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razón.

      Etcétera, etcétera…

      Puede que hoy tengas ideas parecidas a estas que te estén limitando severamente. Si es así, ¿cuáles son? También puede que haya otras que te estén potenciando. ¿Cuáles son?

      La diferencia entre vivir en la desdicha o en el contento se encuentra principalmente en tu manera de pensar.

      En esos casos, pasar de vivir de la primera manera a vivir de la segunda depende de un pensamiento. Eso, simplemente eso, te puede catapultar al otro lado. Como sucedió con Antonio.

      Te invito a que dediques cinco minutos a hacer una exploración emocional. ¿Sobre qué te sientes mal en tu vida? Puede ser sobre tu economía, sobre tu trabajo, sobre la relación con tu familia o sobre tu descanso. Cuando lo encuentres, busca la idea que hay detrás y dale la vuelta. Luego mira si esa frustración cambia. Finalmente, no te quedes ahí. Actúa modificando lo que sea necesario.

      1 He cambiado el nombre de mi interlocutor a fin de mantener la imprescindible confidencialidad de este tipo de reuniones.

      Paso 6

      Encender la luz

      A alguien que entra en una habitación oscura y quiere ver no se le ocurre ponerse a luchar contra las tinieblas para expulsarlas de allí. No se lía a patadas, ni a puñetazos, ni a dentelladas contra la oscuridad, ni se dedica a gritarle para que desaparezca ni va a llamar a otros para que se unan a él en una lucha contra esas tinieblas. Lo que hace, simplemente, es encender la luz.

      Sin embargo, en muchas ocasiones, cuando eres testigo de la inconsciencia, la violencia, la sinrazón, el egoísmo o la locura del mundo, te lanzas a trompadas contra todas esas cosas. Te opones, protestas, creas un sistema en contra de los responsables, te embarcas en una cruzada para expulsar de la tierra lo que llamas mal. No es de extrañar que al hacer eso veas con frustración cómo las tinieblas no desaparezcan, sino que, muy al contrario, se hagan aún más negras y profundas. Tampoco será raro que te hagas daño en tu empeño, igual que quien intenta lanzar golpes en la oscuridad de un cuarto se arriesga a herirse al golpear muebles y paredes.

      Quizá sería más productivo encender la luz.

      Los grandes transformadores de épocas y sociedades que ha habido a lo largo de la historia no han ido en contra de nada. Al contrario, han dirigido sus acciones en favor de una causa. La madre Teresa no combatió la miseria y la enfermedad oponiéndose al sistema económico ni a la organización política, sino practicando la compasión sobre la base de cuidar con sus propias manos a leprosos e indigentes. Gandhi no utilizó la violencia en protesta por la colonización de su país, sino que practicó la paz a través de la resistencia pasiva. Martin Luther King no atacó el racismo, sino que predicó frente a millones los beneficios de la igualdad. Buda no se opuso a la pobreza que le horrorizó cuando, adolescente, salió por primera vez del palacio en el que era príncipe, sino que buscó la vía para salir del sufrimiento dentro de sí mismo y se la regaló al mundo. Jesús no intentó erradicar a los fariseos ni se enfrentó al sanedrín, sino que predicó y practicó el amor entre los seres humanos.

      Lo que todos ellos hicieron fue encender la luz.

      Quizá pienses que tú no eres la madre Teresa, ni Gandhi, ni Buda ni Jesús de Nazareth, y que no vives en circunstancias tan difíciles como las suyas. Pero tal vez hoy puedas pulsar el interruptor, prender tu luz, abrir tus persianas, encontrar el resplandor en ti y dejar que se extienda a tu alrededor ya para siempre, en vez de arremeter contra la oscuridad que parece acecharte.

      Paso 7

      Corales y anémonas

      Los corales son organismos que necesitan vivir en medios especialmente ricos en oxígeno y plancton. No obstante, muchas veces se los encuentra en zonas marítimas donde la cantidad de dichos nutrientes es nula. Esto es posible gracias a la colaboración con las algas. Corales y algas crean una alianza mediante la cual estas ofrecen oxígeno a aquellos, mientras que los primeros aportan a las segundas sustancias que les son imprescindibles, como dióxido de nitrógeno.

      En la naturaleza existen muchos otros casos de cooperación. El cangrejo se protege con los tentáculos de la anémona y a cambio le procura movilidad; algunos crustáceos se alimentan de los parásitos presentes en las escamas de los peces, llevando a cabo una labor de limpieza y procurándose alimento al mismo tiempo; los colibríes y las abejas se nutren del néctar de las flores y así ayudan a su polinización.

      Algo tan común en los animales y las plantas, esa íntima cooperación llamada simbiosis, es algo que a los humanos aún nos queda por aprender. La naturaleza nos enseña que quien da desinteresadamente lo que tiene, recibe desinteresadamente lo que necesita. Pero nosotros nos resistimos a llevar a la práctica algo tan evidente.

      ¿Por qué desinteresadamente? El pez no necesita los organismos presentes en sus escamas, ni las algas el nitrógeno ni las flores el néctar. Cuando ceden esas cosas no pierden nada y ganan mucho a cambio.

      El motivo por el cual nosotros nos resistimos a hacer lo mismo está en que con frecuencia sufrimos dependencia psicológica de lo que tenemos, incluida de aquello que nos sobra. El millonario se aferra a su dinero; quien tiene tiempo libre, a su ocio; el que posee inteligencia, a sus ideas. El pobre quiere ser rico y el rico quiere ser rey, mientras que el rey piensa si no hubiera sido mejor haber nacido pobre.

      Solemos pensar que dando lo que se tiene, uno se vuelve más escaso. Y que aquello de lo que se desprende no vuelve.

      ¿Y si no fuera así?

      Quizá la clave de la auténtica abundancia se encuentre en la auténtica generosidad.

      Parece existir una misteriosa ley universal por la cual todo se compensa, todo se complementa, todo se equilibra.

      Por si acaso esto fuera cierto, te animo a hacer una prueba: da hoy algo que poseas en abundancia. No hace falta que sea dinero. Puede ser tiempo, atención, apoyo, humor, fuerza o escucha … y si tienes dinero en cantidad, da dinero. Pero hazlo sin pedir nada a cambio. Luego espera y observa que pasa.

      Tal vez no suceda nada. O tal vez, sin que lo esperes, sí. Acaso lo que has cedido te vuelva transformado: quizá has dado escucha y en tu vida aparezca tiempo, el tiempo que necesitabas. Acaso has regalado una sonrisa y recibas —quién sabe si de la misma persona a la que se la brindaste o por parte de otra en una circunstancia totalmente ajena— un consejo clave sobre algo importante para ti. Puede que hayas dado dinero y, de repente, pasado un tiempo o al instante, te encuentres con alguien que te ayuda decisivamente en una tarea difícil.

      Lo que no se da se pierde.

      O quizá no suceda nada. En ese caso, no te sientas defraudado. No quedas en desventaja. También has recibido algo: la alegría que existe implícitamente en el hecho de dar. Tal vez la misma alegría que (quién sabe si no por casualidad) desprenden los colores del coral y de la anémona que siempre están dando sin esperar recibir ninguna cosa a cambio.

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