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a casa, mamá.

      Kay abrazó a su hijo.

      –Os he echado mucho de menos a todos. Estoy muy contenta de estar aquí de nuevo. Hijo, ¿no te parece fabulosa la noticia de Amy? Tu padre también está muy contento.

      Heath miró a Amy por encima de la cabeza de su madre y le dirigió una sonrisa de complicidad, como si quisiera decirle con los ojos: «¿Lo ves? Mi familia necesitaba este bebé».

      Amy sintió una extraña sensación. Era como si estuviese siendo manipulada. Lo único que le importaba a todos era su bebé. Gracias a él, parecía que iban a solucionarse todos los problemas de la familia.

      –¡Oh, qué buena idea! –exclamó Kay con las manos juntas y aplaudiendo.

      Amy miró a Heath con un gesto de extrañeza.

      –¿Perdón? ¿Me he perdido algo?

      –Heath va a llevarte a comer por ahí para celebrarlo –respondió Kay.

      –Tengo mucho trabajo… No sé si…

      –Te sentará bien salir un rato –dijo Heath.

      –Llamaré a Voyagers y le pediré a Gus que os reserve una mesa. En ese restaurante fue donde le dije a Phillip que estaba embarazada de Joshua –dijo Kay con los ojos radiantes de alegría–. No te preocupes, querida, yo atenderé esto mientras estéis fuera.

      –Gracias, eres encantadora –dijo Amy, mirando a Heath con ojos asesinos.

      Voyagers tenía un sabor nórdico como su propietario. Las tablas del suelo de madera clara, algo oscurecidas por la pátina del tiempo, se daban cita con las velas de lino que cubrían el patio.

      Amy y Heath pasaron dentro y se sentaron en una mesa junto a un gran ventanal desde el que había una vista espléndida de Marine Parade y del Pacífico.

      Gus se acercó a su mesa y les recomendó las especialidades de la casa.

      Durante la comida, hablaron sobre la historia de Hawkes Bay y la diversidad de culturas que habían confluido allí. La familia de Gus había llegado a Napier a finales del siglo XIX.

      Por una vez, Amy se encontró a gusto hablando con Heath, sin que se produjeran silencios incómodos en ningún momento. Pero después de la comida, cuando les sirvieron una taza de té para ella y un café para él, junto con un platito de bombones, todo cambió.

      –Hay una cosa de la que tenemos que hablar, Amy.

      Ella se sobresaltó al ver la grave expresión de su mirada.

      –¿De qué se trata, Heath?

      –De sexo.

      –No, no quiero hablar de eso –dijo ella con un intenso rubor en las mejillas.

      –Tenemos que hacerlo –replicó él en voz baja–. Vamos a casarnos. Es natural que quiera hacer el amor con mi esposa.

      ¡Hacer el amor! ¿Qué amor? No había ningún amor de por medio, se dijo ella. Sí, le gustaba Heath. Habían sido amigos en otro tiempo. Pero ¿amor? Nunca. No era su tipo. Eran caracteres opuestos. Él era el típico chico malo y ella la típica chica buena. No tenían nada en común.

      Además él le despertaba unos sentimientos que nunca había experimentado. El sexo con él sería muy agradable. Aunque, sin amor, sería solo algo puramente físico, casi animal.

      No, no estaba dispuesta a admitir eso. De ninguna manera.

      –Yo… no creo que…

      –No tienes que creer nada, Amy –dijo él con una sonrisa–. Solo tienes que sentirlo.

      El rubor le extendió por todo el cuerpo.

      –¡Heath!

      La sonrisa maliciosa de Heath se desvaneció y su expresión se tornó más seria.

      –No quiero un matrimonio sin sexo, Amy.

      –¿Y qué pasaría si te enamoraras de otra mujer?

      –Eso no va a suceder nunca.

      –Nunca has estado enamorado, ¿verdad? Por eso nunca has querido casarte.

      –Algo parecido.

      Amy lo miró fijamente, presintiendo que no le estaba diciendo toda la verdad. Pero su expresión irónica parecía advertirle que si seguía insistiendo con sus preguntas, tal vez no le agradasen mucho las respuestas. Sin embargo, necesitaba asegurarse.

      –¿Y si tienes un flechazo?

      –Eso no va a suceder. Yo no soy de esos.

      Ella lo había visto con montones de mujeres. De todos los tipos. No podría soportar que su marido estuviese con otra. Esa había sido una de las razones por las que Roland y ella…

      –Pero has tenido varias novias.

      –Nunca me he enamorado de ninguna.

      –Podrías conocer a más mujeres. ¿Quién podría impedírtelo?

      –Mi matrimonio –respondió él sin pensárselo dos veces.

      –¿Estarías dispuesto a serme fiel si tuviéramos…?

      –¿Relaciones sexuales? –dijo él, viendo que ella no se atrevía decirlo.

      Amy se puso colorada. Sabía que estaba tensando demasiado la cuerda, pero si él quería un verdadero matrimonio, con sexo y todo lo demás, necesitaba estar segura de su fidelidad.

      –Eh… sí –replicó ella, tartamudeando.

      –De acuerdo.

      Amy lo miró desconcertada. No había esperado que accediese a eso tan fácilmente.

      –Hay otra cosa de la que tenemos que hablar –dijo ella, alzando la barbilla y armándose de valor.

      Después de todo, si él había podido pronunciar la palabra «sexo», ¿por qué no iba a poder hacerlo ella?

      –Tú dirás.

      –La higiene sexual.

      –¿Tienes algún problema con eso?

      –¿Yo? –exclamó ella–. ¿Tú crees que yo…?

      –Te acostaste con mi hermano. Si llevó una vida promiscua, pudo haberte contagiado algo.

      Amy pensó en lo injusta que la vida sería si tuviera que pagar un precio tan alto por la imprudencia de una noche de la que tantas veces se había arrepentido.

      –Tendré que hacerme algunas pruebas –dijo ella.

      –Espero que no sea demasiado tarde para eso –dijo Heath, mirándole el vientre–. Mi hermano, en cuestión de mujeres, no era tan refinado como yo.

      –¿Por qué tengo que creerte? –exclamó ella acalorada–. Siempre has sido el chico malo del barrio. Black Saxon te llamaban.

      –En cuestiones de sexo, nunca he asumido riesgos. El doctor Shortt puede confirmártelo y darte un certificado si quieres.

      –No hace falta, con tu palabra me basta.

      –Puedes confiar en mí. Siempre he sido muy precavido, conmigo y con las mujeres con las que he estado.

      Ella vio que él estaba llevando las cosas demasiado lejos, como si necesitara dar más explicaciones de las necesarias. Juzgó conveniente cambiar de conversación.

      –¿Qué pasaría si el bebé empezara a llamarte papá… y luego decidieras separarte de mí? Podría acabar aburriéndote el matrimonio.

      –Te aseguro que no me aburriré contigo.

      Amy se sintió confusa y desconcertada. No estaba segura de lo que quería decir con esas palabras.

      –Siempre has dicho que no querías

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