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la ira del dragón. Frente a esta realidad, una de las principales acciones de la bestia de dos cuernos está dirigida contra la Ley y la obediencia a ella.

      La unión de las bestias resulta en un movimiento global de intolerancia (Apoc. 13:12), en el que las personas son selladas con una “marca” (13:16). Este hecho legaliza en todo el mundo la desobediencia a la Ley de Dios, algo que caracteriza el gobierno de Satanás.

      El enemigo de Dios se enfurece por causa de la restauración de la Ley de Dios y de la exaltación del Creador, Jesucristo, el Señor del sábado (Mat. 12:8). En realidad, toda restauración de la Ley divina y de la adoración al verdadero Dios, en el contexto del Gran Conflicto, es seguida por una persecución y una fuerte tentación que hacen evidente la ira del enemigo. Eso ocurre porque, desde el inicio de la rebelión en el cielo, el Gran Conflicto siempre tuvo que ver con la Ley de Dios. Lucifer acusó a Dios de ser injusto y tirano, de privar a sus criaturas de la libertad y de imponer reglas severas de obediencia. El contexto del surgimiento de la rebelión en el cielo ayuda a entender el clímax del conflicto en la Tierra.

      Elena de White dice que, en el principio, cuando Dios exaltó a Cristo como Dios y Señor frente a todos los ángeles, Lucifer, el ángel de luz, “tuvo envidia de él [Cristo]”. Lucifer quería la posición y el comando que pertenecían únicamente al Hijo de Dios (La historia de la redención, p. 15). Una vez que Cristo fue coronado y exaltado, Lucifer reunió a los ángeles sobre quienes tenía una gran influencia y les dijo que “de allí en adelante toda la dulce libertad de que habían disfrutado los ángeles llegaría a su fin”, pues ahora había sido puestos sobre ellos “un gobernador” a quien deberían “tributar honor servil”. Él atrajo a muchos simpatizantes a su causa, quienes promovieron una rebelión, pretendiendo “reformar el gobierno de Dios” en beneficio de más libertad (ibíd., pp. 16, 17).

      Como parte de su campaña, el acusador promovía “un nuevo y mejor gobierno” en el que todos serían “libres” en relación con la Ley de Dios. Lucifer afirmaba que la Ley de Dios requería “obediencia servil” y que, si él se sometía a eso, “se lo despojaría de su honra” (ibíd., p. 18). De esa manera, por causa de su pretensión de recibir la adoración que es exclusiva del Creador, él inició una rebelión dirigida contra la inmutable Ley de Dios, un camino sin retorno, pues él y sus seguidores fueron expulsados del cielo (ibíd., p. 21).

      En el libro El conflicto de los siglos, Elena de White afirma que, “en su afán por desacreditar los preceptos divinos, Satanás ha pervertido las doctrinas de la Biblia, y de esta manera se han incorporado errores en la fe de millares de personas que profesan creer en las Escrituras”; y que “el último gran conflicto entre la verdad y el error no es más que la última batalla de la controversia que se viene desarrollando desde hace mucho tiempo con respecto a la Ley de Dios” (p. 639).

      El tema del Gran Conflicto con enfoque en la Ley es tan predominante en el pensamiento de Elena de White que, a lo largo de El conflicto de los siglos, ella realiza cerca de 300 referencias directas a la Ley de Dios, nombra más de 50 veces los Mandamientos divinos y menciona el sábado más de 100 veces. En todos sus escritos reunidos en el CD “Ellen G. White Writings”, versión de 2008 (del Ellen G. White State), una búsqueda con la expresión “Ley de Dios” [Law of God] es respondida con nada menos que 4.335 resultados; “sábado” [Sabbath] tiene más de 6.000 menciones; y “séptimo día” [seventh-day], 1.884; además, “Mandamientos de Dios” [Commandments of God] aparece 1.824 veces.

      Esas referencias son una evidencia de la profunda comprensión de Elena de White acerca de la esencia del gran conflicto desencadenado por Lucifer como una guerra en contra de la Ley de Dios, la expresión del carácter divino.

      Estas innumerables referencias no pueden ser tomadas superficialmente como una evidencia de legalismo o de apego a la Ley por parte de Elena de White. En realidad, reflejan que tanto Elena de White como los demás pioneros adventistas tenían conciencia de la misión específica, atribuida al remanente escatológico y asumida por ese grupo, de restaurar la obediencia a la Ley de Dios en la Tierra, en el contexto del clímax del Gran Conflicto. Ese tema es parte de la esencia del mensaje adventista a tal punto que se hace presente en el nombre elegido para ese movimiento.

      Sin embargo, ser conscientes de la misión de restaurar la verdad de la Ley de Dios y del sábado, y preocuparse por cumplirla, no oscureció la visión adventista de la gracia de Dios y de la salvación, la esencia del evangelio. En una investigación en el mismo CD (Ellen G. White Writings), se mencionan 1.964 veces “gracia de Cristo” [grace of Christ], 913 “sangre de Cristo” [blood of Christ], 768 “sangre del Cordero” [blood of the Lamb], y nada menos que 10.378 veces “salvación” [salvation] y otras 2.879 “redención” [redemption].

      En la Tierra, Satanás llevó a Adán y a Eva a pecar insinuando que Dios los privaba de la libertad. Una vez que Satanás fue expulsado y llegó a este mundo, el Gran Conflicto se siguió desarrollando con la Ley de Dios como foco principal. Siempre que ella es exaltada y la obediencia es requerida, la ira del diablo contra Dios se intensifica en la persona de quienes son leales.

      En el Sinaí, mientras Dios le daba a Moisés la Ley escrita en tablas de piedra para los hijos de Israel (Éxo. 31:18), el pueblo, que había quedado al pie del monte, hizo para sí un becerro de oro, delante del cual se postró. La entrega de la Ley fue seguida por la más condenable idolatría (Éxo. 32:6, 21, 22, 25); por este motivo, Moisés quebró las tablas recién escritas (Éxo. 32:19) y ordenó la muerte de más de tres mil personas (Éxo. 32:28).

      Cuando Esdras y Nehemías retornaron de Babilonia para restaurar y edificar Jerusalén, y restablecieron la obediencia a la Ley de Dios y la observancia del sábado (Neh. 8:2-8; 10:29; 13:13-22), los enemigos de alrededor fueron incitados a guerrear contra ellos y a intentar impedir la obra de Dios (Esd. 4; Neh. 6). Lo mismo ocurre cuando los tres mensajes angélicos son proclamados en el mundo, con la consecuente restauración de la Ley de Dios y de la observancia del sábado.

      Apocalipsis 12 al 14 se enfoca en el clímax del Gran Conflicto, con la controversia sobre la Ley de Dios en el centro, y hay un paralelo estructural entre esta porción del libro y los Mandamientos de Dios. Los santos son aquellos que “guardan los mandamientos de Dios” (Apoc. 12:17; 14:12). Por contraste, la bestia que surge del mar reivindica la adoración a sí misma, contrariamente al primer Mandamiento (Apoc. 13:4, 8; Éxo. 20:3). La bestia de dos cuernos que surge de la tierra ordena que las personas hagan una imagen a la bestia y adoren esa imagen, contrariamente al segundo Mandamiento (Apoc. 13:12-15; Éxo. 20:4-6). Ella seduce a los habitantes de la Tierra por medio de mentiras, quebrando el mandamiento contra el falso testimonio (Éxo. 20:16). Ordena la muerte de aquellos que obedecen a Dios, quebrando el sexto Mandamiento (Éxo. 20:13). Ese poder impone la marca de la bestia (Apoc. 13:16) en oposición al sello de Dios (Apoc. 7:3), contrariando el cuarto Mandamiento (Éxo. 20:8-11).

      Entendiendo que la Ley de Dios es el foco del clímax del Gran Conflicto, descrito en Apocalipsis 12 al 14, la marca de la bestia también debe ser entendida dentro de ese contexto. De esa manera, la marca que es para ser colocada “en la mano derecha, o en la frente” (Apoc. 13:16) nada tiene que ver con algún instrumento o con alguna tecnología que pueda aplicarse para identificar a las personas con base en algún dato externo. En realidad, cuando la Ley le fue dada al pueblo de Israel, Moisés recomendó claramente: “Y estas palabras que yo te mando hoy [los Diez Mandamientos], estarán sobre tu corazón [...] y las atarás como una señal en tu mano, y estarán como frontales entre tus ojos” (Deut. 6:6-8, énfasis añadido). Es decir, la señal o marca para ser colocada sobre la mano y sobre la frente fue originalmente dada por Dios, y esa señal era su Ley. La señal debía destacar al pueblo de Dios como obediente y leal a la voluntad de Dios, lo que era una vindicación del carácter de este en el contexto del Gran Conflicto.

      Después de volver a escribir los Diez Mandamientos (Deut. 10:4), Dios recomendó que se guardaran “todos los mandamientos” (11:8) y reiteró que el pueblo no dejase que su corazón se engañara y sirviera a otros dioses (11:16). Además, dice: “Por tanto, pondréis estas mis palabras en vuestro corazón y en vuestra

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