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Adán, hijo de Dios» (Lucas 3: 38).

      ¿Te diste cuenta? El Nuevo Testamento se remonta deliberadamente hasta el inicio de la historia bíblica con el fin de decirnos quién es Jesús, y lo hace diciéndonos quién era Adán. Por un lado está Adán y por el otro Jesús. Y estas dos figuras constituyen la base de toda la historia bíblica, como veremos mejor y con mayor claridad a medida que avancemos.

      Desde el principio de nuestra historia, Dios tiene un hijo, y su nombre es Adán. Dios tiene también una hija, y ella también forma parte vital de la trama de la historia, como pronto veremos. Por ahora, estamos interesados en seguir el hilo de la noción de “hijo” en la Biblia para comprender la filiación de Jesús.

      Según Lucas, Adán es “hijo de Dios” en un sentido más “fundacional” que cualquiera de los seres humanos que lo siguen.

      ¿Por qué?

      Bueno, simplemente porque él es el primero de su clase, el primer ser humano, de quien saldrán todos los demás y de quien recibirán su identidad.

      Adán y Eva fueron creados.

      Todos los demás fueron procreados.

      Así es como comienza la historia bíblica.

      Adán era la cabeza de la raza humana, de quien toda la humanidad recibiría su “semejanza”. A partir de él, la “imagen” de Dios debía transmitirse de generación en generación, creando un círculo cada vez más amplio de seres humanos con la capacidad de amar como Dios ama, y de vivir a “imagen y semejanza” de Dios. Ese era el plan divino al crear a la humanidad. Habría una sucesión de hijos e hijas que pasarían a sus descendientes la imagen de Dios. Una vez más, para que quede claro:

      Dios creó a Adán y Eva «a su imagen» (Génesis 1: 27).

      Y Adán «engendró un hijo a su semejanza, conforme a su imagen» (Génesis 5: 3).

      ¡Qué maravilloso plan!

      Pero aquí la historia da un vuelco trágico. Se impuso una interrupción del plan original:

       Una interrupción que llamamos la Caída de la humanidad.

       Una interrupción en la que Lucifer, el ángel caído, engañó a la humanidad para que creyera que Dios es arbitrario, represor, no confiable y egoísta (Génesis 3: 1-5).

       Una interrupción que casi borró la “imagen” de Dios en la persona del “hijo de Dios”, perturbando así su capacidad de transmitir claramente la imagen de Dios de generación en generación.

      Y como hubo una interrupción, se necesitó una

      intervención:

       Una intervención que tendría que producirse desde el seno de la situación humana.

       Una intervención que abriría un nuevo camino con un nuevo punto de partida.

       Una intervención que vendría bajo la forma de un nuevo “Hijo de Dios” para reemplazar a Adán, una nueva cabeza de la raza humana que restablecería la “imagen” de Dios en la humanidad.

      Inmediatamente después de la caída, el Creador formuló una profecía en forma de amenaza contra Satanás y de promesa para la humanidad:

      Y pondré enemistad entre ti [Satán] y la mujer [Eva y sus descendientes], y entre tu simiente y la simiente suya; ésta [uno de sus descendientes] te herirá en la cabeza, y tú le herirás en el calcañar. (Génesis 3: 15)

      Fíjate bien en esto: La promesa de liberación está presentada en términos de progenie o descendencia. Dos grupos de personas estarán en conflicto a través de la historia. Un linaje espiritual seguidor de Satanás hará la guerra contra Dios y su pueblo, mientras que un linaje espiritual procedente de la mujer un día dará nacimiento a un “descendiente especial”, que derrotará a Satanás e invertirá los efectos de la caída. Adán, “hijo de Dios”, fracasó ante la tentación en su encuentro con Satanás. Pero un nuevo Hijo nacerá de entre la raza caída, que aplastará a la serpiente en vez de rendirse ante ella. Un segundo Adán, un nuevo “hijo de Dios”, iniciará una nueva etapa de la historia humana y triunfará donde el primer Adán falló.

      Vemos, entonces, que desde el principio de la historia Dios está haciendo frente al problema del pecado en términos de sucesión familiar, prometiendo el nacimiento eventual de un Hijo. El Dios creador de la humanidad intenta salvarla desde su propio seno, desde nuestro propio reino genético, desde la posición estratégica de un “Hijo de Dios” que nacerá del linaje de Adán con el fin de redimir la caída de Adán.

      Ahora que ya tenemos esta pieza inicial de la historia bíblica claramente establecida en nuestras mentes, todo lo demás a lo largo del camino empieza a tener sentido y a hacerse cada vez más claro.

      Esto se está poniendo muy interesante. Te estoy esperando en el próximo capítulo.

      «Cuando leemos la Biblia como un relato en desarrollo, como la gran historia que realmente es, con personajes clave presentados en una línea argumental con una intención concreta, el significado de la filiación de Cristo se vuelve evidente de manera inequívoca».

      Capítulo Cuatro

      ISRAEL, MI HIJO

      La historia ya tiene una forma distinta y estamos empezando a ver hacia dónde va. Con la primera promesa profética de Génesis 3: 15 ante nosotros, el escenario está preparado para que la historia del gran relato de la Biblia empiece a desplegarse. Lo que Dios hace después no nos sorprende en absoluto, dadas las características clave del primer episodio de la historia. Él procede, por supuesto, a dar los pasos necesarios para que su promesa se cumpla.

      ¿Y cómo lo hace?

      Pues exactamente como esperaríamos, ahora que estamos sintonizados con la historia: estableciendo una línea genealógica a través de la cual el niño prometido, el nuevo Hijo de Dios, pueda nacer en este mundo.

      Así que Dios llama a Abraham y a su esposa Sara a salir de Ur, su patria babilónica, y les promete crear una gran nación a partir de su línea genética, a través de la cual todas las naciones de la Tierra serán bendecidas (Génesis 12). Dios llama a su promesa su “pacto” (Génesis 15), que es claramente una versión ampliada de la promesa dada en Génesis 3. El pacto se presenta como la característica definitoria de la intervención divina, a medida que el plan de progenie avanza, tal como Dios prometió que haría. Así que no nos sorprende en absoluto cuando Abraham y Sara finalmente dan a luz a Isaac y él es identificado en las Escrituras como el “hijo” de la “promesa” (Génesis 21: 1-7; Gálatas 4: 3).

      Es esencial observar que la historia comienza ahora a centrarse en una sucesión de hijos. En este punto aparece en el relato el concepto de primogenitura, la misión especial del hijo “primogénito” (Génesis 27: 9, 32; 43: 33; 48: 14-18). El hijo primogénito es el canal a través del cual la promesa del pacto será transmitida de generación en generación. Pero, y esto es especialmente importante, en un giro narrativo que enfatiza la naturaleza espiritual del plan, pronto vemos que el primogénito genético no siempre es el primogénito de la alianza.

      Isaac es el segundo hijo de Abraham, después de Ismael, pero Isaac es el hijo primogénito según la promesa.

      Isaac se casa con Rebeca y la promesa pasa a su hijo, Jacob, que es el segundo hijo, nacido después de Esaú, a pesar de lo cual ocupa el puesto del hijo primogénito en el marco de la alianza.

      El objetivo es la transmisión de la promesa del pacto. Dios no está tan interesado en el orden exacto del nacimiento, como en llevar adelante la realización de la promesa del pacto. Lo que importa es que se consolide una línea a través de la cual el nuevo “Hijo de Dios” pueda entrar en el seno de la humanidad y derrotar a la serpiente desde dentro, desde la posición estratégica de la naturaleza humana, revirtiendo así la caída de Adán en la carrera hacia la victoria.

      La historia sigue avanzando hacia

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