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Las alas del reino I - Cuervo de cuarzo. Tamine Rasse
Читать онлайн.Название Las alas del reino I - Cuervo de cuarzo
Год выпуска 0
isbn 9789563176124
Автор произведения Tamine Rasse
Жанр Языкознание
Серия Las alas del reino
Издательство Bookwire
Desde la fila de la derecha, donde se hallaban sentadas las novias, una muchacha con un horrible corte de cabello miraba fijamente a mi padre. Sus ojos eran duros, y venía poco arreglada. Parecía tan perdida en sus pensamientos que ni siquiera se detenía a parpadear, y cada vez fruncía más el ceño. Volteé la mirada hacia la fila de los novios, para ver quién sería el chico que habría escogido a tal muchacha como esposa. Me sorprendió que no hubiera tenido más y mejores opciones, pues la novia gruñona era la menos agraciada de todas las que allí había, y sin duda la que menos se había esforzado por lucir presentable en su gran día.
Tuve que contar los asientos tres veces para asegurarme de que no me había equivocado.
Si mis cálculos eran correctos el novio de la chica era un apuesto muchacho de piel morena y pestañas frondosas. Su cabello negro estaba peinado en una trenza similar a la mía, atado con un moño azul y su nariz era recta y delgada, dándole un aire de elegancia que estaba a años luz del porte de su prometida. Su traje, aunque simple, estaba perfectamente planchado y sus zapatos brillaban a la luz de los faroles. Por un momento, deseé que el Príncipe Hiro tuviera la misma apariencia, y me atreví a decir (aunque sólo en mi cabeza) que la chica que hubiese tenido la suerte de ser escogida por tal bombón, al menos debía procurar estar a la altura, y que sin dudas aquella novia no se merecía lo que la vida le había dado.
—…jóvenes novios, pueden entregar sus anillos a las novias.
El revuelo de los novios rebuscando entre sus bolsillos y de las novias caminando hacia el centro del anfiteatro me trajeron de vuelta. Como lo había esperado, el muchacho se movía con gracia, y la chica… bueno, digamos que estaba haciendo un esfuerzo. En las gradas, las familias se amontonaban hacia el centro para tomar fotografías, y junto a mí, mi padre sonreía satisfecho. Por fin me relajé; todo estaba bien, mi pueblo me había recibido con cariño, y los novios frente a mí parecían tan contentos como esperaba verme con el Príncipe Hiro en el solsticio de verano.
Cuando los novios terminaron de entregar los anillos, el cuarteto de cuerdas comenzó a tocar una suave melodía acompañados de un piano de cola. Los hombres tomaron por la cintura a sus novias, y juntos comenzaron a danzar en armonía bajo la luna plateada. La melodía era dulce, pegajosa como miel, y me descubrí a mí misma moviendo las puntas de los pies bajo mi pesada falda de terciopelo. Aunque intenté mirar a todas las parejas de forma equitativa, mis ojos no parecían poder despegarse de aquel muchacho y su novia. A mi pesar, me quedé un buen rato viéndola a ella bailar; se movía como si la gravedad no existiera, y él la abrazaba como si no hubiera nada más importante en el mundo para él. Pero… ¿podría ser tan sólo mi mente jugándome una mala pasada? No vi entre ellos la tierna mirada que podía percibir en los demás, sonreían, pero no parecían perderse en el otro, y ¿no estaba el brazo del muchacho un poco tieso? Reí para mis adentros, ¿qué importaba? Yo ya estaba prometida, y aunque no lo hubiera estado, jamás podría casarme con uno de mis súbditos, por muy guapo que fuera. Además, dudaba que si quiera volviera a verlo, por lo cual me permití a mi misma un momento más de goce, y lo observé bailar durante las dos canciones que siguieron.
—Mis queridos discípulos —elevó la voz el sacerdote cuando los aplausos terminaron de esfumarse—, pónganse de pie para agradecer a la Estrella por este día tan especial.
Quise ponerme de pie, como lo había hecho siempre que un clérigo atendía personalmente a mis plegarias durante el Solsticio de Invierno, pero mi padre estaba quieto en su trono, su expresión imperturbable mientras miraba de aquí para allá, observando a su pueblo. Lo cierto es que había tenido la razón cuando me comentó lo preocupado que estaba sobre mi presentación en público; no me sentía preparada. Sí, había ensayado esto un millón de veces, pero aún así, me resultaba difícil salir de la rutina de toda una vida frente a tantas personas, especialmente si se trataba de algo tan importante como las plegarias a la Estrella. En voz baja y con los ojos fijos en la Luna, que era un canal de su poder, y quien intercedía por nosotros, le pedí perdón por mi altanería, y le prometí rezarle como era debido tan pronto volviéramos a casa.
—Oh, Estrella todopoderosa, te pedimos protejas la sagrada unión de nuestros jóvenes, y los guíes siempre por el camino de su vida, sirviendo a la corona y acompañándose unos a otros en el amor comunitario y la veneración a Tu Merced.
En las gradas, las personas se habían tomado de la mano mientras, para sus adentros, recitaban El Grial, con la cabeza gacha para recibir las bendiciones del legionario.
—Te agradecemos por las buenas cosechas del verano y por mantenernos protegidos de aquellos que buscan nuestra destrucción. Te ruego bendigas a través de nuestra madre la Luna los lazos aquí formados y a tu pueblo que te espera paciente.
Agaché también la cabeza. Realeza o no realeza, nadie podía negarse a tal bendición. Bajo la luz de la Estrella y nuestra Madre, no podía mostrar más que humildad.
IX Si no puedes contra ellos
Eli caminó hacia mí, y otra vez sentí esa punzada de culpa en el pecho. Le estaba quitando lo poco que esta vida había podido ofrecernos, jamás otra chica lo vería caminar hacia ella con un anillo en sus manos, vestido con tal elegancia que parecía como si realmente tuviese el derecho de estar allí. Me dio una puntada en el pecho porque sabía que nunca podría amarlo de esa manera, y que él tampoco podía ofrecerme eso. Ambos estábamos condenados a no encontrar jamás a aquella persona que nos gustaría ver al otro lado del anfiteatro, y la pérdida me dolió más de lo que esperaba, teniendo en cuenta que toda la vida habíamos estado perdiendo.
—Hola —me sonrió. Podía ver que estaba triste, no era muy bueno para esconder sus emociones.
—Qué tal —le sonreí yo —, ¿vas a atarme un trozo de alambre? —bromeé.
—La verdad es que tengo algo un poco mejor —su rostro se iluminó, pero sólo por un breve instante —, ten, lo hice para ti.
Eli me entregó un par de anillos forjados en plata, eran extremadamente delicados, las diferentes divisiones imitaban una planta enredadera y una diminuta flor terminaba de darle el toque final. Me quedé sin palabras, esos anillos no eran para una chica como yo.
—¿Tú los hiciste?
—Para ti —dijo, y ahora si parecía feliz.
—¿Pero por qué hay dos? ¿Vas a casarte con alguien más, o piensas llevarlo tú?
—Tan sólo guarda el otro, vas a necesitarlo después —me aseguró.
—Ya veo, crees que destruiré el primero —levanté una ceja—, no puedo creer que hayas hecho dos sólo porque pienses que uno no durará.
—¿Acaso puedes culparme? —se burló —, sólo hazme caso y guárdalo.
Quise abrazarlo, pero la etiqueta de la ceremonia no nos permitía acercarnos antes del baile, y eso, sólo siguiendo la tradicional y bien ensayada coreografía. Pude verlo encerrado en su habitación, forjando los anillos en el fuego, doblando cada una de las ramitas hasta altas horas de la mañana. Nunca nadie se había preocupado tanto por mí.
—Lamento que tengas que casarte conmigo —dije finalmente —, yo no sé forjar anillos.
Eli lanzó una risotada, pero se calló de inmediato al recordar donde estaba.
—Lamento que tengas que casarte conmigo, yo no sé… espera si sé. Lo que sea que estés pensando, sé hacerlo.
—Eres un engreído.
—Lástima que tendrás que vivir con eso para siempre