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aunque no pusiese ninguno en su vida, ni con las amistades, el trabajo, o las parejas, pues se consideraba «sexualmente fluida». Le gustaba tener el mayor número de opciones para todo. Ella, sin embargo, prefería la seguridad y las certezas. Volvió a preguntarse si aquellas diferencias eran las que las hacían tan compatibles, las que las convertían en mejores e inseparables amigas.

      Sonrió cuando la vio debatirse entre dos jerséis, uno fucsia y otro naranja. El primero con rombos azules y blancos y el segundo salpicado de cabecitas de gatos en color verde.

      —Lo sé, muchas veces yo tampoco sé cuál elegir —dijo ella encantada con sus prendas coloridas de estampados alegres y tiernos que la hacían feliz.

      —No es eso, me pregunto si ese día hacían descuento de dos por uno en la tienda, para librarse de estas cosas. El dependiente debió flipar contigo. Porque luego he visto este —dijo mostrándole uno blanco de topos negros y otro con cuello de pico, color violeta con una franja naranja en cuello y puños.

      —La verdad, no les veo el problema. He dejado de usar complementos llamativos con ellos, porque Gina me dijo que todo junto era…

      —¿Demasiado?

      —Confuso. Me dijo que resultaban looks confusos. Pero que las prendas solas eran alegres y mostraban mi esencia. —Alzó la barbilla.

      —Desde luego, muestran a la payasita que vive en tu interior.

      Cuando Penélope puso los ojos como platos, Zola rompió a reír.

      —No te enfades, boba, sabes que nadie es capaz de llevar estas prendas como tú y seguir pareciendo entrañable y achuchable. Aunque no sé si eso es por tu carita de facciones inocentes, tu cabello cobrizo, tus dimensiones… escasas, o esos ojitos de personaje de Disney que tienes.

      Zola puso morritos y empezó a aletear las largas pestañas oscuras con tanta rapidez que temió que le estuviese dando un ictus. Pero consiguió lo que pretendía, hacerla levantar del suelo y que empezara a hacer la maleta con ella, riendo.

      —Eso no hace falta. Solo ropa cómoda de trabajo —le dijo Penélope arrebatándole de las manos un vestidito negro, mucho más elegante que la ropa que solía usar.

      —Meteremos un poco de todo —repuso Zola, arrebatándoselo de nuevo de las manos y volviéndolo a meter en la maleta. Después puso una mano sobre la prenda y la miró a los ojos—. Vas a estar con él en Navidad, en Nochevieja y Año Nuevo y no sabes si te llevará a alguna fiesta.

      Esta vez fue ella la que parpadeó frenéticamente.

      —No… no va a llevarme a ningún sitio. Solo voy a ser su ayudante. Si tiene que ir a alguna fiesta, lo hará solo.

      —¿Lo sabes seguro?

      Cuando ella se tomó más de un segundo en sopesar la respuesta, Zola sonrió satisfecha y cerró la cremallera de su maleta.

      —Pues eso, se queda, por si acaso. Tienes de todo un poco, hasta ropita interior sexi. —Hizo un contoneo descarado con el cuerpo y ella se puso roja.

      —¿Para qué demonios me has puesto ese tipo de prendas? Prefiero ir cómoda.

      —Lo sé. Pero ya ha visto tus braguitas de Piolín… Algo que no creo que el pobre hombre pueda llegar a superar jamás. Si por alguna circunstancia termina viéndote de nuevo en ropa interior, que descubra al menos que hay una mujer debajo de ella.

      Que le recordase que la había visto en un momento tan vergonzoso atenazó de nuevo los nervios en su vientre.

      —No hay posibilidad alguna de que vuelva a verme la ropa interior.

      —¡Ay, amiga! Deja de pensar en las cosas que no van a pasar jamás según tú y empieza a ver las oportunidades. Hace unas horas no habrías soñado ni en tus mejores fantasías pasar un día con él. Y ahora tienes la oportunidad de hacerlo cuatro semanas.

      —Es cierto, voy a vivir con él cuatro semanas —repitió dejando que las palabras retumbasen en su mente unos segundos. Cuando Zola vio que se quedaba de nuevo ensimismada, sacudió la cabeza.

       —Falta tu bolsa de aseo, el maquillaje, el calzado y tu maletín de trabajo. Ve a por el último, que yo me ocupo del resto —le dijo con resolución, tomándola por los hombros y dirigiéndola a la puerta, la instó a salir del dormitorio.

      Penélope fue hacia el salón, donde tenía improvisada una pequeña zona de oficina, para cuando se llevaba trabajo a casa. Se dio cuenta de que tenía que enviar varios emails, incluyendo uno, lo más escueto posible, a su jefa en el que explicase su marcha de la oficina durante varias semanas, pero asegurándole que estaría pendiente de todo y en el que insinuase que estaba trabajando en conseguir una nueva cuenta, sin revelarle nada del loco plan con el que esperaba lograrlo. Sobre todo, porque era muy posible que quisiera despedirla en cuanto supiese la verdad.

      Zola decía que era mejor pedir perdón que permiso, pero era la primera vez en su vida que ella iba a hacer algo semejante. Estaba nerviosa, pero cada vez que dudaba y pensaba en echarse a atrás, recordaba la pregunta de Ingrid: «¿Está usted dispuesta a hacer lo que sea necesario por el bien de su futuro cliente?». Y las dudas se disipaban de su mente.

      Ella podía ser un tiburón. Iba a ser un tiburón, un feroz, implacable y peligroso tiburón, se dijo a sí misma, animándose mentalmente. Y movida por la energía del autoengaño, se dispuso a preparar todas las cosas para su marcha.

      Capítulo 6

      —¿Tu sobrina? No me habías comentado que tuvieses una sobrina aquí, en San Francisco —repuso Frank sorprendido. Dejó el móvil sobre la mesa de la cocina y puso el altavoz para sacar mientras una copa de uno de los muebles altos. La colocó junto a la botella que había elegido de entre las muchas que tenía su amiga Stone, en la bodega.

      —Es sobrina segunda por parte de mi primo Norman. No suelo hablar de esa rama de la familia —repuso Ingrid al otro lado de la línea en tono acelerado y vago.

      —¿Pero la conoces?

      —¡Claro que la conozco! ¿Acaso crees que te mandaría a una extraña? Es un encanto y está sobradamente preparada.

      —¿En qué trabaja? —la cortó su jefe y ella apretó los dientes. Se había preparado todo el discurso, incluida la respuesta para algo así, pero le fastidiaba que él intentase ir dos pasos siempre por delante.

      —Estudió Literatura en Dartmouth, y trabaja en la biblioteca pública central, la más grande de la ciudad. Está acostumbrada a tratar con escritos, archivos, documentación y demás. Es una chica muy responsable y trabajadora. También discreta y con mucha iniciativa, con lo que no creo que tengas ningún problema con ella.

      —Eso ya lo veremos.

      —¿Qué significa eso, Frank? —preguntó resoplando—. Hicimos un trato…

      —Un trato que me vi forzado a firmar bajo coacción —dijo, sirviéndose una copa de Opus one, un vino exquisito y carísimo. Y tras reconocer las notas olfativas de frutos negros, casis y flores silvestres, lo acercó a sus labios para degustarlo como el manjar que era.

      —Bajo presión ha sido como he tenido que trabajar yo contigo estos meses. Y esta es la única opción que te queda. Procura portarte bien con ella, porque no tiene obligación de aguantar tus desplantes y malos modos, ¿entendido?

      Frank podía imaginarla con claridad, con un dedo alzado, riñéndole como una madre.

      —¿Qué crees que voy a hacer, comérmela cruda? —sonrió con pereza.

      —Creo que vas a volverla loca. Y solo está para ayudarte. Todo lo que haga será para ayudarte, quiero que tengas eso muy presente, en todo momento. Es más, grabado a fuego en tu mente. Este no es su trabajo, estará allí para hacerme y hacerte un favor.

      —Para hacerte un favor a ti, que me abandonas cuando más te necesito —le

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