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cambio… ¿De qué tipo?

      –No lo sé; de aire, creo. Pedí en el trabajo que se me tenga en cuenta para volver a viajar y apareció algo, solo que no es por algunos días como para recuperar el movimiento –dijo refiriéndose a una estadía breve–. Existe la posibilidad de ir a Bogotá de tres meses a un año, surgió un reemplazo en una revista. Sería una buena experiencia, algo diferente. Supongo que la idea de Juan Pablo, mi editor, tiene que ver con incluirme en la revista del periódico a mi regreso. No tengo práctica en eso –explicó lo que se le había ocurrido pensando en el tema–. Me darían vivienda y viáticos si es que me seleccionan. Tendré una entrevista virtual en breve.

      –¿Y Makena?

      –Vendría conmigo, por supuesto. Puedo tramitar el pase a un colegio allá. ¿Qué piensas?

      –Que es una locura. Mudarte de país no cambiará las cosas, el vacío viajará contigo. No puedes exponer a la niña a cambios repentinos solo pensando en ti y…

      –Usaré tus palabras: Hasta aquí llegamos con tus consejos. Necesito mi espacio para decidir –la interrumpió.

      –Pero María Paz, estarías sola en otro país –Emilia intentó que su hermana reflexionara.

      –Estaría con mi hija y comunicada con mami y contigo. Es tiempo de que me anime a lo que deseo.

      –¿Y qué es lo que deseas? ¿Ir a Bogotá? –preguntó con ironía–. Nunca has hablado de Colombia.

      –Deseo ser feliz y cambiar mi presente de manera radical.

      –Radical sería, sin dudas –agregó Emilia sin pensar–. Supongo que el destino se divierte con nosotras al mismo tiempo. Te respeto, pero quisiera que no lo hagas –y allí se detuvo no por no tener más nada que decir sino por la necesidad de que María Paz no volviera al tema de su embarazo. Era un pacto tácito de límites.

      –Tengo un presentimiento. Siento que me irá bien en la entrevista y que debo ir –María Paz miró la hora y se despidió de su hermana. Emilia prefirió no decir nada más frente a lo que se presentaba como una decisión completamente equivocada para ella. La acompañó hasta la puerta; ya había oscurecido. Ambas miraron el cielo al mismo tiempo sin proponérselo. Estaba lleno de estrellas, cada una fijó la mirada en una diferente y, por un instante, las recorrió el mismo escalofrío. Era posible que Kahlil Gibran tuviera razón. ¿Era amor lo que se anunciaba?

      CAPÍTULO 13

      Enfrentar

      En asuntos de amor siempre pierde el mejor.

      De la canción Seis tequilas, de Joaquín Sabina,

      Pancho Varona y Antonio García de Diego, 2005

      BUENOS AIRES

      Alejandro sabía que tenía que enfrentar la situación. Hablar con Emilia, decidir los términos del divorcio, retirar sus cosas de la casa, hacer todo lo necesario para cerrar el capítulo de su vida anterior. Debía poner fin a las ataduras legales y emocionales que lo mantenían unido a su pasado para ser capaz de comenzar una nueva historia junto a Corina de manera plena.

      Era cierto que ya vivían juntos, pero parte de él aún estaba enredada entre la culpa y las palabras no dichas. Era una buena persona que había tomado una decisión; hasta ahí, estaba en su derecho. Lo reprochable era que la había ejecutado de acuerdo al proceder de su nueva pareja y sin considerar que Emilia merecía otra cosa. Sentía que él no hubiera sido capaz, simplemente, de llevarse sus cosas cuando ella no estaba si no hubiera sido por la presión de Corina, que era implacable. El imprevisto de que su esposa –¿o debía decir exesposa?– hubiera aparecido inesperadamente había sido un hecho frente al que no había sabido cómo actuar. Además, cuando Corina la había visto llegar, adrede lo había llamado insistentemente a su celular para que saliera de allí lo más rápido posible, y eso había influenciado sobre las circunstancias imponiendo una cruel celeridad y la falta de explicaciones que tendría que haber dado.

      Esa mañana, cuando regresaron de correr por los bosques de Palermo, y mientras desayunaban antes de irse a trabajar, él prefirió iniciar la conversación.

      –Amor, hoy voy a llamar a Emilia. Es necesario, ya pasaron muchos días –dijo esperando una reacción.

      –¿Y?

      –¿Cómo que “y”?

      –Sí, ¿y? –insistió–. ¿Qué cambia que hayan pasado muchos días? ¿Me amas menos?

      –No, claro que no –de inmediato se preguntó si la amaba. Supuso que sí.

      –¿Te arrepentiste de algo?

      –No.

      –¿Entonces para qué vas a llamarla? ¿Para escucharla suplicar que regreses?

      –¿Por qué lo haría? No me ha llamado nunca desde que me fui. Además, tú no la conoces. Es demasiado orgullosa. Nunca haría algo así –omitió referirse al llamado que él sí había hecho para saber cómo estaba y que Emilia nunca había respondido.

      –Lo hizo en la puerta de su casa, la vi rogarte y aunque no podía escucharla, tú mismo me lo contaste luego. ¿Te acuerdas? Además, aunque no lo hubieras hecho, ella lloraba y desde lo gestual era innegable la súplica –agregó más técnicamente.

      –Sí… –lamentó habérselo confirmado, había sido un modo innecesario de denigrar a Emilia que después de todo era la víctima. ¿Era la víctima? No lo supo. Al menos era la abandonada, eso seguro–. Más allá de eso, hay cosas en la casa que debo ir a buscar –agregó.

      –¿Qué cosas? Podemos comprar lo que necesites –era evidente que Corina no quería asumir el riesgo de que Alejandro, al ver a su esposa, cambiara en algo su realidad.

      –Corina, hay cosas mías en esa casa que no son reemplazables. Son casi diez años –insistió.

      –No te creo –dijo ella poniéndose seria–. La verdad no es esa.

      –Es completamente cierto –se defendió–. Mis libros, mi ropa, algunas cosas que eran de mis padres. Todo tiene un valor afectivo que tienes que entender.

      –Hermoso discurso, pero no es la razón. Te conozco –se le notaba el enojo.

      –No es discurso, Cori. No lo es –trató de suavizar el diálogo que anticipaba difícil.

      –¿Son?

      –¿Son qué?

      –¿Son casi diez años?

      –Sí –respondió sin advertir la sutileza. La pelea estaba iniciada, y una Corina que nunca había visto desplazó a la hermosa, interesante e irresistible rubia por la que había dejado todo.

      –Te lo diré muy claramente. No son casi diez años. ¡Fueron casi diez años! Que se terminaron en el mismo momento en el que la engañaste por primera vez y después otra, y otra durante seis meses en los que lo único que deseabas era lo que hoy tenemos. Fueron diez años que dejaste atrás el mismo día que decidiste venir a vivir conmigo. Te sientes culpable. Es eso –afirmó.

      Alejandro se quedó perplejo frente a su reacción.

      –No puedes ser tan posesiva, yo te elegí a ti, pero debes entender que antes de conocerte existí como ser humano y tuve una vida.

      –¡Me da igual esa vida que ya no existe, yo defiendo la nuestra! –dijo Corina elevando el tono.

      –Es mejor que te tranquilices –comenzó.

      –¡No me digas lo que tengo que hacer!

      –Tú tampoco –agregó Alejandro con un tono tranquilo que sostenía su verdad–. Corina, lo último que

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