Скачать книгу

como para poder presentarle su propuesta de representación. Hacerlo vestida de esa forma no le iba a facilitar las cosas. Quizás todo lo contrario, pues la tomaría por una loca acosadora. ¿Pero qué otra opción le había quedado? Había intentado nuevamente ponerse en contacto con Ingrid, la ayudante del escritor, con la esperanza de lograr su ansiada cita, y así poder abortar aquella locura de plan. Pero una vez más, lo único que consiguió fue una respuesta autómata recordándole que el señor Beckett era un hombre ocupado, con ningún tiempo para atender ofertas de servicios que no precisaba.

      Aquello no la desanimó, solo la devolvió a la búsqueda de dos disfraces que les permitieran pasar desapercibidas entre el grupo de fans que acudía al evento. Sabía que aquel ardid no sería suficiente para conseguir entrar. La charla previa era pública para todos los asistentes del evento, pero el encuentro con el autor era exclusivo y los afortunados participantes habían sido seleccionados tras ganar un sorteo. Por suerte contaba con Zola, su locura manifiesta y sus dotes interpretativas, para usarla como distracción una vez llegasen a la puerta. Con fortuna, montaría un numerito lo suficientemente importante para que ella pudiese colarse entre el personal de seguridad, y acceder al interior de la sala. Después tendría que esperar hasta el final de la sesión de fotos y firmas para conseguir hablar con su objetivo. El resto del plan era aún más complicado, porque una presentación seria para un cliente solía llevarle casi una hora. Y eso contando con su predisposición a firmar el contrato.

      Una de las cosas que le había enseñado Gina era la importancia de crear lazos de confianza con el autor. Había que generar intimidad, seguridad, lealtad y franqueza entre ambas partes. Y eso no se lograba en una carrera de velocidad, sino de fondo. Llevaba dedicación y tiempo, algo que ella no tenía. Se llevó una mano a la boca del estómago cuando las náuseas aumentaron.

      —¿Estás bien? —le preguntó Zola mirándola con interés—. Pareces un niño delante de un plato de acelgas.

      —Se me pasará… —Su amiga arqueó una ceja no muy convencida—. En cuanto consiga entrar, me calmaré —añadió y comenzó a hacer respiraciones lentas y profundas.

      Aumentó el ritmo cuando escuchó por los altavoces que sonaba a todo volumen la música anunciando la inminente salida del escritor. Varios cañones dispararon confeti azul, blanco y plateado sobre las cabezas de los fans que llevaban aguardando ya cincuenta largos minutos. Una pesada lona se abrió y para decepción del personal los que salieron fueron los encargados de la seguridad; dos corpulentos hombres y dos mujeres de gesto adusto, todos vestidos de escrupuloso negro. La música aumentó aún más de volumen y los fans empezaron a gritar, enfebrecidos, llevados por la emoción de estar a pocos segundos de encontrarse con su ídolo. Ella, sin embargo, sintió que tras vaciar los pulmones con la última exhalación, estos se negaban a volver a insuflar aire. No tardó en entrar en pánico, llevándose una mano al pecho se inclinó hacia delante con los ojos muy abiertos, tanto como para sentir que se iban a salir de las órbitas. A su mente llegaron las imágenes de la película Desafío Total, cuando Arnold Schwarzenegger, quedándose sin aire, casi revienta como un globo. Elevó una mano intentando llamar la atención de Zola, pero esta miraba alucinada hacia la lona, imbuida por la energía enloquecedora de los fans que ya coreaban el nombre del escritor como si se tratase de un cantante de rock. Habría alucinado al verla tan entregada a su papel de fan siguiendo a la masa, si no hubiese sentido que la vida se le escapaba de las manos. Las puntas de sus dedos llegaron a rozar el brazo de su amiga, justo antes de que todo a su alrededor comenzase a dar vueltas y una nube gris cubriese su visión. Un segundo más tarde, ya no sentía nada. Solo un profundo y oscuro vacío que la engulló, sin poder evitarlo.

      Zola escuchó un grito a su espalda y se giró para sonreír a la fan que mostraba tan buenos pulmones. Nunca imaginó que un evento literario pudiese ser tan divertido y empezaba a arrepentirse de haber aceptado ser la distracción para que Penélope entrase sola. Si aquellos locos estaban montando esa fiesta en el exterior, lo de dentro debía ser apoteósico. Sus divagaciones se detuvieron al comprobar que no era la euforia lo que hacía gritar a la chica, pues señalaba el cuerpo laxo de otra en el suelo. Abrió los ojos de par en par al darse cuenta de que la que permanecía inmóvil entre el gentío era su amiga, tan pálida como el papel. Al agacharse asustada a comprobar su estado, recibió un golpe en la espalda que casi la hizo caer sobre Penélope. E inmediatamente temió que aquellos locos la fuesen a aplastar. Porque ya no solo estaban los fans del escritor aguardando su aparición, sino muchos de los asistentes a la feria que se habían acercado a curiosear, atraídos por la música. Estiró los brazos a los lados, intentando hacer una barrera de contención y entrando en modo «Zolaneitor», puso su cara de loca y empezó a gritar a los que la rodeaban, empujándolos para alejarlos de ella, al tiempo que, con una de sus manos, tocaba las mejillas de su amiga para intentar despertarla.

      —¡Pelirroja, por favor, levanta! —le dijo con angustia justo antes de gritar a un tipo—: ¡Idiota, aléjate de ella o te hago una cara nueva! —Su rostro enfurecido hizo que el chico diese un paso atrás, inmediatamente.

      Aquellos imbéciles estaban tan metidos en su rollo que no se daban cuenta de lo que estaba pasando. Solo la chica que había gritado se agachó a su lado para intentar ayudarla. La vio tomarle el pulso y después posar una mano en su frente e inclinarse delante de su rostro. Zola registró cada uno de sus movimientos, sorprendida.

      —Se ha desmayado, pero respira. Se pondrá bien, pero hay que sacarla de aquí antes de que le hagan daño —le dijo resuelta.

      La friki disfrazada de Daneka, la guerrera de la rebelión, clavó su mirada castaña en ella con intensidad y determinación, y se vio a sí misma tragando saliva, sin reaccionar a sus palabras durante varios segundos.

      —Claro… —dijo por fin, tras sacudir la cabeza—. No dejes que nadie la pise.

      Y tras aquella declaración se incorporó y empezó a silbar como el mejor de los cabreros, intentando llamar la atención del personal de seguridad que había salido de la lona.

      —¡Ayuda! ¡Mi amiga se ha desmayado! —gritó alzando los brazos con grandes aspavientos.

      Respiró con alivio cuando vio que una de las mujeres de seguridad la veía y haciendo señales a otro de sus compañeros, lo instaba a acercarse y averiguar qué pasaba. El tipo, del tamaño de un armario ropero de cuatro puertas, se abrió paso entre la gente con facilidad hasta llegar a ellas. No le dio tiempo a decirle lo que había pasado, porque la chica de los ojos castaños lo hizo por ella con resolución. El tipo, sin mutar su gesto pétreo, se agachó y tomó a Penélope del suelo, como si esta fuese una pluma.

      —Seguidme —les dijo a ellas en un tono tan grave y solemne que ninguna de las dos lo pensó dos veces antes de seguirlo a través de la gente, que había dejado de gritar, alucinada con la escena.

      Lo último que pensó Zola antes de adentrarse escoltada por otro miembro de la seguridad, que las siguió al interior de la lona hasta una sala privada, fue que su amiga, para no gustarle llamar la atención, sabía hacer las entradas más melodramáticas del mundo.

      Capítulo 3

      —¿Qué ha pasado?

      Una voz masculina las recibió en la sala. Zola y la otra chica que las acompañaba miraron al hombre que acababa de pronunciarse y, tras reconocerlo, tardaron un par de segundos en reaccionar. Inmóviles las dos, lo miraron como si fuera una ensoñación. Algo a lo que debía estar muy acostumbrado porque no pareció afectado por su repentino estado de idiotez. Lo vio acercarse a su equipo de seguridad y comenzar a hablar con ellos, mientras clavaba la vista en su amiga, que había sido depositada sobre un pequeño sofá de dos plazas colocado en el lateral de la sala. Zola miró a Penélope al saberla objeto del escrutinio del hombre al que ella tanto admiraba y no tardó en correr y, abriéndose paso entre los que la rodeaban, alargar el brazo para bajarle la faldita azul, percatándose de que esta se le había subido y por lo tanto estaba enseñando sus braguitas de Piolín, amarillo chillón. Puso los ojos en blanco antes de forzar una sonrisa exagerada dedicada al escritor que ahora la observaba a ella entornando la mirada.

      —Este

Скачать книгу