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duerme, de que no nos oye; pero San Lucas narra cómo se comporta el Señor con los suyos: mientras ellos —los discípulos— iban navegando, se durmió Jesús, al tiempo que un viento recio alborotó las olas, de manera que, llenándose de agua la barca, corrían riesgo. Con esto, se acercaron a Él, y le despertaron, gritando: ¡Maestro, que perecemos! Puesto Jesús en pie, mandó al viento y a la tormenta que se calmasen, e inmediatamente cesaron, y siguió una gran bonanza. Entonces les preguntó: ¿dónde está vuestra fe? [28].

      Si nos damos, Él se nos da. Hay que confiar plenamente en el Maestro, hay que abandonarse en sus manos sin cicaterías; manifestarle, con nuestras obras, que la barca es suya; que queremos que disponga a su antojo de todo lo que nos pertenece.

      [1] Ioh X, 14.

      [2] Ioh XVII, 3.

      [3] Ioh X, 14.

      [4] Cfr. Ecclo XVIII, 13.

      [5] Eph I, 4-5.

      [6] 1 Thes IV, 3.

      [7] Ioh VII, 10.

      [8] Cfr. Mt XVI, 24.

      [9] S. Gregorio Magno, Homiliae in Evangelia, 6, 6 (PL 76, 1098).

      [10] Col III, 14.

      [11] Mt XXII, 37.

      [12] S. Marcos Eremita, De lege spirituali, 172 (PG 65, 926).

      [13] S. Jerónimo, Epistolae, 60, 12 (PL 22, 596).

      [14] Ioh XVII, 19.

      [15] Gal V, 9.

      [16] Cfr. S. Juan de la Cruz, Carta a María de la Encarnación, 6-VII-1591.

      [17] Sta. Teresa de Jesús, Libro de la vida, 20, 26.

      [18] Gal IV, 31.

      [19] Act XXI, 5.

      [20] Casiano, Collationes, 6, 17 (PL 49, 667-668).

      [21] Cant II, 15.

      [22] Ioh XXI, 17.

      [23] Ps XLII, 2.

      [24] Eph IV, 13.

      [25] Lc V, 4.

      [26] Lc V, 10-11.

      [27] Mc VI, 48, 50-51.

      [28] Lc VIII, 23-25.

      [29] 1 Reg III, 9.

      LA LIBERTAD, DON DE DIOS

      [Homilía pronunciada el 10-IV-1956]

      23

      Escoger la vida

      24

      Con agradecimiento, porque percibimos la felicidad a que estamos llamados, hemos aprendido que las criaturas todas han sido sacadas de la nada por Dios y para Dios: las racionales, los hombres, aunque con tanta frecuencia perdamos la razón; y las irracionales, las que corretean por la superficie de la tierra, o habitan en las entrañas del mundo, o cruzan el azul del cielo, algunas hasta mirar de hito en hito al sol. Pero, en medio de esta maravillosa variedad, solo nosotros, los hombres —no hablo aquí de los ángeles— nos unimos al Creador por el ejercicio de nuestra libertad: podemos rendir o negar al Señor la gloria que le corresponde como Autor de todo lo que existe.

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