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después de decir—: Adiós, Frank. Durante un tiempo fue divertido.

      Se quedó paralizado escuchando al presentador nombrarlo por tercera vez. Aun así, salió corriendo tras ella.

      —Ingrid, Ingrid, por favor… —la detuvo cogiéndola del brazo.

      La mujer que lo había visto convertirse en el escritor de éxito que era en ese momento resopló con cansancio antes de devolverle la mirada.

      —No puedes hacerme esto —le dijo él con un nudo en el pecho que hacía tiempo que no sentía.

      —Claro que sí. ¿Sabes lo que no puedo hacer? Perderme otras navidades con mi familia, otro cumpleaños de mi nieto, otra cena de aniversario con mi marido. No puedo seguir recibiendo llamadas en mitad de la noche para comentar lo que has escrito ese día y así ayudarte a tener perspectiva de la trama. Ni organizar tu agenda hasta el punto de tener que recordarte cuándo ir al médico. No puedo seguir haciendo de secretaria, ayudante, amiga, enfermera, agente y hasta madre. No he tenido vacaciones en los últimos tres años…

      Frank, que había escuchado cada palabra completamente alucinado, se dio cuenta de que ella llevaba mucho, muchísimo tiempo intentando decirle todo aquello. Mientras él había sido el ser más egoísta del planeta no habiéndolo visto.

      —Tienes razón. Tómate unas vacaciones.

      —No es suficiente —dijo Ingrid cruzándose de brazos.

      —¡Claro que no! —Frank desplegó una sonrisa encantadora, y hacía tanto tiempo que no la reproducía que le dolió el gesto en el rostro—. Estaba a punto de decirte unas grandes vacaciones. Unas enormes vacaciones pagadas para ti y para John donde queráis. ¿Una semana te parece bien?

      Ingrid entrecerró los ojos.

      —No me ofendas, Frank. En una semana ni deshago la maleta.

      —¿Dos? —preguntó temiendo estar acabando con la paciencia de su ayudante.

      —Cuatro. Y antes de que intentes negociar —le advirtió levantando un dedo—, no puedes. Es eso o nada.

      —Bien… está bien. Cuatro semanas. Eres dura de pelar.

      —Por eso te soporto, pero no es todo. Tengo algunas condiciones más, porque no quiero regresar y que todo vuelva a ser como ahora.

      —Ya sé por dónde vas y no, repito, no voy a contratar a un nuevo agente.

      —Pues entonces tendrás que contratar a una nueva ayudante. Y suerte con eso, porque no creo que nadie más te aguante como lo he hecho yo. —Volvió a girarse dispuesta a marcharse.

      —¡Por Dios, Ingrid! ¿Qué quieres, que me arrodille? —Su tono sonó casi roto y lleno de súplica.

      La mujer se acercó a él para decirle en tono confidente:

      —No, Frank, quiero que lo superes de una vez. Quiero que vuelvas a casa, quiero que dejes de enterrar la cabeza en la tierra y que organices tu vida. Y sí, eso incluye contratar a un nuevo agente.

      Frank apretó las mandíbulas, con fuerza.

      —Señor Beckett… —Ambos oyeron a un hombre que se asomaba por la lona, con cara de apuro y angustia. Y lo entendía, llevaba un buen rato enfrentándose él solo a los fans impacientes.

      —Tranquilo, ahora mismo voy. En cuanto mi ayudante me lance un salvavidas —añadió alzando una ceja suplicante a Ingrid.

      Esta sabía que intentaba manipularla, y no iba a ceder. Aunque aquel hombre tuviese la sonrisa más bonita y la mirada más imponente de la historia. No iba a ceder, por su bien.

      —Solo tienes que decir sí a todo, y es tuyo.

      Frank resopló antes de decir:

      —Sí, de acuerdo, bruja traidora.

      —Estupendo, corre a atender a tus fans. Yo voy a encargarme de buscarte una ayudante suplente y a mi vuelta te concertaré citas con agentes. Nos vemos en cuatro semanas.

      Y antes de que pudiese parpadear dos veces, la vio darle la espalda y marcharse, despidiéndose de él con el alegre aleteo de sus dedos.

      De lo que no se había dado cuenta ninguno de los dos era de que, lejos de lo que pudiesen pensar, aquella no había sido una conversación privada. Pues detrás de una de las lonas que formaban el pasillo, unos oídos curiosos habían registrado cada palabra.

      Capítulo 4

      —¡Ingrid!

      La mujer se dio la vuelta, sorprendida, al escuchar que la llamaban ya a punto de abandonar la carpa. Su sorpresa aumentó al reconocer que se trataba de una de las chicas que acompañaban a la que se había desmayado. Frank les había dicho que podían pedirle lo que necesitasen y ella se había olvidado del tema por completo, dispuesta a marcharse lo antes posible para planificar las merecidas vacaciones que tendría con su marido. En el momento en el que se dio la vuelta, tras poner contra las cuerdas a su jefe, había empezado a imaginar los diversos y exóticos destinos que se abrían en su mente como tentadoras posibilidades. Y dichos sueños se acababan de romper. Aun así, forzó una sonrisa, girándose hacia la chica, pues ella no tenía la culpa.

      —¿Algún problema? ¿Puedo hacer algo por vosotras?

      La amplia y enigmática sonrisa que le mostró la joven la hizo fruncir el ceño.

      —La pregunta no es… ¿qué puede usted hacer por nosotras? Sino, ¿qué podemos nosotras hacer por usted? —Alzó las cejas varias veces sin menguar aquella inquietante sonrisa y temió que fuera una de esas seguidoras locas que mandaban cartas y fotos inquietantes a su jefe cada dos por tres.

      Miró a lo largo del pasillo. Solía haber personal de seguridad por todas partes. No solo la que contrataba para proteger a Frank, también estaba la del evento, pero no había nadie. Llevaba horas encontrándoselos por todas partes, y en ese momento, cuando realmente se les necesitaba, ni uno solo.

      —Mire, señorita, lo siento mucho, pero el señor Beckett no tiene citas con fans, no puedo conseguirle prendas íntimas suyas, ni que le firme ninguna parte… comprometida del cuerpo.

      —¡Señora! Que sí, que el tipo está bueno, pero no toco yo los gayumbos de un tío ni con un palito. ¡Puag! ¡Qué asco! —dijo mostrando su cara más repugnante.

      —¿No? Entonces… entonces… ¿qué quiere? —Ingrid preguntó con unas ganas enormes de terminar cuanto antes.

      —Ya se lo he dicho, voy a hacerle un favor. No es que estuviese espiándolos, pero estas lonas no proporcionan mucha intimidad, ¿sabe? Mucho menos en una conversación tan intensa como la que acaba de tener con el macizo de su jefe.

      —¿Nos ha oído?

      —Me temo que sí. Pero ha tenido usted mucha suerte, porque de entre todas las personas que podían haber sido testigos de semejante momento, y tengo que decirle, antes de nada, que ha estado usted magnífica plantándose con él… Si no llega a ser porque no quería que me pillaran la habría vitoreado y todo…

      Ingrid no daba crédito a lo que estaba oyendo. Aquella joven era una descarada. Hablaba a mucha velocidad, tanta, que daba la sensación de que solo escupía lo que pasaba por su mente, sin ordenarlo, y sin filtrarlo antes.

      —Pero ese no es el caso. Sino el hecho de que yo tengo todas las soluciones a sus problemas.

      —Mi problema ahora mismo es que me está entreteniendo y quiero marcharme cuanto antes de aquí. Estoy a punto de tomarme unas vacaciones…

      —Lo sé, y por lo que he oído muy merecidas. —Ingrid frunció los labios y se cruzó de brazos—. Pero antes tiene que encontrar una ayudante sustituta y un nuevo agente para el señor Beckett.

      —¿De eso va este numerito? ¿Quiere colarse en la vida de mi jefe siendo su nueva

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