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Lunes por la tarde... 5. José Kentenich
Читать онлайн.Название Lunes por la tarde... 5
Год выпуска 0
isbn 9789567598588
Автор произведения José Kentenich
Жанр Сделай Сам
Серия Lunes por la tarde…
Издательство Bookwire
¿Qué quiere Dios de nosotros, entonces? Debemos estar a la escucha de lo que él quiera en cada caso, de lo que él quiera en cada segundo de nosotros. ¿Cómo me lo da a entender? En parte por mociones interiores, en parte a través de otras circunstancias. Esto es santidad. Pero una santidad semejante implica siempre una enorme cantidad de inseguridades terrenas. ¿Y qué exigen las inseguridades terrenas? Que demos el salto hacia arriba, hacia la seguridad divina.
Si el tiempo no les resulta excesivamente largo, me permito remitirlos a un ejemplo muy hermoso, la parábola del hijo pródigo.1 Puede ser también una hija pródiga, no tiene por qué ser un hijo varón. Ahora tienen que reflexionar lo siguiente: ¿cuál de los dos hijos les resulta más simpático? Si tuviesen que darme ahora una respuesta inmediata, probablemente dirían: el hijo que permaneció en casa. Pero si piensan por un poco más de tiempo, probablemente pongan esa respuesta entre signos de interrogación. Ahora tienen que considerar detenidamente la parábola entera. Entonces podrán contemplar con ella de manera ilustrativa todas las grandes leyes de la seguridad y la inseguridad.
Primero: junto a la seguridad hay un sinnúmero de inseguridades. ¿Quién estaba seguro del amor del padre? El hijo que permaneció en casa. Él se sentía seguro en el corazón del padre, cumplía la voluntad del padre y permaneció siempre junto al padre. Estaba disponible para el padre. ¿Y quién estaba inseguro, quién era el símbolo de la inseguridad? El hijo pródigo. Estando fuera, se sentía inseguro, tenía hambre y sed, no tenía suficiente dinero. Comía la comida de los cerdos. Con eso se daba por satisfecho. Este es el símbolo de la inseguridad. Del mismo modo, también hoy hay en la vida seguridad e inseguridad.
Tienen que contemplar una vez más a los dos hijos. Entonces encontrarán, en segundo lugar, que en toda seguridad se esconde muchísima inseguridad. ¿Dónde está eso en la parábola? Pensemos en el hijo que permaneció en casa, que se sentía bien. Ahora regresa el hijo pródigo. ¿Y qué hace el padre? Da un banquete. ¿Qué hace matar? ¿Y qué ocasiona esto en el hijo que había permanecido en casa? Se siente postergado. ¿Qué significa eso? De pronto, inseguridad. Como ven, en toda seguridad se esconde, mientras estemos en la tierra, muchísima inseguridad.
Ahora viene lo tercero, lo más importante. ¿Cuál es el sentido de la inseguridad, de la inseguridad terrena? Aquí tenemos que mirar de nuevo al hijo pródigo. Él estaba verdaderamente inseguro. Ahora regresa a casa y, en el corazón del padre, se siente seguro en una medida incrementada. Parece como si hubiese hecho sabe Dios qué cosas buenas, como si tuviese derecho a un amor muy especial de parte del padre. ¿Me permiten que repita las tres leyes? Esto tienen que reflexionarlo a menudo también para sus adentros, cuando estén en el trabajo.
Primero: inseguridad junto a seguridad. Segundo: en toda seguridad se esconde aquí en la tierra algo de inseguridad. Tercero: el sentido de la inseguridad (terrena) es una seguridad perfecta en la mano de Dios. ¿Lo comprenden? Cuanto más inseguras son las circunstancias terrenas, tanto más quiere Dios que yo dé el salto a lo que hemos denominado seguridad del péndulo. ¡Fuera con la seguridad de la caja! ¡A la seguridad del péndulo! ¿Qué presupone esto? Que yo esté a disposición de Dios, el Padre, y de la Santísima Virgen. Ellos pueden hacer conmigo lo que quieran. Pero yo estoy convencido de que el Padre y la Madre se portarán paternal y maternalmente conmigo. Eso significa que también ellos están a disposición mía: ellos están allí para mi bien. La seguridad plena en la visio beata.2
¿Comprenden lo que significa todo esto? Pienso que ahora puedo repetir: Patris atque Matris sum nunc et in perpetuum, vivat sanctuarium. Todo un mundo se encuentra en ello. Allí podemos comenzar siempre de nuevo, ahondar cada vez más.
A este escuchar sigue ahora el obedecer. Es decir que cuando he reconocido de este modo la voluntad del Padre, le digo siempre: «Sí, Padre, sí; que se haga siempre tu voluntad, ya sea que me traiga alegría, sufrimiento o dolor».3
Esto es lo más esencial para el tiempo actual. Al comienzo dije que nuestra piedad asume formas algo diferentes de, por ejemplo, las de los religiosos. Aun así, hay muchísimas semejanzas. Para empezar: también los religiosos tienen que luchar por esta disponibilidad. Pero ¿a través de qué se determina aquí el tipo original de disponibilidad? A través de la pobreza, la castidad y la obediencia. Ahora tienen que reflexionar lo siguiente: Dios exige de nosotros, los casados, lo mismo que de los religiosos —a nuestra manera—, y a menudo de forma mucho más difícil.
¿Qué implica la pobreza? La independencia interior de los bienes terrenos. Tienen que fijarse cómo Dios cuida de que permanezcamos independientes. ¡Cuántos de nosotros lo tienen difícil para poder subsistir! ¡Y a cuántas fluctuaciones está sometida la vida económica! ¿Cuida Dios de que lleguemos a ser interiormente independientes de un apego esclavizado? ¿Qué quiere con ello? No debemos ser esclavos de los bienes terrenos. Patris atque Matris sum, non pecuniae sum: no pertenezco al dinero. Por eso nos «sacude». Si consideran todo lo que tienen que trabajar y hacer ustedes para poder subsistir, y cómo Dios juega con su patrimonio, ¿comprenden lo que significa? ¿Qué quiere él? Todos mis bienes tienen que estar a disposición suya, sobre todo si alguna vez viene la revolución. El millonario será mañana más pobre que una rata. ¿Es esto santidad? Sí, realmente, esto es también santidad, semejante a la que tienen los religiosos.
Si piensan en la castidad, ¿qué quiere el voto de castidad? Que yo no me aferre a un ser humano, que Dios no quede así en desventaja. Por eso los religiosos renuncian al matrimonio, a fin de no atarse tanto a un ser humano. En virtud del matrimonio no sólo podemos, sino también tenemos que regalarnos especialmente el uno al otro. Hasta nos damos mutuamente un derecho al cuerpo. Pero ahora tienen que reflexionar cómo Dios cuida de que, aun así, el amor mutuo siempre lleve a elevarse hacia él. Por eso las muchas decepciones de uno con el otro, por eso los muchos malentendidos, por eso el enfriamiento, por períodos, de la mutua relación de amor. Es algo grande si decimos: ya son 25 años que estamos casados y hemos permanecido fieles en nuestro amor. Pueden estar completamente seguros de que, si han permanecido fieles el uno al otro, ese amor está también inmerso en el amor de Dios. El sentido de la castidad, del voto de castidad, lo tenemos que vivir también nosotros. Dios nos fuerza simplemente a hacerlo, y esto tenemos que tenerlo siempre presente. Entonces notamos cómo Dios, a pesar de todo, nos atrae más y más hacia sí.
Aunque puedo decir también a mi esposa: «Tuus sum»,4 eso no es impedimento alguno para el Patris atque Matris sum. Es como si Dios hubiese «bajado» a mi esposa para que yo me vinculara a ella y él me izara, después, junto con mi esposa hacia lo alto. Para que yo no permanezca abajo: para eso están las decepciones de uno con el otro. Para que yo realmente suba con mi esposa hacia lo alto, él llama la atención una y otra vez hacia sí. Me muestra que no hay amor humano que se sostenga si no está inmerso en el amor de Dios. Es un gran error pensar que el amor a Dios me es un impedimento para el amor conyugal, para la intimidad; ¡de ninguna manera!
Y si piensan ahora en el tercer voto, en el voto de obediencia, ¡santo Dios!, quisiera yo saber quién tiene que practicar más la obediencia, si los casados o los religiosos. Creo que si reúnen ustedes a todos los casados, en las ocasiones en que tienen que ser obedientes, dirán: ¡qué es esto frente a los religiosos! ¡Cuántas veces el esposo tiene que seguir a la esposa, a pesar de que él es el «señor de la creación»! ¡Cuántas veces tiene la esposa que seguir al esposo, y cuán a menudo tienen que seguir ambos a los hijos! Pienso que aquí tienen que observar, una vez más, cómo es la vida matrimonial. Matris sum nunc et in perpetuum, vivat sanctuarium. Ahora bien, ¿quién ha de darnos la fuerza para llevar una vida semejante? La Santísima Virgen desde el santuario. ¿Ven? Esto es lo que significa espíritu del poder en blanco. ¿Resuena ese espíritu en el lema? Y todo esto es, para empezar, solo poder en blanco. ¿Me permiten que les recite una oración de Hacia el Padre?5
«Por manos de mi Madre
recibe, Señor,
la donación total de mi libertad soberana».
Quiero llegar a ser