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no como esclavos—, seguimos el sendero que el Señor ha señalado para cada uno de nosotros. Saboreamos esta soltura de movimientos como un regalo de Dios.

      Responsables ante Dios

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      Os lo repito: no acepto otra esclavitud que la del Amor de Dios. Y esto porque, como ya os he comentado en otros momentos, la religión es la mayor rebeldía del hombre que no tolera vivir como una bestia, que no se conforma —no se aquieta— si no trata y conoce al Creador. Os quiero rebeldes, libres de toda atadura, porque os quiero —¡nos quiere Cristo!— hijos de Dios. Esclavitud o filiación divina: he aquí el dilema de nuestra vida. O hijos de Dios o esclavos de la soberbia, de la sensualidad, de ese egoísmo angustioso en el que tantas almas parecen debatirse.

      Esta es la libertad gloriosa de los hijos de Dios. Los cristianos amilanados —cohibidos o envidiosos— en su conducta, ante el libertinaje de los que no han acogido la Palabra de Dios, demostrarían tener un concepto miserable de nuestra fe. Si cumplimos de verdad la Ley de Cristo —si nos esforzamos por cumplirla, porque no siempre lo conseguiremos—, nos descubriremos dotados de esa maravillosa gallardía de espíritu, que no necesita ir a buscar en otro sitio el sentido de la más plena dignidad humana.

      Hemos sacado la carta que gana, el primer premio. Cuando algo nos impida ver esto con claridad, examinemos el interior de nuestra alma: quizá exista poca fe, poco trato personal con Dios, poca vida de oración. Hemos de rogar al Señor —a través de su Madre y Madre nuestra— que nos aumente su amor, que nos conceda probar la dulzura de su presencia; porque solo cuando se ama se llega a la libertad más plena: la de no querer abandonar nunca, por toda la eternidad, el objeto de nuestros amores.

      [1] Lc V, 4.

      [2] Lc V, 8.

      [3] S. Agustín, Sermo CLXIX, 13 (PL 38, 923).

      [4] Lc XIX, 14.

      [5] Dt XXX, 15-16. 19.

      [6] Mt XIX, 21.

      [7] Mt XIX, 22.

      [8] Lc I, 38.

      [9] Hebr X, 7

      [10]Cfr. Lc XXII, 44.

      [11] Is LIII, 7.

      [12] Ioh X, 17-18.

      [13] Ioh VIII, 32.

      [14] Orígenes, Commentarii in Epistolam ad Romanos, 5, 6 (PG 14, 1034—1035).

      [15] Cfr. Gal IV, 31.

      [16] Cfr. Ioh XIV, 6.

      [17] Cfr. Act IX, 6.

      [18] Mt XXII, 37.

      [19] Rom VIII, 21.

      [20] S. Máximo Confesor, Capita de charitate, 2, 32 (PG 90, 995).

      [21] S. Tomás de Aquino, Super Epistolas S. Pauli lectura. Ad Romanos, cap. II, lect. III, 217 (ed. Marietti, Torino, 1953).

      [22] Orígenes,

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