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unas zapatillas de tenis y los taconazos que traje para la boda —movió los pies—. Tendré que ir con esto, porque no voy a tomar algo prestado del armario de Isabella.

      —¿Por qué no?

      —Porque no me lo ha ofrecido y no estaría bien —le dijo entre dientes—. ¿Vamos a ir o no?

      Él la miró de una forma extraña, pero asintió con la cabeza.

      —Vamos.

      Deanna podía decirle lo que quisiera, pero Drew sabía que estaba molesta por algo. Todos sus años de experiencia con las mujeres tenían que servirle para algo. Exceptuando las llamadas de teléfono a las que tuvo que contestar mientras iban en el todoterreno, siguiendo a Ross, no le dirigió más que unas pocas palabras en todo el viaje. Si no estaba enfadada por algo, ¿qué otra cosa podía ser?

      Y mientras estaban en camino, Drew prefirió dedicarse a desentrañar lo que su secretaria tenía en la cabeza antes que imaginarse lo que se iban a encontrar en el bosque.

      —No, Maggie. Tendrás que decirle a Horning que Drew no puede dar ninguna entrevista en este momento —Deanna estaba hablando por teléfono de nuevo, esa vez con una secretaria—. Él sabe perfectamente por qué Drew está fuera de la ciudad, y es por eso que llama. Y ya sé cómo se pone, pero no dejes que te acose. Sí. Sé que podría llamarlo yo por ti, pero tú puedes ocuparte de él. Sólo discúlpate por el inconveniente, pero mantente firme. Ya programaremos la entrevista para cuando podamos. No te preocupes. Lo harás muy bien. Sí. Llámame si me necesitas.

      Drew la miró de reojo cuando colgó.

      —John Horning es un dolor de cabeza —le dijo. Además, en ese momento tenía menos ganas que nunca de hablar con él.

      —Yo lo sé y tú lo sabes. Pero también es uno de los reporteros de investigación más importantes de todo San Diego. No será tan fácil esquivarle si se empeña en conseguir una declaración tuya. Es evidente que está siguiendo la historia y no tardará en averiguar que han encontrado el coche.

      En ese momento volvió a sonar la Blackberry y Deanna contestó. Un segundo después se volvió hacia él y apretó un botón.

      —El altavoz está silenciado —le dijo, dándole el aparato—. Esta llamada la puedes contestar tú mismo. Es Stephanie Hughes.

      Él le hizo un gesto con la mano.

      —Líbrate de ella.

      Deanna hizo una mueca. Apretó el botón de nuevo y se puso el teléfono a la oreja.

      —Lo siento, señorita Hughes. Siento tener que decirle que Drew no puede ponerse ahora mismo. ¿Quiere que le deje un mensaje? —de repente hizo una mueca de dolor y se apartó el teléfono de la oreja.

      Drew podía oír los gritos de Stephanie mientras despotricaba contra él, y contra Deanna también. Soltó el aliento bruscamente y le quitó el móvil de la mano a la joven.

      —¿Steph? Soy Drew. Ya te dije hace un mes que todo había terminado. Entonces no tenía nada que ver con Deanna, pero teniendo en cuenta todo lo que estás diciendo de ella, ahora sí que tiene que ver con ella —le colgó y arrojó el teléfono contra el salpicadero—. Lo siento. Se ha enterado de lo del compromiso por un empleado de Zondervan’s.

      Deanna guardó silencio. Seguramente, la chica había ido a la joyería para averiguar el precio del brazalete que Deanna le había comprado en nombre de Drew a modo de regalo de despedida.

      —Ya me lo imaginaba —le dijo Deanna, cruzando las piernas y volviéndose hacia la ventanilla.

      Ross estaba aminorando ya, así que Drew hizo lo mismo.

      —¿Ha llamado muchas veces?

      —Sólo esta vez. Otras te han llamado varias veces. Erin, Sonya, Mindy, Alexa… Oh, y Belinda también —le miró con condescendencia—. Te dejó un mensaje muy… original en el buzón de voz. Te lo he guardado por si querías oírlo.

      Drew empezó a sentir un calor que le subía por el cuello.

      —La conocí hace algunas semanas. Es modelo.

      —Modelo de lencería —Deanna volvió a mirar por la ventanilla, como si se estuviera aburriendo mucho—. Sí, esa parte sí que la oí, sin querer.

      Drew no quería ni imaginarse qué más habría oído. Belinda Reeves era de las que sabían muy bien lo que querían y nunca se andaba con rodeos. La había conocido en la casa de la playa de un amigo y desde entonces, ella le había hecho unas cuantas proposiciones de lo más indecentes y aventureras.

      —No me he acostado con ella —le dijo de repente.

      No lo había descartado en ningún momento, pero se había dado cuenta de que la posibilidad de hacerlo ya no tenía ningún atractivo para él, sobre todo porque no podía sacarse a Deanna de la cabeza.

      —Eso no es asunto mío —dijo ella en un tono impasible.

      —Bueno, si no es asunto tuyo, ¿de quién si no? Eres mi prometida.

      Al oír eso, sí que se volvió hacia él.

      —Bueno, entonces veo que sí lo recuerdas —le dijo, manteniendo una mirada fría.

      —¿Crees que es algo que se pueda olvidar fácilmente? —agarró con más fuerza el volante.

      Cada vez que entraba en el dormitorio era eso en lo primero que pensaba. Ella llevaba su anillo, dormían juntos en la misma cama… Se estaba volviendo loco. Ella era la única mujer en el mundo a la que había deseado con locura, sin haber hecho nada al respecto.

      —Mira… —empezó a decirle con mucho tacto—. Sé que esto no ha sido fácil para ti. Te he dejado a cargo de todo y…

      —Eso no me importa.

      —Y evidentemente has tenido que atender más llamadas personales de lo que esperaba. Lo siento.

      —No es nada de lo que no tenga que ocuparme en San Diego.

      A Drew se le estaba acabando la paciencia. Exhaló con fuerza.

      —Bueno, ¿me vas a decir qué te tiene tan molesta?

      —No es nada que una chica lista no pueda resolver —le espetó ella con frialdad.

      Pero aquello no era una respuesta para él.

      —¿Has hablado con tu madre? —le preguntó, probando otra estrategia.

      Ella le lanzó una mirada de sospecha.

      —No desde hace días. ¿Por qué?

      Él se encogió de hombros. Dado que estaba de tan mal humor, no era el momento adecuado para confesarle que él mismo había llamado a Gigi Gurney unos días antes. La mujer se había puesto un poco nerviosa al darse cuenta de quién era él y finalmente le había prometido que iría a ver a un psicólogo, si eso hacía feliz a su «pequeña Deedee». Después de hablar con ella, se había tenido que tomar un café bien cargado para contrarrestar la sobredosis de tontería.

      Deanna no era como su madre. Por suerte.

      En ese momento, Ross se detuvo en el arcén y Drew paró detrás.

      —Espera aquí.

      Esperó a que Deanna asintiera con la cabeza y entonces salió del todoterreno.

      —¿Es éste el lugar? —le preguntó a Ross, yendo hacia él.

      Ross sacudió la cabeza. Abrió un mapa y lo extendió sobre el capó de la camioneta.

      —Según lo que me dijeron los chicos de Haggarty, el coche de William debió de salirse a poco más de kilómetro y medio de aquí, cuesta arriba —señaló una carretera muy curva en el papel—. Me advirtieron de que no hay ningún sitio para detenerse allí.

      Drew no sabía si sentía alivio o angustia. Miró el mapa, la carretera y en ese

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