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no es fácil para mí, Amy. Nunca he sido un cobarde. He hecho todo lo que he podido. Ahora la pelota está en tu tejado.

      –Me dijiste que el matrimonio no era para los hombres como tú. Sé que si me has propuesto casarme contigo ha sido por el bebé, por tu sentido de la responsabilidad. Como una obligación. Así que puedo comprender que te sientas atrapado y quieras…

      –¿Romper nuestro acuerdo?

      –Tal vez sería lo mejor –replicó ella, desviando la mirada.

      –Si no estás dispuesta siquiera a desprenderte del anillo de Roland, es que no estás preparada para esto. Creo, por tu propio bien, que será mejor que lo dejemos.

      –Pero yo no quiero que te vayas. Preferiría que te casaras conmigo. Mi bebé va a necesitar un padre. Creo que estábamos de acuerdo en eso.

      Heath dejó escapar un suspiro de resignación. El bebé. Claro. No se trataba de lo que ella desease, sino de lo que pensaba que era mejor para su bebé.

      Heath vio con cara de incredulidad cómo ella se quitaba el anillo de brillantes de Roland y se lo guardaba en el bolso.

      –Ya está –dijo, mostrando su dedo desnudo con gesto desafiante–. ¿Estás ya contento?

      –Aún no –respondió él con la voz apagada, sin atreverse a considerar la felicidad que parecía tener ahora casi a su alcance.

      –Está bien –dijo ella, agachándose a recoger el anillo que se había caído a sus pies y sosteniéndolo en los dedos para ponérselo–. ¿Te hace esto feliz?

      –Dámelo –dijo él, deseando no ver la cara de desagrado que ella pondría cuando se pusiese el anillo en el dedo–. ¿Puedes darme la mano izquierda… por favor?

      Ella le tendió la mano sin rechistar y Heath le colocó el anillo en el dedo con mucha ceremonia. Se ajustaba perfectamente, como si estuviera hecho para ella.

      Conteniendo un suspiro de satisfacción, inclinó la cabeza y le besó la mano en señal de gratitud. Sintió la frialdad de sus dedos. Bajó la cabeza y volvió a besarle la mano, resistiéndose a soltarla. Sintió una sensación de triunfo al percibir el temblor de sus dedos en los labios.

      Ella lo deseaba. Tanto como él a ella.

      Apartó la boca de su mano con un gesto de satisfacción, convencido de que, al menos, por el lado físico, no habría ningún problema en su matrimonio.

      –Ese dedo se supone que va directamente al corazón –dijo ella con voz temblorosa.

      Heath alzó la cabeza y vio en sus ojos el color de la miel. Debía dejar de pensar en el pasado y concentrase en las emociones que hervían entre ellos dos.

      Siguió mirándola intensamente. Sus ojos de color ámbar parecían empezar a derretirse. Entonces comprendió lo que debía hacer. Se inclinó y la besó.

      Oyó un gemido y su lengua se abrió paso entre la suave barrera de sus labios, llenando su boca.

      Cerró los ojos, concentrándose en cada respiración, en cada sensación. Ella sabía a chocolate con menta. Su boca era ardiente y dulce. Se sintió embriagado de deseo.

      –¡No!

      Heath abrió los ojos, sorprendido de su inexplicable negativa, y dejó de besarla.

      –Esto es un lugar público –añadió ella, retirándose unos pasos de él.

      Amy se pasó la lengua por los labios y él sintió una gran desazón en la boca del estómago. Tenía deseos de saborear aquellos labios carnosos, pero se contuvo al ver al expresión de su mirada.

      –¿Es esa la única razón?

      –Heath, no deseo esto.

      –¿Esto? –exclamó él, frunciendo el ceño–. ¿No te gusta que te bese? ¿Ni siquiera aunque vayamos a un lugar más privado?

      –Así es.

      –¿Por qué? Hace unas horas, quedamos de acuerdo en que haríamos el amor cuando estuviéramos casados.

      –Heath, no quiero sentir esto.

      Él imaginó la angustia que debía estar sintiendo. Comprendía su sensación de culpabilidad por entender que aquello podía significar una traición para Roland.

      Pero ella lo deseaba. Se lo había demostrado respondiendo a su beso. No había enterrado el corazón con su hermano. Eso significaba que no tendría una mujer de cartón piedra en la cama. Él no quería sacrificios, deseaba una esposa de carne y hueso en el dormitorio.

      –No te preocupes por eso –dijo él, volviendo a meterse las manos en los bolsillos para vencer la tentación de estrecharla en sus brazos–. Cuando estemos casados, todo será más fácil.

      Ella lo miró tímidamente a los ojos.

      –Eso es lo que he estado tratando de decirme a mí misma, pero tengo miedo de…

      –¿De qué?

      Ella se mordió el labio inferior.

      –Tengo miedo de que si dejo que esto suceda… ¡Oh, Dios! ¡No puedo decírtelo! –exclamó, tapándose la cara con las manos.

      –Amy –dijo él, sacándose las manos de los bolsillos y acariciándole las mejillas para tranquilizarla–. No tienes por qué tener reservas conmigo. Te conozco de toda la vida. No hay nada que no puedas decirme.

      –Te equivocas. Hay muchas cosas que no sabes de mí y que me resulta muy difícil decírtelas. Hay un aspecto de mí que… ¡Oh! ¡Es vergonzoso!

      Heath sonrió aliviado, comprendiendo que se trataba del deseo que sentía de hacer el amor con él. La acarició dulcemente.

      –Créeme –dijo él con la voz apagada–. Estoy deseando conocer ese lado tuyo. Así que será mejor que nos casemos cuanto antes. Porque estoy seguro de que nuestro matrimonio va a ser muy apasionado –dijo él, acercándose a ella hasta casi pegar su cuerpo al suyo.

      –¡No! –susurró ella, cerrando los ojos.

      Pero no se apartó.

      Heath sonrió emocionado al ver que todos sus temores eran infundados. Ella había accedido a casarse con él. Se había quitado el anillo de Roland y se había puesto el suyo.

      Lo único que quedaba era concertar la boda lo antes posible. Su madre y su hermana se encargarían de ello. Amy no era el tipo de mujer que dejaría plantado a un hombre al pie del altar. Doña Perfecta nunca haría una cosa así. Su sentido del deber no se lo permitiría.

      –Te daré tiempo. Pero no nos engañemos, seremos amantes. Pasión no será lo que falte en nuestro matrimonio.

      Cuando Heath se inclinó hacia ella, sabía que ahora no iba a rechazarlo. Ella se apretó contra su pecho mientras él la estrechaba por la cintura. Heath sintió el calor de su cuerpo. Sus labios se abrieron antes de que él acercara la boca.

      Era hora de que ella aceptase que iba a convertirse en su mujer, en su esposa. En todos los sentidos.

      Capítulo Seis

      La fecha de la boda se había fijado para el sábado siguiente.

      Cinco días. Eso era todo lo que tenía, le dijo Heath a Amy aquel lunes a última hora de la tarde, apoyado en la mesa de recepción. La mayoría del personal ya se había ido. Reinaba un gran silencio en el espacioso vestíbulo. Y estaban solos.

      Todo estaba sucediendo muy deprisa. Kay ya había concertado el menú con una empresa de catering, Alyssa se había ofrecido a llamar y mandar las tarjetas a todos los invitados, y Megan no paraba de asediarla para que fuera con ella a la ciudad a elegir el vestido de novia. La familia Saxon había acogido la boda con mucho entusiasmo y todo el mundo parecía dispuesto a colaborar en el éxito de la ceremonia.

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