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único modo de que se acorte la estancia en el purgatorio.

      3 La Marca de Ancona. El país de Carlos es Nápoles, regido por Carlos de Anjou.

      4 Se trata de Jacobo del Cassero, ilustre personaje de Fano, enemistado con el duque de Este, que lo hizo matar.

      5 Padua, que se dice fundada por Antenor.

      6 Mira y Oriaco son dos lugares cercanos a Padua.

      7 Bonconte de Montefeltro, muerto en la batalla de Campaldino (1289).

      8 Su mujer.

      9 Porque desemboca en el Arno.

      10 Nunca se supo lo que había sido del cadáver de Bonconte.

      11 Pía de Tolomei, de Siena, mujer de Nello de Pannochieschi, que, enamorado de otra, encerró a su mujer en un castillo de las marismas, donde la hizo morir.

      12 El referido Nello de Pannochieschi.

      CANTO VI

       […] corrió hacia él desde el lugar donde primero estaba, diciendo: «¡Oh mantuano! Yo soy Sordello, de tu misma ciudad». Y se abrazaron el uno al otro.

      (VI, vv. 73-75)

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       Dante prosigue por el costado de la montaña, seguido por un grupo de almas que le suplican que interceda por ellos (vv. 1-24), y le pide a Virgilio que le explique el sentido de las oraciones por las almas del purgatorio (vv. 25-48). Luego los dos conversan acerca de la duración del camino que les espera (vv. 49-57). Más tarde, se encuentran con Sordello, poeta mantuano, que abraza a Virgilio (vv. 58-75). El afecto entre ellos trae a la mente de Dante, por contraste, las luchas que dividen Italia y prorrumpe en un largo discurso polémico sobre la dolorosa situación del país (vv. 76-151).

      Dante y Virgilio no dejan de caminar, pero las almas siguen amontonándose a su alrededor. Y Dante describe el asalto con una metáfora curiosa (vv. 1-12): esas almas hacen lo mismo que pasa después de una partida de dados, cuando todos se apretujan alrededor del vencedor para tratar de arrancarle un comentario sobre su victoria.

      ¿Por qué utiliza el poeta una imagen tan insólita? Porque con ella Dante dice que se siente un vencedor. ¿Y qué ha ganado que pueda compartir con los postulantes? La oración. La «victoria», la riqueza de Dante es la oración. ¿Y qué se «compra» o se construye con esta riqueza? La comunión de los santos. «Sombras que rogaban que otras rogasen» (v. 26): las almas piden a Dante que les suplique a los vivos que recen por los muertos —y más adelante, para cerrar el círculo, veremos que también los muertos rezan por los vivos (cf. Purgatorio XI vv. 22-24)—. Esta petición de oración recíproca, este apoyo en el camino de la salvación, expresa precisamente la comunión de los santos.1

      Justo después, Dante contrapone a esta comunión una realidad bien distinta. Entre las almas que se le pegan reconoce a algunas (vv. 13-24): al Aretino, a Federico Novello y a algunos más. ¿Qué tienen en común todos ellos? Que todos murieron de muerte violenta a causa de las luchas fratricidas que ensangrentaban Italia por aquel entonces. ¿Por qué, de entre todas las almas que tiene a su alrededor, Dante decide nombrar precisamente a estas? Ya lo veremos.

      Mientras tanto, sigamos al Dante personaje. Cuando consigue liberarse del asalto de esas almas, le plantea a Virgilio una pregunta de importancia capital (vv. 28-33): en la Eneida escribiste que las oraciones no pueden cambiar los decretos de los dioses, mientras que aquí las cosas parecen distintas. ¿Se equivocan estos o es que no entiendo bien lo que querías decir?

      Dante se refiere a la historia de Palinuro narrada en la Eneida.2 Aquí Virgilio cuenta que Neptuno, dios del mar, para favorecer el viaje de Eneas había pedido a cambio una víctima, y la elección había recaído en el piloto de la nave de Eneas, Palinuro. Entonces, Neptuno mandó de noche al dios del Sueño para hacer que se durmiera. Palinuro cayó al mar, que lo arrastró hacia una playa; los habitantes del lugar lo mataron y lanzaron el cadáver al mar. Según la mitología antigua, las almas de los muertos no sepultados no podían tener acceso al Hades, sino que debían permanecer retenidas más acá del río Aqueronte. Aquí la sombra de Palinuro se encuentra con Eneas camino del Hades, y le pide que la lleve al otro lado del río. Pero la Sibila que acompaña a Eneas interviene duramente: «Deja de esperar que se dobleguen hados de dioses con ruegos».3 La prohibición para las sombras de los insepultos de cruzar el Aqueronte es un decreto divino y, por tanto, no se puede modificar.

      Está claro el paralelismo: como Palinuro estaba en una especie de antesala del Hades y le pidió a Eneas que le ayudara a pasar al verdadero Hades, así las almas del antepurgatorio le piden a Dante ayuda —invocar la oración de los vivos— para traspasar el umbral que los separa del purgatorio. De ahí la pregunta de Dante: ¿por qué la oración de Palinuro no tenía cabida y la de las almas purgantes sí?

      La respuesta de Virgilio es clara: estate tranquilo, has entendido bien lo que he escrito; al mismo tiempo, «la esperanza de estos no quedará fallida» (v. 35). ¿Cómo se concilian estas dos afirmaciones, ambas verdaderas y, al mismo tiempo, contrapuestas? Porque en el mundo antiguo —explica Virgilio— «el ruego estaba alejado de Dios» (v. 42): porque la humanidad —podríamos parafrasear— aún estaba separada de Dios. El dios de la Eneida, el dios del mundo clásico, era el hado. Hado viene de la palabra latina fatum, participio perfecto del verbo fari, «decir»; fatum significa «aquello que se ha dicho». Las fuerzas ocultas que guían el mundo han hablado, han establecido lo que debe suceder, y no hay energía humana que pueda entrar en relación con ellas para modificar sus decretos. En ese contexto, la estatura humana es únicamente la de la pietas, es decir, la capacidad de plegarse a la voluntad del hado, de someterse a ella, de servir a lo que ha sido establecido; como hace Eneas, al que no es casualidad que en la Eneida le llamen a menudo «piadoso».

      Sin embargo, con la Encarnación cambian las tornas. Virgilio no lo dice expresamente, pero no hace falta, los lectores de Dante lo captan al vuelo: Cristo ha franqueado la distancia, ha restablecido la relación entre los hombres y Dios como una relación de amor; por eso ahora las oraciones pueden llegar al Padre por los méritos del Hijo.

      Sin embargo —aclara Virgilio más adelante—, no penséis que las oraciones puedan cambiar el juicio que Dios ha emitido; simplemente el «fuego del amor» (v. 38), el amor de los vivos por los muertos, puede cumplir «en un punto» (v. 38), en un momento, lo que aquí, conforme al juicio divino, requeriría muchísimo tiempo. El juicio de Dios permanece, la penitencia, el trabajo de purificación, se mantiene; pero Dios puede aceptar que este trabajo sea realizado en lugar del penitente por alguien que lo ama.

      Para entender de qué estamos hablando, para entender que Dante siempre habla de la vida en el más acá, pensemos en lo que sucede muchas veces con los hijos. Tu hijo la ha liado más que otras veces, y entonces le dices: «¡No sales en toda la semana!». Es justo, tiene que entender que se ha equivocado, hace falta un gesto, un signo concreto para que lo entienda. Una semana sin salir de casa le servirá para darse cuenta de la gravedad de lo que ha hecho. Pero entonces llega un amigo suyo, un tipo estupendo, bueno, estudioso, uno que quiere de verdad a tu hijo, cuya compañía le hace bien, y te dice: «Venga, señor Rossi, hemos organizado una excursión a la montaña, es un plan precioso, déjele venir…». ¿Y tú qué haces? Conozco a padres que en este caso reaccionarían como los dioses del mundo antiguo, duros e impertérritos: «No, ¡he dicho que no sale y no sale!». En cambio, conozco a otros padres que le dejarían ir. ¿Por debilidad? No. Porque han aprendido la lección de paternidad del Dios cristiano. De hecho, ¿qué necesita más tu hijo? ¿La severidad de una ley o un gesto de amor, una experiencia de amistad? El juicio no ha cambiado, lo que ha hecho sigue siendo una estupidez grave, pero existe otra forma de que lo entienda. Una experiencia buena sirve más que un castigo y puede resolver «en un punto» lo que semanas de castigo no resolverían.

      Para

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