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esa misma mañana, sin duda no había pensado en la posibilidad de ir acompañado.

      Se mesó los cabellos y quiso maldecir una vez más a su padre por la situación que había generado. Se desabrochó la camisa, la arrojó sobre la silla y entonces se quitó los zapatos, intentando hacer el menor ruido posible. Después se desabrochó el cinturón y se deshizo de los pantalones. Al terminar miró hacia la cama. Todo seguía igual. No estaba seguro de cuál podría ser su reacción si se despertaba y se lo encontraba junto a la cama como un pasmarote, en calzoncillos, los cuales poco podían hacer para esconder la erección que tenía en ese momento. Soltó el aliento, retiró un poco el edredón y se sentó en el borde de la cama. Ella seguía inmóvil. Puso los ojos en blanco y trató de sosegarse un poco. Si lo hubieran visto en ese momento… Moviéndose muy lentamente, logró estirarse sobre la cama, se tapó todo lo que pudo y se quedó mirando al techo de vigas. Pensaba que nada más llegar a Red Rock ya no sería capaz de pensar en otra cosa que no fuera el matrimonio de su padre, pero la cálida presencia de la mujer que tenía a su lado lo cambiaba todo. Por muy cómoda que fuera la cama, probablemente no conseguiría pegar ojo esa noche.

      Suspiró y se estiró un poco más, pasándose un brazo por debajo de la cabeza. Sin querer, sus dedos chocaron contra el cabecero. La ropa de cama hizo un ruido de fricción y…

      —¿Drew?

      Una letanía de juramentos desfiló por su mente.

      —Lo siento. No quería despertarte.

      Ella se volvió hacia él y ahuecó la almohada debajo de la mejilla. Él podía sentir su intensa mirada.

      —¿Estás bien?

      —Sí, estoy bien —le dijo él, mintiendo—. Vuelve a dormirte.

      Pero ella no le hizo caso y sus agudos ojos siguieron taladrándolo sin cesar. Podía terminar con ello. Sólo tenía que rodar sobre sí mismo y estrecharla entre sus brazos, pero así sólo conseguiría que ella saliera huyendo hacia el borde de la cama.

      —La gente se levanta pronto aquí —le advirtió finalmente.

      —Yo me levanto pronto cuando estoy en casa —le dijo ella en un tono ecuánime—. Y por mucho que quisiera volver a dormirme, resulta un poco difícil teniéndote a un metro de distancia, ardiendo como si tuvieras fiebre.

      No estaban ni a un metro de distancia. Estaban a mucho menos. De haber estado a un metro de ella, sin duda no se hubiera sentido tan mal. Incluso estaba barajando la posibilidad de dormir en el suelo, pero no tenía ganas de moverse de nuevo. A lo mejor ella se lo tomaba todavía peor.

      —No tengo fiebre —murmuró él.

      Deanna resopló con escepticismo, cambiando de nuevo de postura, acostándose boca arriba. Alisó el edredón, y sacó los brazos desnudos por encima de él. Drew podía ver el brillo cremoso de su piel, desde la punta de sus dedos hasta la curva de los hombros.

      Cerró los ojos.

      —Tu hermano tiene una casa muy bonita.

      —Sí.

      El silencio se prolongó dolorosamente durante unos segundos.

      —¿Te lleva muchos años?

      —Ocho.

      —¿Y tus otros hermanos?

      Él suspiró.

      —No vas a dormirte, ¿verdad?

      Sin duda, los motivos por los que ambos estaban en vela distaban mucho de ser los mismos.

      —Nick tiene treinta y nueve. Charlene y él tienen un bebé. Matthew.

      Las fotos que Nick le había enviado eran muy bonitas, pero a Drew todavía le costaba mucho imaginarse a su hermano como un hombre de familia. Nick siempre había sido un soltero empedernido, de pura cepa.

      —Es analista en la fundación Fortune.

      Deanna volvió a moverse y le miró nuevamente, con la cabeza apoyada en una mano.

      El edredón se le bajó un poco y Drew pudo ver lo que llevaba debajo. Era una especie de camiseta ceñida del color de su piel que no escondía nada, a diferencia de aquellos trajes horrorosos que llevaba en la oficina. Por suerte, la luz que manaba del cuarto de baño era muy tenue, y una parte de él deseó que fuera más fuerte.

      —Es una organización benéfica, ¿no?

      ¿Cómo iba a saber que era tan conversadora de madrugada? Normalmente en el trabajo era muy callada y reservada.

      De repente, Drew sintió un calor tremendo y echó atrás el edredón, teniendo cuidado de no llevarse la sábana por delante. Apenas había luz, pero no quería arriesgarse. Cada vez que creía que podría sofocar el fuego que ardía en su interior, bastaba con una sola mirada a ese top ceñido para disparar la chispa de nuevo.

      —La fundación fue creada como homenaje a Ryan Fortune, el primo de mi padre.

      «El difunto marido de la prometida de su padre», pensó para sí, pero no lo dijo.

      De repente sintió que se le agarrotaba el estómago. ¿Cómo se había atrevido su padre a mencionar a su madre?

      —¿Lo conocías bien?

      —Bastante bien, supongo. Ryan era un buen tipo. Creía en el bien. Siempre intentó ayudar a los demás, compartiendo lo que él consideraba su buena fortuna. A lo mejor está por ahí, en algún sitio, mirando lo que hacen en la fundación.

      Hizo una pausa. Si Ryan hubiera sabido que su propio primo acabaría casándose con su mujer…

      —La organización ha crecido muchísimo más de lo esperado. Al principio no era más que un pequeño local de barrio, pero ahora tienen un enorme edificio junto a la carretera, a las afueras de Red Rock.

      —¿Y qué me dices de tus hermanos mayores?

      Por suerte, ése era un tema mucho más fácil.

      —Jeremy tiene tres años más que yo. Lo conocerás en el desayuno, pero no creo que se quede más de esta noche. Ése apenas sale de Sacramento. Es cirujano ortopédico.

      Su hermano Jeremy opinaba lo mismo respecto al matrimonio de su padre.

      —Tampoco está casado, ¿no?

      —No.

      No le faltaban candidatas. Las mujeres encontraban irresistibles aquellos ojos azules y todas querían casarse con un médico, pero Jeremy no parecía estar interesado.

      —Y después estás tú —Deanna bajó la barbilla y le miró por debajo de las pestañas.

      Aquel sutil aroma a manzana verde era de lo más tentador.

      —Y después Darr, el benjamín —añadió.

      —El bombero.

      —Sí.

      —Bethany y él tienen una niña que se llama Randi.

      La pequeña era una preciosidad de ojos azules y rizos de oro, igual que su madre. A él siempre le habían gustado mucho los niños, siempre que no fueran los suyos propios. Además, el papel de tío le iba muy bien.

      —¿A quién más debería conocer en la boda?

      —¿Importa mucho?

      —Sí, si quieres que todos piensen que realmente estamos… juntos.

      Pronunció aquella palabra como si fuera peligroso decirla.

      —¿Qué pasa con Lily? ¿La novia? Estaba casada con Ryan Fortune y me has dicho que él era un buen hombre. ¿Cómo es ella?

      A Drew siempre le había caído bien, hasta que su padre se había encaprichado de ella.

      —Creo que lo pasó muy mal cuando murió Ryan.

      —¿Y cuánto hace de eso?

      —Hace

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