término a las buenas estraga y pierde» (3S 45,5). Buen término el suyo, buen odre el de su prosa, y vino excelente el de su poesía.

      Muy significativo es su magisterio en el mundo de la teología y en el de la dirección espiritual. Se han ido cumpliendo las ilusiones y los deseos de quienes clamaban porque se le declarase doctor de la Iglesia para que su palabra iluminadora de maestro y mistagogo sirviese de luz y guía en el camino. En el Breve del Doctorado se dice solemnemente: «Aunque la Subida del Monte Carmelo, Noche oscura, Llama de amor viva y otros opúsculos y cartas suyos tratan de materias difíciles y recónditas, encierran, sin embargo, tan copiosa doctrina y se adaptan tan bien a la inteligencia de los lectores, que con razón pueden ser considerados como el código y la escuela de toda alma fiel deseosa de emprender una vida más perfecta...; los escritores de teología y varones santos han visto sin cesar en él al maestro de santidad y piedad, y han acudido a su doctrina y escritos como a la límpida fuente del sentido cristiano y espíritu de la Iglesia, al tratar de las cosas espirituales»[11]. Gran parentesco el existente entre los escritos de Juan de la Cruz y la Biblia que, de un modo tan parecido, es llamada en el Concilio «alimento del alma, fuente límpida y perenne de vida espiritual» (DV 21).

      7. Subida del Monte Carmelo

      Agavilladas estas noticias bio-bibliográficas, geográficas e históricas, y recordados, de un modo general, los valores de su poesía, de su prosa y su capacidad de audiencia y la calidad de su magisterio, pasamos ahora al libro objeto de esta publicación.

      San Juan de la Cruz es el gran testigo y maestro de la experiencia mística. Vertió en sus escritos las vivencias que él tuvo lo mismo que no pocas de las ajenas, que le eran conocidas.

      En sus poemas dejó encerrada más que nada su experiencia propia. Personas conocedoras de sus versos y cautivadas por su belleza comenzaron a instarle para que desvelara los secretos allí encerrados, y fue accediendo poco a poco.

      A algunos de esos grandes poemas se acercó, después, en un segundo tiempo o momento con ánimo de explicarlos o comentarlos y glosarlos en prosa. Lo hizo en desigual medida, quedando siempre con la sensación y el convencimiento proclamado de no haber acertado a desvelar todo lo que encerraba su palabra poética.

      Sufrió siempre esa gran desazón, que, por otra parte, convirtió en criterio hermenéutico para el lector, asegurándole que, aunque había explicado algo de sus dichos de luz y amor, o dichos en inteligencia mística, no había que atarse a dicha interpretación, porque es mucho más y mejor lo que queda por decir que lo que se ha dicho. Por eso hay que acercarse a ellos y dejarlos en su anchura y amplitud nativas, más que reducirlos a una explicación exclusiva o excluyente (CB, prólogo 1-2).

      8. Fábrica de la Subida

      Las Canciones: En una Noche oscura

      El libro de la Subida tiene como base los cuarenta versos de las ocho canciones que comienzan: en una noche oscura.

      ¿Cuándo fue compuesto el poema?

      En mi opinión, dentro de la cárcel de Toledo (1577-1578). María de San José, monja de Segovia que le conocía muy bien y le trató mucho, declara: «Y dice esta testigo que ella misma oyó decir al venerable padre fray Juan de la Cruz que las dichas canciones de la Noche oscura las había escrito él en el tiempo que le tuvieron preso en Toledo» (BMC 14, p. 442).

      Hay quien cree que lo escribió después de fugarse de la cárcel. Sea de ello lo que fuere, es claro que en el poema hay alusiones a su fuga del calabozo: 1S 15,1-2; 2N 1,1. Parece una descripción de la fuga ya realizada salí sin ser notada, pero la preparación cuidadosa y detallada de la huida, la elección de la hora nocturna, esperando a que todos los de casa duerman profundamente, etc., en la mente del encarcelado es muy suficiente para provocar la inspiración poética y cuasi descriptiva de la fuga, de la salida. Y la inspiración asociada al ansia desiderativa de evadirse no necesita del hecho consumado para dejar en esas canciones constancia de la evasión como ya sucedida[12].

      Función del poema

      Las canciones vienen a ser algo así como la estructura poética del libro, su trama poética. Lo deja dicho en sus primeras intenciones de autor: «Toda la doctrina que entiendo tratar en esta Subida del Monte Carmelo está incluida en las siguientes canciones, y en ellas se contiene el modo de subir hasta la cumbre del Monte, que es el alto estado de la perfección, que aquí llamamos unión del alma con Dios» (Subida-argumento).

      Se ponen todas juntas y al principio como una síntesis, como esencia que irá desenvolviéndose y perfumeando a lo largo y ancho de todo el libro. Esta es la intención inicial y a ella se atiene en el libro primero, aunque ya de un modo irregular en ese mismo libro. En los siguientes parece olvidarse de sus versos que se van viendo enterrados o sepultados por la sistematización propia de un tratado que va tomando la obra.

      Cuenta, pues, esta obra con su esquema, o mejor, síntesis poética.

      Precisando un poco más, tenemos el estilo que se propone seguir y que es el siguiente: «Al tiempo de la declaración convendrá poner cada canción de por sí y, ni más ni menos, los versos de cada una, según lo pidiere la materia y declaración» (Subida-argumento).

      Transcribe la primera canción y la comenta de un modo general o global. A continuación el comentario del primer verso: en una noche oscura abarca 12 capítulos (2-13); la del segundo verso, uno solo (c. 14); y la de los tres últimos uno solo también (c. 15).

      El libro segundo se abre con la trascripción de la segunda canción: A oscuras y segura...; a continuación hace la declaración general y no vuelven a aparecer los versos en todo el libro ni en el siguiente.

      9. El monte

      Al esquema o guión poético hay que añadir otro esquema del propio autor, que podemos llamar pictórico, constituido por un diseño del Monte Carmelo. Diseño o papel exento del que se servirá pedagógicamente en diversos monasterios de monjas y frailes del Carmen para enseñar a subir a la perfección. Diseñó un gran número de esos montes, y lo fue perfeccionando sucesivamente. Recibía varios nombres: Monte de Perfección, El Monte simplemente y también el mismo nombre del libro: Subida del Monte Carmelo.

      Al presente no conocemos ninguno de esos originales autógrafos. Tenemos sólo uno, apógrafo, sacado del que entregó a Magdalena del Espíritu Santo, carmelita descalza en Beas y que es el que vamos a comentar a continuación y reproducimos al comienzo del texto sanjuanista, conforme al ms. 6296 de la Biblioteca Nacional de Madrid.

      Uno de los discípulos de Juan de la Cruz recuerda: «Entre los demás escritos que él escribió, hizo un papel

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