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Zahorí III. La rueda del Ser. Camila Valenzuela
Читать онлайн.Название Zahorí III. La rueda del Ser
Год выпуска 0
isbn 9789563634044
Автор произведения Camila Valenzuela
Серия Zahorí
Издательство Bookwire
A las mujeres que hicieron posible esta historia,
en especial, a mi madre.
Todo pasa y todo vuelve, eternamente gira la rueda del ser.
Todo muere, todo reflorece; eternamente se desenrolla el año del ser.
Todo se rompe, todo se reajusta; eternamente se edifica la morada del ser.
Nietzsche
Contenido
Primera parte. Gach rud bás - Todo muere
Segunda parte. Saol gach rud - Todo vive
Éalú
Contae Ard Mhacha
Ulster, 1769
“La oscuridad busca la oscuridad”, pensó Melantha mientras arrojaba otro leño dentro de la chimenea. Esa noche se cumplían tres lunas desde la última liberación del Maldito. Era solo cosa de tiempo para que llegara hasta ella y su familia que, al parecer, eran los últimos descendientes del agua.
Miró por encima de su hombro. Tras ella, Melinda mecía la cuna para mantener dormida a Maeve, su hermana menor. Sus ojos se toparon y sonrieron, aunque no había rastro de alegría en ellos. Con apenas diez años, el don de la visión le permitía a Melinda entender aspectos de la vida que ni siquiera Melantha era capaz de comprender. Quizás por eso estaba tan cerca de Maeve: algo ocurriría.
Melantha removió los leños por última vez para asegurarse de que el fuego estuviera bien asentado. Se quedó de cuclillas observando las llamas que iban y venían hacia ella, como queriendo y no devorarla. Nada bueno auguraba la sensación que tenía anclada en el pecho ni el comportamiento de Melinda, pero no había nada más que pudieran hacer.
Se levantó y caminó hacia el fondo de la cocina, no sin antes besar la frente de sus hijas. Maeve solo la miró y Melinda se quedó quieta como el tronco de un árbol vetusto. Seguía esperando y Melantha intuía qué, o peor aún, a quién. Le preguntó a Melinda si ya había aprendido el hechizo y ella asintió. “Ahora solo falta la poción y el candado, madre”, le dijo al mismo tiempo que dejaba de mecer la cuna para acercarse a ella. La abrazó fuerte, con necesidad, y Melantha temió lo que pudiera significar ese gesto.
“Revuelve mientras busco los frascos”, dijo entregándole la cuchara de madera. Melinda se quedó junto a la poción verdeazulada, que gorgoteaba y echaba humo. Mientras, Melantha se acercó a la despensa para sacar de ahí dos pequeños frascos de vidrio. Su hija le preguntó si la poción sería realmente necesaria; después de todo, ya había visto el poder del candado sobre otros oscuros. Melantha quiso contarle los detalles de la historia. Quiso explicarle que el Maldito no era como los demás, pero se convenció a sí misma de que no había tiempo para eso, que Melinda ya tenía suficiente con sus premoniciones. Su respuesta fue clara y limitada: “Este oscuro es más fuerte que los otros, Melinda. La poción es necesaria para debilitarlo antes de usar el candado”, contestó. No era mentira. Tampoco era toda la verdad.
Apagó el fuego con una mano y con la otra tomó el embudo. Melinda afirmó uno de los frascos tubulares y Melantha dejó caer el líquido dentro de él; no pudo evitar que una parte cayera fuera. “¿No debiera ser más azul?”, preguntó Melinda, que acostumbraba a preparar las pociones con Lucio, su padre, y conocía muy bien las tonalidades. “Sí, debiera serlo”, dijo. “Pero no queda tiempo”, pensó.
Tapó el frasco con un corcho y lo dejó sobre el mesón. En seguida, se prepararon para llenar la segunda botella. Melantha no sabía con exactitud cuántas serían necesarias para debilitar al Maldito; quizás con una era suficiente, quizás con dos. Lo único que tenía claro era que no correría