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Paso 42. La sombra de Midas

       Paso 43. El agua en la botella

       Paso 44. Atar a un elefante

       Paso 45. “Yo les veo a ellos”

       Paso 46. Zonas de confort

       Paso 47. La oruga y la muerte

       Paso 48. El ojo de la madre

       Paso 49. El regalo de la lluvia

       Paso 50. Quinta revisión

       Epílogo

      Dedicatoria

      A Minuco, mi abuela,

      una luz continua en el cielo

      y a Pilar, mi madre,

      una luz continua en la tierra.

      Agradecimientos

      A mi familia, por tanto.

      A Mar, Elena, Alberto y Coralie, por su paciencia al leer el manuscrito de este libro y orientarme tan sabiamente sobre su finalización.

      A Gonza y Ana, por su apoyo incondicional.

      Prólogo

      Al igual que en las catedrales góticas se ingresa por la zona oscura que hay tras la entrada y se va avanzando hacia la claridad existente al final de la nave, bajo el rosetón, este libro establece un recorrido de la penumbra a la luz.

      La penumbra (si es que existe en tu vida) de la incertidumbre, el miedo o la tristeza. La luz de la absoluta seguridad, la alegría y la paz interior.

      Cincuenta pasos pueden parecer pocos para un recorrido así, pero estos pretenden ser pasos agigantados. También rotundos y definitivos. Por eso van a ser cincuenta pasos lentos. La manera de leer este libro es dando un paso cada día, y de vez en cuando repasando los que ya se han dado para afianzarlos.

      Te propongo, pues, leer solo un capítulo diario. Incluso, si lo deseas, que te quedes en alguno de ellos más tiempo si eso es lo que necesitas. Por el contrario, no es aconsejable leer más de un capítulo al día. Eso supondría hacer un viaje precipitado, desorientarse y no llegar al destino.

      Este es un libro para poner en práctica. En cada paso, en cada día, encontrarás una propuesta. Unas veces consistirá en considerar una reflexión; otras, en probar a modificar un hábito; otras, en observar una emoción. Dicha propuesta a veces será explícita. Otras estará oculta y serás tú quien tenga que encontrar cuál es y cómo aplicarla en tu vida. Otras, será más explícita. Siempre sugerirá actuar sobre ti mismo —sobre tu interior, sobre tu manera de pensar, interpretar o sentir—. Nunca pretenderá modificar nada que parezca estar fuera de ti, ni por supuesto cambiar a nadie. Porque la única forma de avanzar hacia la claridad es transformándote tú.

      Por ese motivo en las siguientes páginas siempre hablaré en segunda persona. Por favor, no te sientas señalado ni atacada por ello. Cuando, por ejemplo, digo: “esto es lo que haces cada vez que juzgas a alguien: depositar tu propia carga sobre otro y acusarle por llevarla”, me refiero a ti, pero también me refiero a mí, y a todos. El contenido de esta pequeña obra surge de mi propia experiencia, de mi propio aprendizaje. Por eso, cuando diga “tú”, me estaré hablando a mí, y también a ti que estás leyendo.

      Gracias por recorrer este felicísimo trayecto por tu templo interior.

      Vamos juntos.

      Paso 1

      Posar un saco

      Un hombre va por un camino trasportando un saco muy pesado. Se siente mal, no solo por lo pesado de la carga, sino porque en el saco lleva algo que ha robado y le acosan los remordimientos. Después de caminar un buen trecho, ve que otro hombre se acerca en sentido contrario. Cuando ambos se encuentran, el primero pone el saco sobre los hombros del segundo. Extenuado, se le nubla la mente, se olvida de que es él quien lo ha robado y al ver al otro con el saco a cuestas le acusa de ladrón.

      Esto es lo que haces cada vez que juzgas a alguien: depositar tu propia carga sobre otro y acusarle por llevarla.

      Aunque no hace falta que hayas robado, ni siquiera que hayas hecho nada malo; basta con que lleves contigo algo sobre lo que te sientes mal, sea un recuerdo, una idea, una acción o un pensamiento adquirido en la infancia.

      Por eso, si hoy te encuentras juzgando a alguien, mírate a ti. Descubre si lo que sucede no es que llevabas alguna carga indeseada, la has depositado en ella y has olvidado que era tuya.

      En ese caso, prueba a quitársela. Pero no cargues tú de nuevo con ella. Mejor déjala en el suelo y sigue andando. A ver si de esa manera el camino se vuelve más fácil, y además encuentras preferible hacerlo en compañía de esa persona en vez de solo.

      Paso 2

      Socorro en el naufragio

      Imagina que eres uno de los pasajeros del Titanic y llega el momento del hundimiento. Te encuentras en el agua rodeado de náufragos que piden socorro desesperadamente. Si quieres ayudarles, ¿qué es lo primero que tienes que hacer?

      Solo será posible si encuentras una balsa, un salvavidas, un tronco o algo similar, te pones tú primero a salvo y luego les ayudas a salir del agua. Por el contrario, si intentas auparlos desde abajo para que se suban a un objeto flotante, no conseguirás tu objetivo y además te hundirás.

      Sucede lo mismo en la vida. ¿Quieres contribuir al bien de los demás? Súbete a un bote. Cuanto más grande y más sólido sea —tanto mejor si es un barco lleno de camarotes donde quepan muchas personas cómodamente— mayor será tu capacidad de ayuda.

      Existe la extraña creencia de que para ayudar a otros es necesario vivir su misma desgracia, padecer su misma pobreza o sufrir por ellos. También existe la extravagante idea de que para amar a alguien es preciso sufrir por él. Pero el dolor solo engendra dolor.

      Y el amor solo engendra amor.

      La compasión no consiste en padecer por el otro, sino en dejar que tu paz invada su dolor.

      ¿Quieres dar paz al mundo? Encuentra paz hoy en ti. ¿Quieres dar riqueza al mundo? Encuentra riqueza hoy en ti. ¿Quieres dar inteligencia al mundo? Encuentra inteligencia hoy en ti. ¿Quieres dar amor al mundo? Encuentra amor hoy en ti. Entonces, ni siquiera tendrás que dirigirte a los demás para ofrecerles paz, riqueza, inteligencia o amor: ellos vendrán, al igual que si te encuentras sólidamente asentado en una balsa en mitad de un naufragio, los náufragos nadarán en tu dirección porque verán que allí está el socorro que necesitan.

      Paso 3

      Fichas redondas

      Cuando era niño, cada año durante las fiestas del colegio ponían una feria en el campo de fútbol. Había varias atracciones, pero a mí la que más me gustaba eran los coches de choque.

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