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sábado, se reviste de mucha coherencia y solidez.

      La idea de escribir un libro sobre la formación y el nacimiento del poder sociopolítico y militar de los Estados Unidos de América como una nación profética surgió, inicialmente, de la observación de las películas de Hollywood y de algunos discursos de líderes políticos, que proyectan a los Estados Unidos como una nación mesiánica, con una misión divina.

      Algunos de esos discursos son, por ejemplo, el del ex presidente George W. Bush, quien, el 20 de enero de 2001, en la ceremonia de asunción presidencial, declaró: “Nosotros tenemos un lugar cautivo en una larga historia [...] la historia de un nuevo mundo que se transformó en un servidor de la libertad”. Además, el 25 de enero de 2003, en un discurso dado en el Congreso antes de atacar a Irak, él proclamó que “Estados Unidos es una nación fuerte y digna en el uso de su fuerza” y que “los estadounidenses son un pueblo libre, que sabe que la libertad es un derecho de cada persona y el futuro de toda nación”. Entonces, agregó: “La libertad que tenemos no es un presente de los Estados Unidos para el mundo, es un regalo de Dios para la humanidad”. Más adelante, en el discurso de asunción presidencial de su segundo mandato, el 20 de enero de 2005, Bush reiteró: “Con nuestros esfuerzos, nosotros encendemos una llama en la mente de los hombres. Ella calienta a aquellos que sienten su poder, quema a aquellos que combaten su progreso, y un día ese fuego indomable de la libertad va a alcanzar los rincones más oscuros de nuestro mundo”.

      Otro ejemplo lo encontramos en el discurso del presidente Barak Obama, proclamado durante la ceremonia de asunción presidencial de su segundo mandato, el 21 de enero de 2013:

      “Lo que nos hace excepcionales –lo que nos hace estadounidenses– es nuestra fidelidad a una idea articulada en una declaración realizada hace más de dos siglos: ‘Sostenemos que estas verdades son evidentes por sí mismas: que todos los hombres son creados iguales; que son dotados por el Creador de ciertos derechos inalienables; que entre estos están la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad’. [...] Hoy continuamos la tarea sin fin de superar la brecha entre el significado de estas palabras y la realidad de nuestro tiempo. Pues la historia nos dice que, aunque esas verdades son incuestionables, ellas nunca se hacen efectivas por sí mismas; y aunque la libertad es un don de Dios, esta debe ser garantizada por su pueblo aquí en la Tierra”.

      Esos discursos le hacen eco a una creencia enraizada en la identidad estadounidense, que es la que señala a los Estados Unidos de América como la “nación elegida”, con prerrogativas que van más allá de los límites del bien y del mal, comisionada por Dios para cumplir un papel mesiánico en el mundo.

      El ideólogo estadounidense Robert Kagan, por su parte, cree que esa nación alcanzará “un pináculo en la historia de las civilizaciones”, que resulta en un impulso por transformar a los otros países. Para él, desde la llegada de los padres peregrinos, los estadounidenses siempre ejercieron un poder expansionista:

      “La ambición de desempeñar un papel grandioso en el escenario mundial está profundamente arraigada en el carácter estadounidense. Desde la Declaración de la Independencia, e incluso antes, todos los estadounidenses, aun aquellos que no están de acuerdo en muchos asuntos, siempre compartieron la convicción de que su nación tenía un destino grandioso” (Kagan, p. 87).

      Reinhold Niebuhr, considerado uno de los principales teólogos y filósofos de los Estados Unidos, afirma que los acontecimientos de la segunda mitad del siglo XX hacen evidente que la “historia le otorgó a los Estados Unidos la gran responsabilidad de defender los preciosos valores de la civilización occidental” frente a las crisis desencadenadas por los totalitarismos contemporáneos (Niebuhr, pp. 3, 23). Él considera que Estados Unidos fue “llamado” para liderar a las naciones libres, en función de sus recursos económicos, políticos y militares; y principalmente, por causa de sus valores morales y espirituales (ibíd., p. 23).

      La vocación estadounidense para el cumplimiento de un papel mesiánico en el mundo está presente en discursos presidenciales, en las películas de Hollywood, en libros de importantes pensadores y predicadores estadounidenses, en documentos y símbolos oficiales, y se extiende hasta los sermones de los llamados padres peregrinos. Esa vocación atribuye un sentido sobrehumano a las acciones militares y políticas de los Estados Unidos de América. De esa manera, el poder temporal e histórico de ese país, como un imperio, sea haciendo el bien o el mal, pretende presentarse como el cumplimiento de un proyecto divino, en una extensa obra de falsificación de las acciones divinas previstas en las profecías bíblicas.

      Las películas que promueven los valores y el papel histórico de los estadounidenses también muestran personajes, temas y narrativas de naturaleza religiosa y mitológica, que retoman ciertos arquetipos de la memoria colectiva. Al retratar períodos históricos, reproduciendo personajes y eventos, y al representar el papel que desempeña Estados Unidos en la defensa de la libertad en el mundo, las películas ayudan a solidificar la imagen del país como nación elegida para el establecimiento de un nuevo orden mundial.

      Este libro trata de importantes elementos de la cultura estadounidense, como la religión civil, la identidad nacional y la memoria colectiva. Se parte de la hipótesis de que esa cultura está organizada como un sistema compuesto, entre otras cosas, por un conjunto de discursos, películas, libros y sermones, los que atribuyen a los Estados Unidos de América un papel mesiánico en la construcción de un nuevo mundo. Ese sistema funciona como una ideología y una cosmovisión, de naturaleza religiosa, que busca apoyarse en las propias profecías bíblicas. Siendo una ideología y una cosmovisión, la noción de que Estados Unidos es un instrumento divino para el establecimiento de un régimen de libertad y de derechos humanos en el mundo, no solamente legitima las acciones estadounidenses como orquestadas en el plano divino universal, sino también elimina la posibilidad de criticar ese sistema, como si el bien estuviese exclusivamente vinculado a esa nación y todo lo que se opone a ella fuese la materialización del mal.

      En el proceso de construcción de la ideología estadounidense, las narrativas bíblicas de un “paraíso perdido” y de una “nación elegida”, junto con la promesa de restauración de un “nuevo cielo” y de una “Tierra Nueva”, fueron usadas de manera no teológica, sino mitológica e ideológica. A través de este largo y fascinante proceso histórico y cultural, una identidad mesiánica fue construida para los Estados Unidos, que se presenta como una nación divinamente comisionada para el establecimiento de una era de libertad y de gloria en el mundo. Vistas, sin embargo, a la luz de la interpretación profética, la cultura y las realizaciones de esa nación se presentan como la propia falsificación del Reino de Dios.

      Frente a esto, el objetivo de este libro es mostrar de qué modo el proceso del nacimiento y de la fundación de los Estados Unidos de América provee importantes datos para una apreciación más amplia de la interpretación adventista de Apocalipsis 13. El libro pretende mostrar cómo estos datos ayudan a profundizar la solidez y la lógica de esta interpretación.

      Esta obra está dividida en tres partes. La primera abarca los dos primeros capítulos, que se enfocan en el gran conflicto descrito en las visiones de Apocalipsis 12 al 14, y en el desarrollo de la interpretación adventista de esas visiones desde los años 1850, cuando el sábado, como sello de Dios, tuvo un papel estructurante. La segunda parte incluye tres capítulos, que presentan una visión panorámica del nacimiento de la nación con su vocación mesiánica, en tres momentos: el descubrimiento de América, la colonización de Norteamérica y la fundación de los Estados Unidos. Por último, los cuatro capítulos restantes reflexionan sobre el modo en que el poder imperial estadounidense se identifica con la “voz del dragón” a través de las acciones bélicas y, finalmente, persecutorias de ese imperio.

      En este libro se asume que Estados Unidos llegó, durante el siglo XX, a convertirse en un imperio; tanto desde el punto de vista del poderío económico y militar como de su consecuente modelo de relaciones con las demás naciones, en el sentido de interferir y hasta de “organizar” el mundo a su propia manera. La misma perspectiva puede ser vista en obras tales como: La fabricación del imperio estadounidense: de la Revolución a Vietnam: Una historia del imperialismo de los Estados Unidos, del historiador Sidney Lens (2003); El imperio estadounidense: hegemonía y supervivencia,

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