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Dios en algún sentido, preordena todo lo que sucede es un resultado necesario de su soberanía. En sí mismo no arguye a favor del calvinismo. Solamente declara que Dios es absolutamente soberano sobre su creación. Dios puede preordenar las cosas de diferentes maneras. Pero todo lo que sucede debe, al menos, suceder con su permiso. Si El permite algo, entonces debe decidir permitirlo. Si decide permitir algo, entonces en un sentido lo está preordenando. ¿Quién, entre los cristianos, argumentaría que Dios no podrá impedir que ocurriese algo en este mundo? Si Dios así lo desea, tiene poder para parar el mundo entero.

      Decir que Dios preordena todo lo que sucede es decir simplemente que Dios es soberano sobre toda su creación. Si algo pudiera suceder aparte de su permiso soberano, entonces lo que sucediese frustraría su soberanía. Si Dios rehusara permitir que algo sucediera y sucediese a pesar de todo, entonces cualquiera que fuese lo que lo hizo suceder, tendría más autoridad y poder que Dios mismo. Si hay alguna parte de la creación fuera de la soberanía de Dios, entonces Dios simplemente no es soberano. Si Dios no es soberano, entonces Dios no es Dios.

      Si hay una sola molécula en este universo que esté suelta y totalmente libre de la soberanía de Dios, entonces no tenemos garantía de que ni una sola promesa de Dios se cumpla jamás. Quizá esa molécula indómita destruya los grandes y gloriosos planes que Dios ha hecho y nos ha prometido. Como un grano de arena en el riñón de Oliver Cromwell cambió el curso de la historia de Inglaterra, así nuestra indómita molécula podría cambiar el curso de toda la historia de la redención. Es posible que una molécula sea lo que impida a Cristo regresar.

      Hemos oído la historia: Por falta de un clavo se perdió la herradura; por falta de la herradura se perdió el caballo; por falta del caballo se perdió el jinete; por falta del jinete se perdió la batalla; por falta de la batalla se perdió la guerra. Recuerdo mi angustia cuando oí que Bill Vukovich, el mejor piloto de su época, se mató en un accidente en las 500 millas de Indianapolis. Posteriormente se descubrió que el fallo se debió a un pasador que costaba 10 centavos.

      Bill Vukovich controlaba de manera asombrosa los coches de carreras. Era un magnífico conductor. Sin embargo, no era soberano. Una pieza de mínimo valor le costó la vida. Dios no tiene que preocuparse de que haya pasadores de 10 centavos que arruinen sus planes. No existen moléculas indómitas moviéndose libremente. Dios es soberano. Dios es Dios.

      Mis estudiantes comenzaron a ver que la soberanía divina no es un asunto peculiar al calvinismo, ni siquiera al cristianismo. Sin soberanía, Dios no puede ser Dios. Si rechazamos la soberanía divina, entonces debemos abrazar el ateísmo. Este es el problema que todos afrontamos. Debemos aferramos con todas nuestras fuerzas a la soberanía de Dios. Sin embargo, debemos hacerlo de tal manera que no violemos la libertad humana.

      En este punto debería hacer para el lector lo que hice para mis estudiantes en la clase nocturna: terminar la declaración de la Confesión de Westminster. La declaración completa dice lo siguiente:

      Dios, desde la eternidad, por el sabio y santo consejo de su voluntad, ordenó libre e inalterablemente todo lo que sucede; y sin embargo, de tal manera que ni Dios es el autor del pecado, ni hace violencia a la voluntad de las criaturas, ni quita la libertad o contingencia de las causas segundas, sino que las establece.

      Nótese que mientras que afirma la soberanía de Dios sobre todas las cosas, la confesión también afirma que Dios no hace maldad o viola la libertad humana. La libertad humana y el mal están bajo la soberanía de Dios.

      La soberanía de Dios y el problema del mal

      Sin duda alguna, la cuestión más difícil de todas es cómo el mal puede coexistir con un Dios que es totalmente santo y totalmente soberano. Me temo que la mayoría de los cristianos no se dan cuenta de la profunda severidad de este problema. Los escépticos llaman este asunto el “talón de Aquiles del cristianismo”.

      Recuerdo vívidamente la primera vez que sentí el dolor de este espinoso problema. Yo era nuevo en la facultad y había sido cristiano durante unas semanas solamente. Estaba jugando al pimpón en el salón del dormitorio de hombres cuando, en mitad de una bolea, me sobrevino el pensamiento: Si Dios es totalmente justo, ¿Cómo puede haber creado un universo donde esté presente el mal? Si todas las cosas proceden de Dios, ¿no procede de El también el mal?. Entonces, como ahora, me di cuenta de que el mal era un problema para la soberanía de Dios. ¿Se introdujo el mal en el mundo contra la voluntad soberana de Dios? En ese caso, El no es absolutamente soberano. Si no, debemos concluir que en algún sentido, aun el mal ha sido preordenado por Dios.

      Durante años busqué la respuesta a este problema, explorando las obras de teólogos y filósofos. Encontré algunos intentos ingeniosos de resolver el problema, pero hasta ahora, nunca he encontrado una respuesta plenamente satisfactoria. La solución más común que oímos para este dilema es una simple referencia al libre albedrío del hombre. Oímos afirmaciones tales como: “El mal se introdujo en el mundo por el libre albedrío del hombre. El hombre es el autor del pecado, no Dios.”

      Sin duda, esa afirmación encaja con el relato bíblico del origen del pecado. Sabemos que el hombre fue creado con libre albedrío y que el hombre libremente escogió pecar. No fue Dios quien cometió el pecado, fue el hombre. El problema, sin embargo, aún persiste. ¿De dónde sacó el hombre la más mínima inclinación a pecar? Si fue creado con algún deseo de pecar, entonces se arroja una sombra sobre la integridad del Creador. Si fue creado sin deseo alguno de pecar, entonces debemos preguntar de dónde vino ese deseo.

      El misterio del pecado está ligado a nuestro entendimiento del libre albedrío, el estado del hombre en la creación y la soberanía de Dios. La cuestión del libre albedrío es tan vital para nuestro entendimiento de la predestinación, que dedicaré un capítulo entero al tema. Hasta entonces restringiremos nuestro estudio a la cuestión del primer pecado del hombre.

      ¿Cómo pudieron caer Adán y Eva? Ellos fueron creados buenos. Podríamos sugerir que su problema fue la astucia de satanás. Satanás los engañó; los embaucó para que comiesen del fruto prohibido. Podríamos suponer que la serpiente fue tan aduladora que embaucó totalmente a nuestros primeros padres.

      Esta explicación conlleva varios problemas. Si Adán y Eva no se dieron cuenta de lo que estaban haciendo, si fueron totalmente embaucados, entonces el pecado habría sido todo de satanás. Pero la Biblia deja claro que a pesar de su astucia, la serpiente habló desafiando directamente el mandamiento de Dios. Adán y Eva habían oído a Dios promulgar su prohibición y advertencia. Oyeron a satanás contradiciendo a Dios. La decisión estaba clara ante ellos. No podían apelar a la astucia de satanás para excusarse. Aun si satanás no hubiera sólo embaucado sino forzado a Adán y Eva a pecar, aún no estamos libres de nuestro dilema. Si hubieran podido decir con razón: “El diablo nos hizo hacerlo”, aún tendríamos que afrontar el problema del pecado del diablo. ¿De dónde procede el diablo? ¿Cómo consiguió transmutar de lo divino a diabólico?

      Tanto si estamos hablando de la Caída del hombre o de la caída de Satanás, estamos tratando aún el problema de criaturas buenas que se vuelven malas. Oímos la explicación “fácil” de que el mal vino a través del libre albedrío de la criatura. Se dice que el libre albedrío es una buena cosa, y el que Dios nos dé libre albedrío no hace recaer la culpa sobre El. En la creación, al hombre le fue dada la capacidad para pecar y la capacidad para no pecar. El escogió pecar. Pero la cuestión queda: “¿Por que?”

      Aquí radica el problema. Antes que una persona pueda cometer un acto de pecado, ha de tener primero un deseo de realizar ese acto. La Biblia nos dice que las malas acciones fluyen de los malos deseos. Pero la presencia de un deseo malo es ya pecado. Pecamos porque somos pecadores. Nacimos con una naturaleza de pecado. Somos criaturas caídas. Pero Adán y Eva no fueron creados caídos. No tenían una naturaleza de pecado. Eran criaturas buenas con libre albedrío. Sin embargo, escogieron pecar. ¿Por qué? No lo se. Ni he encontrado aún a alguien que lo sepa.

      A pesar de este intrincado problema, debemos afirmar aún que Dios no es el autor del pecado. La Biblia no revela las respuestas a todas nuestras preguntas. Revela la naturaleza y el carácter de Dios. Una cosa es absolutamente negada: que Dios pudiera ser el autor o realizador

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