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la incertidumbre de una respuesta que no llegaba, pero que podía intuirse fatal.

       Él por fin la miró. Emilia no reconoció en sus ojos al hombre con quien compartía su vida desde hacía casi diez años.

       –También tengo algo que decirte y prefiero que sea rápido.

       –Preparo el almuerzo, tengo todo freezado y hablamos –dijo intentando dilatar el momento.

       –No voy a comer.

       –Pero ya pasó el mediodía –señaló–. Yo nunca estoy a esta hora, podemos aprovechar para estar juntos y me cuentas lo que sea que tengas que decir.

       –Tengo muy claro que nunca estás aquí a esta hora, por eso… –la miró y no pudo decirle que era la razón por la que armaba su bolso y partía en ese momento porque no quería enfrentarla. El sonido de la vibración de su celular podía escucharse entre ambos. No atendió.

       –Por eso, ¿qué?

      –Me voy, Emilia –dijo Alejandro de manera absoluta. No cabía ni silencio, ni pausa, ni opciones, ni nada entre esas palabras cerradas.

       –¿Adónde? No entiendo… –alcanzó a decir justo cuando em pezaba a comprender.

       –Me voy de la casa. Se terminó.

       –¿Qué cosa terminó? –la realidad no era una opción que pudiera procesar su lógica.

       –Se acabó el amor. Ya no te amo. Tengo cuarenta años y quiero ser feliz. Por eso me voy. No quiero más esta vida.

      Emilia se quedó muda. No podía articular palabra, el nudo en su garganta se enredaba con el sabor amargo y la incredulidad. Se negaba a aceptar lo que había escuchado. Intentaba asimilar la situación. No podía. Alejandro continuaba cargando algunas cosas más del baño. Su desodorante, su perfume y su cepillo de dientes. Parecía un desconocido abandonando un hotel temporal.

       –No puede ser cierto lo que dices –dijo ella con un hilo de voz.

      –Lo es –respondió rotundo–. Hace tiempo que estamos mal, solo que tú no quieres verlo porque tus planes son el matrimonio feliz, hijos, una casa, dos autos, tal vez un perro. Ahorros. Viajes al exterior, milimétricamente planeados. Vacaciones en la costa, almuerzos familiares y bodas de oro. Pero ese es “tu plan” –remarcó–, no el mío. Nunca lo fue.

       –Alejandro, ¿te volviste loco? –dijo Emilia sin poder contener las lágrimas.

      –No. Nunca estuve tan seguro de algo en mi vida. Lo siento, no quiero lastimarte, pero es mejor que seguir con esta farsa. No tenemos hijos y eso lo hace más fácil. Es una suerte que no hayas quedado embarazada –era honesto. Eso pensaba. No la amaba, pero tampoco disfrutaba dejarla, sabía lo que eso significaría para ella. Esas últimas palabras fueron un golpe bajo que le quitó la respiración.

      –¿Tienes otra mujer? –preguntó ella sintiendo que todo era una pesadilla. La estadística adelantaba la respuesta. Era evidente que él había enfocado su deseo en otra mujer, quien con seguridad lo había hecho sentir tan diferente como para tomar esa decisión. Pero... ¿y las señales? Siempre había. Se distrajo unos segundos en esa reflexión antes de volver a mirarlo de forma inquisidora.

       –Sí –dijo con rotunda e inesperada honestidad.

      Para Emilia era una respuesta letal que significaba el derrumbe de su vida entera. Convertía su matrimonio en un número más de las estadísticas de infidelidad y ruptura. Para él, apenas dos letras que lo liberaban del tiempo y los planes familiares.

      –¿Cómo fuiste capaz? ¿Desde cuándo me engañas? –su tono era más alto, pero no alcanzaba a ser un reproche; el dolor no le permitía expresarse. Sentía que un tren había pasado sobre cuerpo. Pensó en la vida que crecía dentro de ella, no podía decirle a un hombre que no lo deseaba que sería padre. ¿Qué sentido tenía intentar retenerlo con ese motivo que los unía cuando todo lo demás los separaba?–. ¿Qué hice mal? –preguntó asumiendo una autoestima inexistente y toda la culpa.

       –No lo sé. Simplemente “se acabó el amor”–repitió.

       –¡No el mío!

       –Ojalá pudiera cambiar eso –fue cruel sin darse cuenta.

       –¿Desde cuándo, Alejandro? –insistió, como si saber eso modificara en algo el rumbo de los acontecimientos.

       –No importa –dijo, mientras se dirigía a la puerta de la casa con su bolso en la mano.

       –A mí sí me importa –Emilia gritó y se puso delante de él im pidiendo que avanzara. Otra vez vibraba su celular en el bolsillo de su jean.

       –Desde que “se acabó el amor” y me di cuenta de que tus planes no son los míos –respondió. Abrió la puerta y se fue.

       Emilia corrió detrás de él, suplicándole. Alejandro no dijo nada más. No hubo despedida alguna. Solo un hombre partiendo. Así, en la acera de la casa que habían soñado juntos y que habían logrado comprar hacía dos años, lo vio subir a su auto en marcha, que lo esperaba enfrente. Conducía una mujer. Rubia, con lentes oscuros, alcanzó a ver.

      Seguía lloviendo.

      CAPÍTULO 4

      Desacuerdo

      Un desacuerdo tal vez sea la distancia más corta entre dos mentes.

      Kahlil Gibran, 1985

      BOGOTÁ

      Isabella llevaba noches sin dormir bien. Se despertaba, observaba a Matías, confirmaba cuánto lo amaba y se levantaba para calmar sus pensamientos. Después de tres años juntos, estaba más enamorada de él que nunca, y la enojaba tremendamente que un tema tan difícil se interpusiera entre los dos, con posiciones tan radicalmente opuestas.

      Sobre todo, porque estaba segura de que era el hombre de su vida. Pero no era menos cierto que había descubierto que ella era la mujer de su vida y que ya no haría nada que no tuviera ganas de hacer. Un empate de género en el que debía elegir entre priorizar sus deseos o acceder a los de Matías. ¿Por qué un “no quiero” y punto final no era suficiente?

      La propuesta de Lucía consistía en mudarse durante tres meses a Nueva York y hacerse cargo de la dirección editorial de To be me, una revista similar a Nosotras, la publicación en la que trabajaba en Bogotá. El contenido habitual incluía temas dirigidos a la mujer actual, como moda, consejos de belleza, familia, amor, trabajo, sexualidad y prensa del corazón. Además, tenía una versión en castellano, Ser yo, dirigida a los habitantes latinos que residían en Estados Unidos. En principio, la experiencia se presentaba como una gran posibilidad en reemplazo de la actual editora, quien inicialmente estaba por tomarse tres meses de licencia por maternidad y, quizá, un año sabático.

      Isabella sentía que el destino se burlaba de ella, enviando señales relacionadas con las mismas cuestiones.

      Otra vez Nueva York. Recordó que cuando había aceptado casarse con Luciano, su exesposo, había rechazado una propuesta parecida. Su pasado y una culpa que ya no pesaba sobre su espalda habían sido determinantes, pero ¿qué debía hacer frente

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