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alguien más. Así que, si tenían aunque fuera medio cerebro en la cabeza, ya se habrían marchado.

      Sin embargo, Belinda no había oído a nadie salir corriendo por la puerta principal.

      Sintió la boca seca e intentó tragar saliva. Tenía que escapar de allí, pero solo había una salida y era por aquella escalera... y la cocina estaba al final de ella.

      Decidió que llamaría a la policía. Hablaría en voz baja por el móvil, les pediría que acudieran enseguida, que había alguien en la casa, que alguien...

      Tenía el móvil en el bolso. Un Chanel falso que había comprado en una de las fiestas de bolsos de Ann. Y lo había dejado arriba, en la encimera de la cocina.

      La puerta de la escalera se abrió.

      Belinda pensó en esconderse, pero ¿dónde podía meterse? ¿Detrás de la caldera? ¿Cuánto tardaría quien fuera en encontrarla ahí detrás? ¿Cinco segundos?

      —¡Ha entrado usted en una propiedad privada! —exclamó—. A menos que le interese comprar esta casa, no se le ha perdido nada aquí.

      La silueta de un hombre inundó el umbral.

      —Eres Belinda —dijo.

      Ella asintió con la cabeza.

      —Sí..., eso mismo. Soy la agente inmobiliaria de esta casa. ¿Y usted es...?

      —No he venido por la casa.

      Con las luces de la cocina iluminándolo desde atrás, resultaba muy difícil distinguir su rostro. Sin embargo, Belinda calculó que debía de medir un metro ochenta, era delgado, con el pelo oscuro y corto, y llevaba un traje oscuro hecho a medida y una camisa blanca, pero sin corbata.

      —¿Qué es lo que quieres? —preguntó—. ¿En qué puedo ayudarte?

      —Se te está acabando el tiempo. —Su voz era tranquila, casi no se percibía en ella ninguna inflexión.

      —El dinero —dijo ella en apenas un susurro—. Has venido por el dinero.

      El hombre no respondió.

      —Estoy intentando conseguirlo —añadió ella, esforzándose por sonar al menos un poco entusiasta—. De verdad que sí, pero solo para que entiendas la situación... Lo del accidente. Hubo un incendio. Así que si el sobre estaba en el coche...

      —Eso no es problema mío. —Bajó un escalón.

      —Lo único que digo es que por eso estoy tardando tanto. No sé, si aceptarais cheques —y entonces soltó una carcajada nerviosa—, podría extenderos uno a cuenta de mi línea de crédito. Puede que no lo saldara todo, hoy no, pero...

      —Dos días —dijo el hombre—. Habla con tus amigos. Ellos saben cómo ponerse en contacto conmigo. —Dio media vuelta, subió otra vez el escalón hacia la cocina y desapareció.

      A Belinda le iba el corazón a toda velocidad. Pensó incluso que estaba a punto de desmayarse. Sintió que volvía a echarse a temblar.

      Justo antes de deshacerse en lágrimas, se dio cuenta de que acababa de decir algo que no se le había ocurrido hasta entonces.

      Así que si el sobre estaba en el coche...

      Si estaba...

      Siempre había supuesto que así era. Igual que todo el mundo. Aquella era la primera vez que pensaba siquiera que el sobre podía no haber estado allí. ¿Existía una posibilidad entre un millón de que no hubiera desaparecido? Y aunque sí hubiese estado en el coche, ¿existía la remota posibilidad de que no se hubiera convertido en cenizas? El coche había ardido, pero, por lo que sabía Belinda, los bomberos habían apagado las llamas antes de que quedara destruido por completo. Belinda había oído decir que en el funeral habían cerrado el ataúd más preocupados por la niña que porque el cuerpo hubiese quedado desfigurado a causa del fuego.

      Tendría que hacer algunas preguntas.

      Preguntas difíciles.

      Capítulo 7

      Tardé cinco minutos en volver a casa de los Slocum.

      Pensaba que Kelly me estaría esperando en la puerta principal, mirando a ver si veía llegar la furgoneta, pero tuve que llamar al timbre. Como nadie me abría, pasados diez segundos volví a intentarlo.

      Al aparecer en la puerta, Darren Slocum pareció sorprendido de verme.

      —Hola, Glen —dijo, y sus cejas descendieron en un gesto socarrón.

      —Qué hay —contesté.

      —¿Sucede algo?

      Yo había supuesto que ellos ya sabrían por qué estaba allí.

      —He venido a recoger a Kelly.

      —¿Ah, sí?

      —Sí. Me ha llamado. ¿Puedes ir a buscarla?

      Dudó un momento.

      —Sí, claro, Glen. Espera un segundo y voy a ver qué es lo que pasa.

      Cuando desapareció en el comedor que había a la izquierda, yo entré en el recibidor sin que nadie me hubiera invitado. Me quedé allí de pie, mirando a mí alrededor. A la derecha, una salita con un televisor de pantalla grande, un par de sillones de cuero. Media docena de mandos a distancia alineados sobre la mesita del café, como soldados tendidos cuerpo a tierra.

      Oí que venía alguien; pero no era Kelly, sino Ann.

      —¿Hola? —dijo, extrañada. Por lo visto estaba tan sorprendida de verme como Slocum. No sabía si interpretaba bien sus gestos, pero también me pareció preocupada. Tenía un teléfono inalámbrico negro en la mano—. ¿Va todo bien?

      —Darren ha ido a buscar a Kelly —dije.

      ¿Era alarma lo que vi asomar un instante a su rostro, solo una fracción de segundo?

      —¿Pasa algo?

      —Kelly me ha llamado —expliqué—. Me ha pedido que venga a buscarla.

      —No lo sabía —dijo Ann—. Pero ¿qué ha pasado? ¿Te ha dicho si ha sucedido algo?

      —Solo me ha dicho que viniera a buscarla. —Se me ocurrían una buena cantidad de razones por las que Kelly podía haber decidido cancelar su noche en casa de su amiga. A lo mejor todavía no estaba preparada para estar lejos de casa cuando había pasado tan poco tiempo tras la muerte de su madre. O a lo mejor Emily y ella se habían peleado. A lo mejor había comido demasiada pizza y le dolía la tripa.

      —No nos ha pedido permiso para llamar por teléfono —dijo Ann.

      —Ella tiene el suyo. —Ann estaba empezando a molestarme. Yo solo quería recoger a Kelly y marcharme de allí.

      —Sí, bueno —dijo, y por un momento pareció distraída—. ¡Niñas de ocho años que ya tienen su propio teléfono! Las cosas no eran así cuando nosotros éramos pequeños, ¿verdad?

      —No —coincidí con ella.

      —Espero que las niñas no se hayan peleado ni nada por el estilo. Ya sabes cómo pueden ser esas cosas. Son las mejores amigas del mundo y un segundo después se odian a muert...

      —¡Kelly! —grité hacia el interior de la casa—. ¡Papá está aquí!

      Ann levantó las manos como para hacerme callar.

      —Seguro que ya vienen. Me parece que han estado un rato viendo una película en la habitación de Emily, en el ordenador. Le dijimos que no podía tener televisión en su cuarto, pero, cuando se tiene ordenador, quién necesita tele, ¿verdad? Ahora ya se pueden ver todos los programas online. Y me parece que estaban escribiendo una historia, inventándose no sé qué clase de aventura o algo como que...

      —¿Dónde está la habitación de Emily? —pregunté, y eché a andar hacia el comedor, suponiendo que tardaría

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