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—preguntó Jeremy.

      —No lo creo —le dijo Isabella.

      —Estando como estaba, esperemos que eso no sea necesario —le dijo J.R.

      —¿Alguien va a quedarse con ella? —preguntó Deanna.

      —Lacey —dijo J.R—. Esta noche por lo menos. Patrick y ella tienen que viajar mañana y no pueden posponerlo —J.R. se recostó en su silla, presidiendo la mesa.

      Isabella estaba sentada a su lado. Sus manos estaban entrelazadas sobre la mesa.

      —No creo que ninguno de nosotros quiera verla sola en un momento como éste. Afortunadamente, somos suficientes para no dejarla sola ni un minuto.

      —Yo podría quedarme con ella mañana —se ofreció Isabella.

      J.R. la miró de reojo.

      —Pareces un poco cansada, ¿no? Frannie me ha dicho que se quedará con ella mañana. Ya os pondréis de acuerdo entonces.

      Deanna bajó la vista hacia la servilleta que tenía sobre su regazo y la dobló en cuatro partes. Isabella tenía razón. Tenía un buen motivo para parecer cansada en ese momento.

      —No creo que a Lily le haga mucha gracia tener niñera todo el tiempo.

      Todos se volvieron hacia Drew bruscamente. No había dicho ni una palabra durante toda la conversación. Sólo se había dirigido a Deanna en una ocasión para decirle que darían una rueda de prensa a primera hora de la mañana.

      —Claro que no —dijo Isabella un momento después—. No le gusta que la mimen mucho. Pero ahora mismo debe de estar mucho más preocupada por William que por sí misma —se puso en pie y empezó a recoger los platos.

      Deanna se puso en pie para ayudarla. Pero los demás también lo hicieron, incluso Drew. Ella no estaba acostumbrada a verle recoger platos sucios, y mucho menos a verle limpiarlos en el fregadero.

      —Yo termino —dijo Deanna un rato más tarde, dirigiéndose a Isabella.

      J.R. se había ido a resolver un asunto del rancho y Jeremy se había ido a hacer una llamada de trabajo. La esposa de J.R. accedió, sin ninguna reticencia.

      —Mañana todo irá mejor —dijo, antes de dejar la cocina.

      Finalmente Deanna y Drew se quedaron a solas. Y la última vez que habían estado solos… Rápidamente, Deanna detuvo aquellos pensamientos traicioneros… Era mucho más difícil de lo que debería haber sido. Apenas podía estar a su lado sin sentir aquel temblor que la sacudía de pies a cabeza. Pero, sobre todo, no podía dejar de mirar aquellos brazos musculosos que dejaba ver su camisa remangada hasta el codo.

      —Ya lo hago yo —le dijo en un tono un tanto más brusco de lo que pretendía en realidad.

      —No —él metió un plato debajo del grifo y empezó a aclararlo. El agua corrió suavemente sobre sus bronceadas muñecas—. Tenía una madre, ¿sabes? —dejó el plato a un lado—. Puedes llenar el lavavajillas.

      Demasiado distraída como para poner resistencia, Deanna buscó el resorte que abría la puerta del moderno electrodoméstico y lo abrió sin más problema. Se inclinó y empezó a meter los platos dentro a su manera. En su casa no había nada parecido y hacía falta un poco de costumbre para colocarlos bien.

      —¿Solías fregar los platos cuando eras niño? —le preguntó Deanna, levantando la vista hasta detenerla en su trasero.

      —Todos teníamos nuestras tareas —le dijo él, dándole un vaso de cristal.

      Pensando que los vasos serían más delicados que los platos, Deanna se lo quitó de las manos rápidamente.

      —Fuera y dentro de casa —le dijo él, prosiguiendo—. Yo solía sobornar a Darr para que hiciera todo lo que me tocaba a mí, hasta que fue lo bastante mayor como para darse cuenta de que cobraba una miseria por lo que hacía.

      Deanna se incorporó.

      —Eso es propio del hombre que yo conozco.

      Drew esbozó un atisbo de sonrisa; la primera en muchas horas. Y cada vez que le veía sonreír, se sentía la chica más afortunada del mundo.

      —Trabajar fuera no me importaba tanto —admitió—. Por lo menos estaba fuera —miró por la ventana que estaba encima del fregadero, pero no vio más que su propio reflejo y el de Deanna contra la negrura de fuera.

      Era muy extraño verse reflejada junto a él en el cristal de la ventana, mientras lavaban los platos. Era una imagen demasiado… cotidiana… Sobre todo si pensaba que en breve estarían compartiendo la misma cama. La misma cama… Se inclinó sobre el lavavajillas y colocó otro plato.

      —Sí, eh, si quieres, puedo escribirte un discurso para los medios. Puedes echarle un vistazo y me dices qué te parece.

      Le había escrito muchos discursos, pero nunca antes le había escrito nada que tuviera que ver con algo tan personal.

      —¿Tú hacías cosas en casa?

      Deanna volvió a incorporarse.

      —¿Qué? Oh, sí.

      En realidad las hacía todas, porque Gigi siempre había sido incapaz de llevar una casa.

      —Como la mayoría de los niños —le quitó el último plato de las manos y lo puso dentro del lavavajillas. Cerró la puerta del electrodoméstico y volvió a la mesa del comedor.

      Se tomó su tiempo recogiendo los manteles y las servilletas, y tardó un poco en regresar a la cocina, con la esperanza de que él dejara de preguntarle cosas sobre su infancia. Él estaba donde le había dejado, pero se había dado la vuelta y había cruzado los brazos sobre el pecho. La seguía con la mirada como si tratara de calcular algo mientras ella sacudía los manteles y los colocaba sobre la encimera. Después de llevar las servilletas al cuartito de la lavadora, ya no pudo fingir que había algo más que hacer. Él la seguía observando atentamente.

      —¿Qué? —le preguntó, levantando las manos.

      —Cuando eras niña, ¿qué querías ser de mayor?

      Deanna no sabía qué tenía él en la cabeza, pero en ningún momento hubiera esperado algo así. No podría haber escogido una pregunta que la sorprendiera más.

      —No lo sé —dijo ella por fin, parpadeando y encogiéndose de hombros—. Quise ser bailarina un tiempo. ¿No es eso lo que quieren ser todas las niñas?

      —¿Y después de cumplir los cinco años?

      —¿Qué querías ser tú después de los cinco años? —le preguntó ella en tono provocativo.

      —Bombero, pero eso se me pasó. Es evidente que a Darr no —hizo una mueca sarcástica—. Siempre le ha encantado ser el héroe.

      Ella se agarró del respaldo de uno de los taburetes.

      —Tú lo admiras —le dijo. Por muy ácido que fuera su sentido del humor, ella estaba segura de ello.

      —No todo el mundo tiene lo que hace falta para entrar en un edificio en llamas cuando todos los demás tratan de salir.

      —Supongo que sí. Nunca antes lo había pensado así… Bueno, y después de lo de ser bombero, ¿qué más quisiste ser?

      —Yo he preguntado primero. Deanna soltó el aliento.

      —Muy bien. Quería ser piloto. ¿Y tú?

      —Presidente de Fortune Forecasting.

      —¿A esa edad? —le preguntó ella, sorprendida.

      Siempre había sospechado que él había entrado en el negocio familiar porque eso era lo que se esperaba de él, y no por pura vocación.

      —A esa edad —le confirmó él—. ¿Por qué no te hiciste piloto?

      Deanna apretó con más fuera

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