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o emprenderla a golpes contra vuestra mujer | perro | cara, y luego me echéis la culpa. Si sois personas así, no cabe duda de que os habréis pasado toda la puta vida echándoles la culpa a otros cuando hacéis esas cosas, así que os ruego que no proyectéis en mí el odio que sentís por vosotros mismos. Yo, de vez en cuando, he hecho precisamente eso, y es algo que resulta tan errado como ridículo.

      La mejor parte de mí ni siquiera quiere que leáis este libro. Aspira al anonimato, a la soledad, a la humildad, al espacio privado y a la intimidad. Pero esa parte mejor constituye una fracción minúscula del todo, y el voto de la mayoría dice que lo compréis, lo leáis, reaccionéis a él, habléis de él, me queráis, me perdonéis, y consigáis algo especial gracias a él.

      Como ya he comentado, en ciertas partes de este libro se va a hablar de música clásica. Si este detalle os inquieta, haced una cosa antes de tirar este ejemplar o devolverlo a la estantería. Comprad, robad o escuchad en streaming estos tres discos: La Sinfonía n.º 3 y la Sinfonía n.º 7 de Beethoven (podéis comprar en iTunes las nueve, interpretadas por la Orquesta Sinfónica de Londres, por 5,99 libras); las Variaciones Goldberg de Bach (interpretadas al piano por Glenn Gould, idealmente en la grabación de 1981, que está en iTunes por menos de 5 libras); los Conciertos para piano 2 y 3 de Rajmáninov (con Andrei Gavrilov al piano, 6,99 libras). En el peor de los casos, los habréis pagado, los odiaréis y os habréis quedado sin el dinero que os habría costado comer fuera de casa. Decidme que soy gilipollas por Twitter y pasad a otra cosa. En el mejor de los casos, le habréis abierto la puerta a algo que os dejará anonadados, encantados, emocionados y conmocionados durante del resto de vuestra vida.

      En mis conciertos hablo de las piezas que interpreto, cuento por qué las he elegido, qué importancia tienen para mí, en qué contexto se compusieron. Y, llevado por el mismo espíritu, voy a ponerle una banda sonora a este libro. De igual modo que los restaurantes elegantes proponen vinos con que acompañar cada plato, habrá composiciones musicales para acompañar cada capítulo. Podéis encontrarlas en Internet, en la página http://bit. do/instrumental. Son gratis, importantes y las he elegido con mucho cuidado. Espero que os gusten.

       Tema1

      Bach, Variaciones Goldberg, Aria

      GLENN GOULD, PIANO

      En 1741, un acaudalado conde (o algo parecido) tenía problemas de salud y de insomnio. Como solía hacerse en la época, contrató a un músico para que viviera en su casa y tocara el clavicordio mientras él pasaba la noche en vela, enfrentándose a sus demonios. Aquello era el equivalente barroco a los programas de debates radiofónicos.

      El músico se llamaba Goldberg, y el conde lo llevó a ver a J. S. Bach para que éste le diera clases. Al término de una de esas sesiones, el noble comentó que le gustaría que Goldberg pudiera tocarle algunos temas nuevos, para ver si lo animaban un poco a las tres de la madrugada. El Trankimazin todavía no había sido inventado.

      A raíz de esto, Bach compuso una de las piezas de música para teclado más imperecederas y potentes que se han creado jamás, que acabó denominándose Variaciones Goldberg: un aria a la que siguen treinta variaciones que terminan, cerrando el círculo, con una repetición de esa primera aria. El concepto del tema y las variaciones se parece al que se observa en un libro de relatos cortos basados en una idea unificadora: el primer cuento describe un tema en concreto, y cada uno de los siguientes guarda cierta relación con dicho tema.

      Para un pianista, éstas son las composiciones musicales más frustrantes, difíciles, abrumadoras, trascendentes, traicioneras e intemporales. Como oyente, en mí tienen un efecto que solo logran los medicamentos más punteros. Son clases magistrales sobre Lo Maravilloso, y contienen todo lo que una persona podría querer saber a lo largo de su vida.

      En 1955, un joven, brillante e iconoclasta pianista canadiense llamado Glenn Gould se convirtió en uno de los primeros músicos que las interpretó y las grabó al piano, en vez de hacerlo al clavicordio. Decidió incluirlas en su primer disco, lo que espantó a los ejecutivos de la discográfica, que querían algo más convencional. El álbum pasó a ser uno de los más vendidos de todos los tiempos dentro de su género, y hoy en día sigue siendo una referencia para los demás pianistas. Ninguno logra igualarlo.

      Estoy sentado en mi piso de Maida Vale, situado en la parte chunga cerca de Hollow Road, en la que la gente grita a los niños y el alcohol y el crack son tan comunes como los zumos Tropicana y los cereales del desayuno. Perdí mi preciosa casa en la parte pija de esa zona (Randolph Avenue, distrito W9, ahí es nada) cuando terminó mi matrimonio: esa vivienda tenía ciento ochenta y cinco metros cuadrados, un flamante piano de cola Steinway, un jardín grande, cuatro cuartos de baño (ni se os ocurra comentar nada), dos plantas y el obligatorio frigorífico Smeg.

      La verdad es que en esa casa también había manchas de sangre en la moqueta, gritos de rabia atrapados en las paredes y un hedor a tedio perpetuo que no se iba ni con ambientador Febreze. Mi vivienda actual es pequeña pero de formas perfectas, solo tiene un aseo, no hay jardín, dispongo de un piano vertical cutre y japonés, y reina el olor infinitamente más agradable de la esperanza y la posible redención.

      Rodeado por un grupo de directores, productores, miembros del equipo técnico, ejecutivos de Channel 4 y qué sé yo, estoy junto a Hattie, mi novia; Georgina, mi madre; Denis, mi mánager; y Matthew, mi mejor amigo. Estas cuatro personas han estado conmigo desde el principio, mi madre de forma literal; los otros, de manera cósmica, o al menos me acompañan desde hace unos cuantos años.

      Estos individuos son mi pilar. Mi Todo. Al margen de mi hijo, cuya notable ausencia me resulta desgarradora, ellos son las fuerzas que me guían e iluminan en la vida, y representan el motivo más poderoso posible para sobrevivir (suena a letra de canción) en las épocas oscuras.

      Nos encontramos en mi salón, hay cajas de pizza desperdigadas por el suelo y estamos a punto de ver mi primer programa de televisión en Channel 4: James Rhodes: Notes from the Inside [‘James Rhodes: Notas desde el interior’]. Se trata de un momento muy importante para mí. Supongo que lo sería para cualquiera. Pero en mi caso, que soy una persona que ni siquiera tendría que estar donde estoy, esto representa algo que va mucho más allá de esa enfermedad venérea del «mírame, salgo por la tele» que los programas de telerrealidad con famosos, Gran Hermano y el presentador Piers Morgan, nos han contagiado, dándonos por culo sin parar a través de todos los medios de comunicación en todas partes.

      Han pasado casi seis años desde que me dieron el alta en una institución psiquiátrica.

      Salí de mi último hospital mental en 2007, hasta las trancas de medicamentos, sin carrera profesional, sin mánager, sin discos, sin conciertos, sin dinero y sin dignidad. Ahora estoy a punto de aparecer ante un público estimado en más de un millón de personas, en un documental de Channel 4 en cuyo título aparece mi nombre, y en horario de máxima audiencia. De modo que sí: por mucho que ponga la obligatoria mueca indignada de víctima asqueada con el mundo, esto es algo muy importante.

      Más aún si tenemos en cuenta que habría sido muy fácil que yo acabara saliendo en un documental de Channel 5 que se titulase: Me he comido mi propio pene para que los extraterrestres dejaran de decirme cosas. Otra vez. Habría sido igual de fácil que apareciera en las secuencias grabadas con cámaras de vigilancia de un episodio de Crimewatch. Pero no es el caso. Esta situación es maravillosa, auténtica, torpe e incómoda. Como una primera cita en la que cuentas demasiadas cosas de ti (y quiero decir demasiadas) aunque te da igual porque la chica es preciosa y te entran ganas de acurrucarte junto a ella y de morirte desde el primer instante en que la ves.

      La idea que subyace tras la grabación que hemos creado es que la música cura, que ofrece una posibilidad de redención. Se trata de una de las pocas cosas (que no sea de índole química) que puede llegar a los últimos recovecos de nuestro corazón y nuestra mente y tener un efecto verdaderamente positivo. De modo que llevo un gigantesco Steinway modelo D (el mejor que existe, de 120.000 libras de precio

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