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que trabaja como director de mantenimiento en una abadía trapense en un encantador paisaje de Filadelfia, y el padre Paul, el abad de mediana edad que disfruta de su vocación y de poder servir de instrumento para que otros encuentren a Dios.

      Un camino de sanación interior es el proceso del duelo de Anne, su enfado con Dios, su diálogo con el dolor de María, los desgarradores recuerdos del accidente de su hijo, la memoria de sus padres, el encuentro con el anciano monje que la bautizó o su itinerario de oración con el Jardinero resucitado. Descubrir a Dios en los propios dones, en el reconocimiento de la inseguridad, en una vida un tanto superficial y centrada en el placer es lo que va acaeciendo en Mark. Una figura clave: el abad, un hombre también en búsqueda, que sabe lo que es amar, que siente que está vivo en medio de sus mil ocupaciones, que provoca diálogos hondos, que invita a contemplar la naturaleza y el misterio del Dios de Jesús. El padre Paul muestra las claves de un acompañamiento espiritual en el que los acompañados notan la actividad de Dios en medio de sus vidas.

      El punto del Creador

      Después de remarcar la importancia de las zonas verdes, nos gustaría observar dos puntos relevantes que aparecen en la Biblia: en el Génesis y en el evangelio de Lucas. En el relato creador de los dos primeros capítulos del primer libro del Antiguo Testamento, Dios pone un punto al culminar el séptimo día. Podríamos decir que es un punto y aparte. Un punto para releer la acción creadora, para recapitular, para admirar la grandeza de una obra surgida del decir divino, para subrayar la necesidad del descanso, de la pausa, de la invitación a la contemplación: «Para el día séptimo había concluido Dios toda su tarea; y descansó el día séptimo de toda su tarea. Y bendijo Dios el día séptimo y lo consagró, porque ese día descansó Dios de toda su tarea de crear» (Gn 2,2-3).

      La manera de actuar de Dios nos muestra a nosotros posibles formas de gestionar nuestro tiempo, nuestra semana, dando espacios a relecturas, análisis, reflexión y oración. Ese punto del Dios creador supone nuestro punto de partida, al que habremos de volver para seguir transitando por la ortografía vital. Releer la vida de una manera creyente es una sana práctica que puede entroncar con el «proyecto de sentido», como gusta llamarlo a Juan Antonio Estrada, de lo que es la existencia diaria con el fin último de la misma. Como ocurre cuando escribimos un texto, que, al releerlo, descubrimos matices que faltan o ausencias que hemos de cubrir hasta que queda completo, así sucede también con esa mirada hacia la propia vida en clave de revisión.

      Otro punto a modo de parada lo hallamos en casa de Marta y María (cf. Lc 10,38-42). La amistad es un don precioso para Jesús. Las personas experimentamos la necesidad de un ambiente donde expresarnos con libertad, confianza, con naturalidad, y sentirnos queridos. En casa de Marta y María se ofrece a Jesús la oportunidad del diálogo hondo, del descanso y de la mesa compartida. Marta y María son dos figuras complementarias para la vida cristiana. Necesitamos ser activos, entregados, serviciales como Marta y, al mismo tiempo, cuidar espacios para la oración, el diálogo, la intimidad con el Señor. María a los pies de Jesús nos transmite paz. Necesitamos escuchar al Señor, pararnos para recibir ese don y saciar nuestra hambre de sus palabras. ¡Qué gracia poder contar con hermanos y hermanas para dialogar, sin mirar el reloj, sobre la oración, el compromiso, nuestra vida! Ojalá cultivemos estos puntos, transformados en espacios como aquella casa de Betania, símbolo de acogida y de oración.

      Tras la pausa del punto: en mayúscula

      El punto se va repitiendo a lo largo de nuestra trayectoria vital. El punto y seguido queda impreso en lo cotidiano, en todo lo que hacemos. Va separando los diferentes enunciados de nuestro día a día, dándoles conexión, por lo que supone una pausa que oxigena nuestros pulmones y nos impulsa hacia adelante. Después de un punto, recuerda el dibujante Fano, se escribe con mayúscula: «Te vas de retiro, y escribes con mayúscula. Haces un buen rato de oración, y escribes con mayúscula. Cultivas la interioridad, y escribes con mayúscula, porque comienzas de otra manera, con una nueva ida, un nuevo propósito».

      Continuemos con los tipos de puntos. El llamado punto y aparte lo establecen las circunstancias que conducen a cambiar de rumbo, los inicios de las diferentes etapas que jalonan la existencia, reconociendo que se deja algo atrás y que se inicia algo nuevo, esto es, un antes y un después, que sellan los encuentros que nos han ido transformando. Podríamos hacer un ejercicio de memoria de los distintos puntos y aparte de nuestra vida. Si, por ejemplo, leemos la biografía de algún santo, descubriremos también esas etapas. Recomendamos esta actividad con la novela El olvido de sí 7, de Pablo d’Ors, que desenvuelve las varias etapas del santo Carlos de Foucauld: la confusión del vizconde de Foucauld, el explorador de Marruecos, el converso francés, el novicio de Akbes, el jardinero de Nazaret, el ermitaño del Sahara, el hermano universal y el místico itinerante. Al ir contemplando esos puntos y aparte en la vida de este apasionado por Dios, caeremos en la cuenta de que toda ella estuvo atravesada por puntos y seguidos de singular hondura. El termómetro de la vida de oración de Foucauld era precisamente ver su actitud ante las tareas domésticas. Cuando lo que tenemos que hacer es pequeño, oculto, sin brillo, y lo hacemos con afán, ahí se percibe el mejor termómetro del orante. Eso le sucedió a María cuando fue no solo a visitar a su prima Isabel, sino más bien a atenderla en los muchos quehaceres de una mujer entrada en años, embarazada y con una casa que llevar adelante (cf. Lc 1,39-56).

      Puntos y aparte: las etapas de la vida

      También podemos asociar los puntos y aparte a cada una de las etapas de la vida. Lo haremos centrándonos en el texto de la adoración de los Magos (cf. Mt 2,1-12), que hace ver cómo la salvación que trae el Mesías es para todos los pueblos, no solo para los judíos. Los Magos, venidos de Oriente, representan a los paganos que se han puesto en camino y han descubierto a Jesús a través de los judíos. La tradición, por eso, los ha representado de distintas razas, de los tres continentes entonces conocidos. Pero, se pregunta Poldo Antolín, párroco de Virgen del Camino, de Málaga, esta interesante cuestión: ¿no podría entenderse que este Dios encarnado, Emmanuel, que viene para ser el Mesías de todos los pueblos, está emplazado a ser también el Mesías para todas las edades?

      En efecto, la iconografía los ha representado, en muchos casos, no solo de tres razas, sino de tres edades, las tres edades de la vida: juventud, vida adulta y ancianidad. Podemos comprobarlo en La adoración de los Magos de pintores de la talla de Andrea Mantegna, Pedro Berruguete o Hans Memling. Las tres adoran precisamente a la primera de todas: un Mesías niño. Tres edades caminan juntas buscando lo mismo: su fin es adorar al Mesías. Han visto salir su estrella y vienen a adorarlo. La búsqueda de un interés común les ha permitido mantenerse unidos en un admirable viaje que seguro que no ha estado exento de dificultades, pero que han sabido recorrer juntos hasta llegar a la meta. ¿Qué actitudes por parte de cada uno lo habrán hecho posible? ¿Qué ha podido aportar cada cual como propio de su edad y beneficioso para el conjunto?

      Nuestro rey mago anciano es el que verdaderamente adora, ha dejado su corona al pie del niño y le ofrece su regalo. Al agacharse se coloca por debajo del Mesías y deja verlo. Contemplad la escena en la Adoración de los Magos (1424) de Gentile da Fabriano. Los tres se encuentran juntos en el portal, mostrándonos quizá el mejor ejemplo de una comunidad intergeneracional donde cada cual, saliendo de sí, ha contribuido a recorrer el camino. Han llegado a la meta, y lo han hecho juntos. Un movimiento de descenso, que podemos llamar kenótico, de abajamiento, entrega y humildad se ha ido produciendo con el paso del tiempo.

      Punto final: cambio de cromatismo

      La Ortografía de la lengua española, de la Real Academia, nos recuerda que «si aparece al final de un escrito o de una división importante del texto (un capítulo, por ejemplo), se denomina punto final». ¿Puede existir un punto final para los creyentes? Probablemente, lo que existe es un cambio de color, pero nunca un final, porque la misericordia de Dios no tiene fin. Se entenderá con esta anécdota que supuso toda una revelación una mañana dominical, cuando veíamos la emisión del programa «Últimas preguntas», del 17 de julio de 2016 8, que dirige M.ª Ángeles Fernández en TVE. En esta ocasión, la entrevistada era Verónica Macedo, fundadora de Saniclown, la Asociación

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