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debía ascender a la cruz, y ¿qué hizo? «Patris sum nunc: en ese momento ascendió a la cruz.

      Ya ven, esto significa: Patris atque Matris sum nunc et in perpetuum. Por tanto, queremos ponernos y nos pondremos sin reservas a disposición del Padre y de la Madre a través de nuestra alianza de amor. Pero decimos: la alianza de amor no es solo una disponibilidad unilateral, sino una perfecta disponibilidad mutua. En la práctica, esto significa, entonces: no solo nosotros nos ponemos a disposición de manera perfecta y sin voluntad propia, sino que el Padre y la Madre se ponen también a disposición nuestra, también a mi disposición.

      ¿Qué significa esto, entonces? El Padre y la Madre hacen también lo que yo quiero, lo que yo deseo, por supuesto, bajo determinadas condiciones. ¿Dónde está eso en nuestro lema? Vivat sanctuarium. ¿Qué significa «vivat sanctuarium»? En el santuario no hemos sellado solamente nosotros una alianza de amor con la Santísima Virgen y con el Padre del cielo, sino que también ellos han sellado una alianza con nosotros. Es decir, ellos se han puesto a nuestra disposición. ¿A través de qué se han puesto a nuestra disposición? A través de su amor misterioso, misericordioso. Ellos nos han ofrecido su amor, pero yo digo, intencionalmente: su amor misericordioso.

      ¿Que implica la expresión «amor misericordioso»? Nuestra miseria, nuestros límites. Vean: de un lado, el Dios misericordioso, y del otro lado, nosotros, miserables criaturas. Por eso es evidente: el Padre y la Madre saben que somos desvalidos, que somos limitados, que tenemos defectos, que somos desvalidos. Por tanto, somos objeto del amor misericordioso del Padre y de la Madre.

      Por encima de todas las cualidades se encuentra el amor misericordioso: ese amor supera todo, todo lo demás. Por tanto: el amor misericordioso, no solo el amor. Dios sabe cuán débil soy. Dios sabe que soy limitado. Dios sabe que tengo el pecado original. Dios sabe que innumerables veces he pecado personalmente. ¿Y ahora? Su amor misericordioso me dice «sí». Esta es la gran imagen de la historia que tiene el apóstol san Pablo, la gran imagen de la historia que tiene la Santísima Virgen. Por sobre todo está el Dios misericordioso. El Dios misericordioso tiene en sus manos las riendas del acontecer universal.

      Pero ¿qué se exige como condición? «Los que le temen», es decir, los que reconocen y confiesan con humildad y confianza su miseria.

      ¿Qué es la plena belleza de Dios? Dios se inclina hacia la criatura y se apiada de los miserables. Este es su título de honor. Y después agrega: Yo soy el que es fiel, el que es fiel a la alianza y el que es veraz. ¿Qué es, pues, lo que el Padre nos pone a disposición en virtud de la alianza de amor? Nosotros nos hemos puesto a su disposición y él se pone a nuestra disposición, pone a nuestra disposición su amor infinitamente misericordioso. Ese amor es el que él pone a mi disposición, por supuesto, bajo una condición: tengo que confesar y reconocer con sencillez y plena confianza mis debilidades y miserias.

      Las antiguas leyendas relatan de un monje que tenía mucho contacto con su ángel custodio, y, como es fácilmente imaginable, una vez, el monje quiso saber, de su ángel custodio, a quién querría más el Padre celestial. Entonces el ángel le dijo: ¡Adivínalo tú mismo! Bien, dijo el monje, pienso que un niño en su floreciente inocencia sería aquel a quien más querría el Padre del cielo. No, le dijo el ángel custodio. Erraste el tiro. De nuevo el monje: Una niña que se deposa por entero con el Salvador para el Padre celestial. Otra vez, la respuesta fue: erraste el tiro. El monje: un mártir, que entrega su vida por el Salvador, por el Padre del cielo. Nuevamente la respuesta: erraste el tiro. Un apóstol, que recorre el mundo entero. Una vez más, la respuesta: erraste el tiro. El monje se encuentra, entonces, desvalido: ¿Quién ha de ser, realmente? El ángel le dice: Ven, que te mostraré algo —por supuesto, lo que les relato es solo una leyenda—. El ángel toma al monje y lo lleva a la cárcel. Un criminal está allí encerrado, llora sus pecados y tiene confianza en la sangre del Salvador. El ángel dice después: Estos son los hombres a quienes más quiere el Padre del cielo. Mi miseria, la miseria reconocida, confiadamente reconocida, es el mayor título que nos da derecho al amor misericordioso del Padre.

      Por eso Schoenstatt ha sostenido siempre: no ha sido nuestra virtud, sino nuestra miseria la que movió a la Santísima Virgen a sellar con nosotros la alianza de amor y a convertirla en alianza de amor con el Padre.

      Como ven, por el reconocimiento de esa debilidad y miseria Schoenstatt ha atravesado todas las turbulencias

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