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diversas acepciones en la noción de naturalismo y restringe la plausibilidad de la lectura naturalista de Kant al ámbito de la epistemología. Para ello analiza la bibliografía contemporánea relevante y elige como representativo el diálogo de Lorenz con la obra de Kant. Basándose en una doble pertenencia de las disposiciones del ánimo —así traduce Teruel el término Gemüt—, al psiquismo y al espacio trascendental, analiza la propuesta de Lorenz de conjugar el apriorismo kantiano con la comprensión evolutiva del hombre. Las formas a priori de la sensibilidad y del entendimiento emergen en el flujo psíquico en tanto que disposiciones para organizar la experiencia que no proceden de ella, pero tampoco surgen sin ella. Las siempre justificadas y matizadas críticas a la propuesta de Lorenz no se limitan al espectro de los enfoques teóricos del siglo XX, claramente incompatibles entre sí, cuya definición requiere medir sus confines con los elementos del mapa kantiano de la razón y con su concepción del ser humano. Queda abierto el problema que suscita la sustitución del estatuto lógico de las disposiciones racionales a priori por un estatuto biológico que parece conllevar la pérdida de la dimensión epistemológica del Quid iuris?, pero la reflexión de Pedro Jesús Teruel se presenta formando parte de un proyecto de investigación en marcha. No obstante, no deja de ser revelador que, desde una perspectiva tan distante, el proyecto que Teruel esboza a partir de Lorenz incida, coincidiendo en esto con las lecturas de Heidegger y Arendt, en la especial relevancia de reconsiderar las funciones asignadas a la imaginación trascendental.

      En su «lectura popperiana de Kant», Eugenio Moya ofrece una versión moderada de la perspectiva del naturalismo epistemológico como apropiación actual del pensamiento de Kant. Frente a la recepción idealista de Kant, el naturalismo renuncia a la tesis de la unidad de un fundamento, se coloque en el sujeto o en la cosa-en-sí; y también aquí la cuestión central reside en el modo de interpretar el esquematismo (§ 80 de la Crítica del juicio). Para el naturalismo, el hecho de que Kant conciba «la naturaleza como productora de suyo y no solo como capaz de despliegue» (op. cit., § 81) lo alinea con Harvey y la teoría de la epigénesis, y lo aproxima a un evolucionismo que, naturalizando las funciones apriorísticas, permite una lectura de la razón como instancia con historia, lo que sería una ventaja respecto a la versión trascendental. Así conectaría un racionalismo crítico con un bioconstructivismo.

      Con ello, Eugenio Moya llega a hablar de un Epigenetic turn de la filosofía que, al establecer una interacción entre los sistemas biológicos y el entorno, desplaza las concepciones preformistas y creacionistas. El «giro epigenético» permite vincular al hombre con el proceso evolutivo natural y, a la vez, con la idea de autonomía como gobierno de sí. Este se entiende como un proceso de autopoiesis que incluye la producción de reglas a priori que operan en el conocimiento. Moya lleva la lectura naturalista del sujeto kantiano hasta la conjetura de que «es en la propia naturaleza donde buscaba Kant la desconocida raíz común de las fuentes subjetivas del psiquismo de las que habla en la introducción» de la Crítica de la razón pura (A 15/B 29). El carácter «necesario y universal» con el que Kant caracteriza al conocimiento queda vinculado a un trascendentalismo que es antropomórfico, es decir, que pertenece a la gramática profunda del pensamiento de la especie humana, y no puede elevarse a la caracterización de «todo ser racional en general».

      Una aportación muy singular a este libro constituye el texto de Jesús Conill al atender a una doble cuestión: la de analizar la difícil introducción del pensamiento de Kant en el panorama de la cultura española, a principios del siglo XX, y la de la absorción y transformación de su pensamiento en el raciovitalismo de Ortega y Gasset que, según propia confesión, había vivido el kantismo desde dentro durante una década. La razón vital elude, o supera, la interpretación que hace de la epistemología el centro de la crítica kantiana, pero también la lectura heideggeriana que hace de ella una tematización del ser. En cambio, propone la «vida» como realidad radical para una racionalidad cuya teoría elude así tanto el idealismo como el punto de vista trascendental. Con ello se produciría una figura nueva de la filosofía crítica, innovadora de la herencia kantiana, capaz de hacerse cargo del presente y, de acuerdo con Ortega, de sentar las bases para «un Kant futuro». Jesús Conill asume la lectura orteguiana de Kant como apertura de «una nueva analítica transformada hermenéuticamente», en la que el papel otorgado a la noción de «vida» permite al pensamiento actual arraigar en la facticidad.

      La penúltima perspectiva de la que nos ocupamos es la que podríamos convencionalmente agrupar tras el rótulo «teoría crítica». Los diferentes autores de este grupo no han tenido, ni con mucho, posiciones intercambiables respecto a la tradición kantiana. La interpretación que Horkheimer ofrece, por ejemplo en la comparación que lleva a cabo entre la ética de Kant y la de Sade en el Excursus II de Dialéctica de la ilustración, o en la propia elaboración del concepto de «razón instrumental», que muy kantianamente vincula el enunciado científico al imperativo hipotético de la tecnología, exhibe una interpretación de Kant que está en la estrategia conceptual de la Crítica de la razón instrumental, publicada en 1947 sin la colaboración de Adorno. Es difícil imaginar que Adorno hubiera podido teorizar su propia práctica como crítico del arte o de las ciencias sociales basándose en el sentido que da Horkheimer en esa obra a la noción de «crítica».

      La posición de Adorno, analizada en este libro por Sergio Sevilla, se centra en la pregunta que Dialéctica negativa intenta responder acerca del uso que podemos hacer del pensamiento de Kant después de haber conocido la contribución imprescindible de la racionalidad científica y técnica a la destrucción planificada de seres humanos en los campos de concentración, cuyo nombre emblemático es, en la escritura de Adorno, Auschwitz. Una ilustración que ha combatido las creencias tradicionales y las ideologías en nombre de la racionalidad asociada a las ciencias modernas no puede ajustar cuentas consigo misma limitándose a constatar su carácter internamente contradictorio, que hace de ella un proceso dialéctico; ha de afrontar también la imposibilidad de salvar esas contradicciones en términos de «negación de la negación». Pero tampoco le basta con hacer un viaje de regreso desde la dialéctica, hegeliana o marxista, a una forma nueva de kantismo. Por eso es muy significativo el lugar que Adorno asigna a Kant en el capítulo «Meditación sobre la metafísica», con el que acaba Dialéctica negativa y que analiza con detalle este estudio.

      También es distinta la aproximación a Kant que encontramos en la obra de K. O. Apel y en la de J. Habermas. Los jóvenes teóricos críticos que comenzaron su obra después de que la Segunda Guerra Mundial acabara con el nazismo buscaron de modo decidido alejarse de la dialéctica, hegeliana o marxista, tanto como del pensamiento de Heidegger; lo cual incluye su lectura de la historia filosófica alemana, Kant incluido, y en especial la propuesta de sustituir la filosofía como teoría de la racionalidad por una hermenéutica. Esos dos posicionamientos decisivos, en cierta medida estratégicos, les conducen a una mayor afinidad con el kantismo, en especial con su valoración del conocimiento científico, su universalismo moral y su liberalismo político, que les aleja de las posiciones de Adorno y Horkheimer. Su adopción, además, del «giro lingüístico» y de una concepción falibilista del conocimiento les lleva a una recreación del ejercicio de la crítica que, en cierto sentido, vuelve a relacionarse con la interpretación clásica de Kant como con un modelo.

      La ubicación del kantismo de Apel en una posición que equidista de la voluntad de mera actualización de la obra del clásico y de la opuesta voluntad de descubrir en él caminos inexplorados lleva a Norberto Smilg a situarlo en la posición de la sentencia de Windelband, según la cual «entender a Kant significa superar a Kant». N. Smilg estudia un ejemplo emblemático de ese lema que se caracteriza por la voluntad de conectar, de un modo coherente, la teoría del conocimiento con la hermenéutica. La apropiación que K. O. Apel efectúa del giro semiótico de Pierce hace posible esa conexión, mediante la pragmática trascendental, de dos concepciones filosóficas del lenguaje en principio excluyentes. El trabajo de Smilg analiza los pormenores de lo que ganamos o perdemos en la serie de las interpretaciones que nos lleva desde el «reino de los fines» kantiano a la «comunidad ideal de comunicación», pasando por el «socialismo lógico» de Peirce. La transformación del sujeto trascendental en una «comunidad ilimitada de investigadores», practicada por Pierce, ha de permitir «no solo la reconstrucción lógico-semántica

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