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Felicito a quienes procuran ser lógicos y coherentes.

      Pero sobre la base de su honestidad y lógica, les pido que tomen en serio lo que vamos a explorar sobre el tema, porque creo que van encontrar el enfoque de este libro profundamente convincente. De hecho, me atrevo a afirmar que lo que estamos a punto de descubrir acerca de la filiación de Cristo es una verdad tan obvia que, una vez que la veas, no podrás perderla de vista. Soy consciente de que esta es una gran pretensión para este pequeño libro, pero, por favor, permíteme que lo intente lo mejor que pueda acompañándome hasta la última página. Y haz lo que quieras, pero no te saltes nada. Sigue el texto en orden, porque, en nuestro tratamiento del tema, cada pieza de cada cuadro es vital para comprender la siguiente, y esta para la siguiente, y así sucesivamente, hasta el final.

      No importa quién seas, ni la posición que hayas tomado acerca de la filiación de Cristo, sin duda has percibido la tensión y complejidad del tema, tratando de encontrar sentido a dos afirmaciones bíblicas aparentemente contradictorias.

      Por un lado, la Biblia llama a Jesús «el Hijo unigénito de Dios» (Juan 3: 16) y lo describe ocupando una posición subordinada al Padre (Juan 14: 28; 1 Corintios 15: 27-28).

      Por otro lado, la Escritura también dice que Jesús es «en forma de Dios», insistiendo en que él comparte «el ser igual a Dios» (Filipenses 2: 5-6) y que él es quien «hizo» todas las cosas que fueron «hechas», situándolo, por contraste, en la categoría de los seres no creados (Juan 1: 1-3). Cristo es llamado incluso «Padre eterno» (Isaías 9: 6), el eterno «yo SOY» (Éxodo 3: 14; Juan 8: 58), y «el Todopoderoso» (Apocalipsis 1: 8).

      La tensión entre las dos identidades salta a la vista.

      La solución debe ser coherente con ambas afirmaciones…

      y digna de nuestra admiración.

      «A la mayoría de los cristianos se les ha enseñado a abordar la Biblia como si fuera un libro de texto sobre doctrinas, suponiendo que funciona como una enciclopedia, usándola para construir una serie de declaraciones teológicas».

      Capítulo Dos

      LEYENDO

      LA ESCRITURA EN SUS PROPIOS TÉRMINOS

      Tengo la impresión de que nuestro empeño en luchar para dar sentido a la noción de filiación aplicada a Cristo se debe a una lectura selectiva y estrecha de las Escrituras que ignora la historia general del libro. No es que nadie tenga la intención de leer la Biblia selectivamente o con un enfoque estrecho. A la mayoría de los cristianos se les ha enseñado a abordar la Biblia como si fuera un libro de texto sobre doctrinas, suponiendo que funciona como una enciclopedia, usándola para construir una serie de declaraciones teológicas. Así que en realidad no leemos la Biblia integralmente, sino que tendemos a peinar sus páginas en busca de versículos, declaraciones, incluso frases parciales y palabras aisladas, y luego reunimos esa masa inconexa de “versículos” en categorías temáticas a partir de las que componemos “creencias”.

      Los propios escritores de la Biblia parecen no saber nada de esta manera tópica de concebir la verdad. Es aparentemente ajena a la antigua forma hebrea de entender la realidad. Ellos, al contrario, ven y transmiten la verdad en forma de poemas y cantos, símbolos e historias, sobre todo relatos, ya que incluso los poemas, los cánticos y los símbolos se utilizan para contar los relatos.

      Cuando la Biblia se estudia a partir de “textos-prueba” pero sin tener en cuenta su contexto, es posible servirse de muchos de sus versículos para formular casi cualquier doctrina que alguien pretenda creer. El estudio de la Biblia con este enfoque es un ejercicio bastante subjetivo en el que uno busca versículos para apoyar premisas que se quieren defender con la Biblia, y no es sorprendente que se encuentre apoyo para lo que se está buscando.

      Usando el enfoque de textos-prueba con la Escritura, podemos fácilmente, y con la mejor de las intenciones, tomar la palabra “hijo” como ocurre en referencia a Jesús, y luego apelar a la razón, al margen del relato bíblico, para deducir que él debe haber salido de Dios en algún momento, hace mucho, mucho tiempo. El “Hijo de Dios” no puede ser Dios eterno en el mismo sentido en que el “Padre” es Dios, argumentamos, o de lo contrario no sería llamado “el Hijo”.

      Entonces, para explicar los otros “versículos” que presentan a Jesús como Dios, nos vemos obligados a aventurar explicaciones filosóficas y abstractas que la Escritura no ofrece. Decimos cosas del estilo de: “Sí, Jesús siempre existió en el Padre antes de que fuera engendrado por el Padre, por lo que no fue creado por el Padre, sino que emergió del Padre”. Y pensamos que hemos dicho algo significativo y profundo, aunque en realidad no tenemos ni idea de lo que hemos dicho, y sabemos que la Biblia, por supuesto, no dice tal cosa. Pero cuando utilizamos el método de textos-prueba, que no tiene en cuenta el contexto, no tenemos más remedio que llenar los vacíos con especulaciones que no son inherentes al texto. En otras palabras: tenemos que inventar cosas.

      Por supuesto, no podemos culpar a nadie por tratar de dar sentido a un pasaje difícil. Cuando se trabaja con la metodología de textos-prueba, concentrándonos en unos pocos árboles y dejando de ver todo el bosque, es un gran desafío entender que “Dios” pueda a la vez ser “engendrado” como “Hijo de Dios”. Así que o dejamos de lado los versículos que no encajan, o los interpretamos de modo abusivo. Quienes defienden la posición contraria generalmente responden ensartando su propia lista de versículos y ofreciendo sus propias interpretaciones forzadas. Así que terminamos atrapados en un callejón sin salida, oponiendo mis textos probatorios escogidos contra los tuyos y los tuyos contra los míos.

      Pero hay una solución, y veremos muy claramente que es la solución una vez que nos comprometamos con ella y veamos a dónde conduce:

      Lee la Biblia.

      Sin dejarte nada.

      En sus propios términos.

      Cuando leemos la Biblia como un relato en desarrollo, como la gran historia que realmente es, con personajes clave presentados en una línea argumental con una intención concreta, el significado de la filiación de Cristo se vuelve evidente de manera inequívoca. En otras

      palabras, si realmente queremos entender el sentido en el que Jesús es el Hijo de Dios, necesitamos salir de nuestra selección personal de versículos para entrar en el gran relato histórico que los profetas están contando.

      En caso de duda, sal fuera.

      Cuando lo hacemos se abre ante nosotros todo un nuevo mundo de comprensión bíblica, y no hay necesidad de interpretaciones forzadas. Sencillamente lo vemos. La historia completa nos muestra la verdad de maneras en las que la microgestión de versículos aislados no lo puede hacer.

      Así que vamos a hacer justo eso. Leamos la Biblia en sus propios términos y veamos a dónde nos lleva.

      Esto promete ser emocionante.

      «… cuando utilizamos el método de textos-prueba, que no toma en cuenta el contexto, no tenemos más remedio que llenar los vacíos con especulaciones que no son inherentes al texto. En otras palabras: tenemos que inventar cosas».

      Capítulo Tres

      UNA PROFECÍA SOBRE PROGENIE

      La historia bíblica empieza con Dios creando a Adán y Eva.

      Se trata de los primeros seres humanos.

      Todos los demás humanos descienden de ellos.

      Hay un patrón que salta a la vista en el relato: creación, procreación.

      Dios crea a Adán y Eva «a imagen de Dios» y luego Adán, con no poca ayuda de Eva, «engendró un hijo a su semejanza, conforme a su imagen» (Génesis 1: 27; 5: 3).

      Y este bueno de Adán es el primer “hijo de Dios” mencionado en el relato bíblico. Es el primer personaje en la historia que da significado a la noción de filiación, un concepto que se sigue construyendo a lo largo del resto de la Biblia. Cuando llegamos al relato del Nuevo Testamento, el contenido y alcance del tema del

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