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Zahorí 1 El legado. Camila Valenzuela
Читать онлайн.Название Zahorí 1 El legado
Год выпуска 0
isbn 9789563634020
Автор произведения Camila Valenzuela
Серия Zahorí
Издательство Bookwire
—Tenemos problemas —sentenció Cayla sin bajar del caballo.
—Ciara nos llama —señaló de súbito la mujer de capa azul con la mirada clavada en el vacío—. Ciara nos necesita.
—Eso es muy cierto, lady Máira —volvió a hablar la niña—. Es menester que vengan conmigo.
—¿Qué haremos con el rito? —preguntó Síle, la mujer de capa blanca.
—Debemos partir ahora —ordenó Cayla—. Ciara reclama vuestra presencia.
Aïne, la mujer de capa verde, dio un paso hacia delante y habló a la multitud con su tono de voz fuerte y equilibrado:
—Querida familia, pronto volveremos junto a ustedes. La señora del Fuego regresará con nosotras para celebrar el rito a la luna llena.
Una ráfaga de viento helado surgió desde las profundidades del bosque y un trueno retumbó en los oídos de todos los presentes. Cayla dio un grito al mismo tiempo que agitaba las riendas de su caballo. Las otras mujeres subieron a sus monturas y se perdieron en la oscuridad.
El sonido de los cascos se ahogaba en la lluvia. Las mujeres llevaban un buen rato montando y el sudor cálido de los animales se traspasaba hacia las jinetes. Las ramas de los árboles se sacudían de un lado a otro y ráfagas de viento helado se colaban entre sus capas. Entonces, cuando ya empezaban a sentir dolor en las piernas, Cayla se detuvo y descendió de su caballo frente a la entrada de la caverna.
—Síganme —les pidió a las tres mujeres.
Entraron por el mismo pasillo angosto y oscuro que la niña había transitado horas antes. Al fondo era posible vislumbrar una luz tenue en la penumbra. Sus paredes estaban caladas por la humedad y por ellas se deslizaban gotas que replicaban su sonido como un canto solitario. Era lo único que escuchaban. Traspasaron el camino rodeado de piedra hasta llegar a una gruta. Su centro estaba iluminado por un círculo de velas. Una mujer alta, delgada y de cabellos oscuros les dio la bienvenida:
—Las estaba esperando. Fáilte.3
—¿Qué haces aquí, Ciara? —dijo Aïne, sin corresponder el saludo—. Nuestra familia nos espera.
—Las hermanas de sangre deben primar en circunstancias como estas. El resto tendrá que esperar.
Luego, con su voz fría y pausada, Ciara se dirigió a la niña:
—Cayla, ¿podrías hacernos el favor de cuidar los caballos? No queremos que se extravíen entre las sombras. Esta noche tenemos un rito importante que celebrar con nuestro pueblo.
—Por supuesto, con su permiso.
La figura de Cayla se perdió por el túnel y las cuatro mujeres quedaron solas.
—Sentí que nos llamabas, Ciara —afirmó Máira.
—Tus visiones nunca fallan —contestó y un extraño brillo centelleó en sus ojos verdes.
Instintivamente, Máira llevó ambas manos al centro de su pecho.
—¿Qué sucede? —preguntó Aïne.
—Algo dentro de mí... una sombra —comentó Máira, entre jadeos.
Luego, levantó sus ojos hacia Ciara.
—¿Quién eres? —le preguntó.
La aludida esbozó una sonrisa carente de emoción.
—Soy tu hermana, claro —respondió y luego se dirigió a las otras mujeres—. Quizás nuestra pequeña Máira necesite descansar.
—¿Te encuentras bien? —le preguntó Síle, la mujer de capa blanca.
—Lleva la oscuridad dentro de ella —contestó Máira con la vista clavada en Ciara.
Un silencio sepulcral se instauró entre ellas hasta que Ciara decidió hablar.
—Hoy las he invitado a mi guarida para celebrar el origen de una nueva era, una en la cual nuestra raza podrá contar con un verdadero reino.
—Nosotros no necesitamos un reino. Nosotros somos una familia —sentenció Aïne.
—Te equivocas, formamos parte de un linaje único. Somos las primeras, las originales. Somos las señoras de estos bosques. Nosotras no tenemos familia, tenemos un pueblo y, como tal, debe ser gobernado.
Las tres mujeres se miraron espantadas.
—Quiere ser reina —comentó horrorizada Máira—. Nuestra hermana murió el día en que se cansó de ser la señora del Fuego. Ahora, esta extraña lo quiere todo.
Ciara no escuchó más palabras. Levantó ambos brazos y llevó su cabeza hacia atrás. Instantáneamente, el fuego de las velas aumentó en grandes y largas llamaradas, las cuales encerraron a las tres mujeres dentro de un círculo rojo. El calor ardía alrededor de ellas. Entonces, Ciara comenzó a recitar, una y otra vez, las mismas palabras:
—Draíochta dorcha, beatha an tine go mbaineann a thabhairt duit.4
Cuando las llamas ya alcanzaban lo más alto de la caverna, Ciara interrumpió su canto y arrojó sobre sus hermanas el líquido rojo que había fabricado Cayla. Pocos segundos después, un resplandor verde emergió desde Aïne; luego, uno de color blanco salió desde Síle y, por último, uno azul surgió de Máira. Fatigadas, las tres hermanas cayeron de rodillas. Los rayos de colores se unieron a las llamas de fuego, formando una sola luz que ingresó al cuerpo de Ciara, envolviéndola con un brillo cegador. Al cabo de unos instantes, el resplandor se apagó y Ciara volvió a abrir sus ojos: nada quedaba del verde que siempre los había caracterizado, un negro azabache y vacío los inundaba por completo.
—He aquí a su nueva reina —dictó con una voz más grave de lo normal.
—¡Nunca! —gritó desconsolada Síle.
—¡Silencio!
Ciara abrió su mano y con ese único movimiento, Síle fue expulsada hacia atrás hasta golpearse contra uno de los muros de piedra.
—Aprenderás a respetarme, si no quieres terminar consumida por el poder Oscuro.
—La única que ha sido consumida por él... eres tú —gimió Síle tirada en el suelo rocoso y húmedo.
—Dije ¡silencio!
Ciara cerró su mano en puño y la giró lentamente. Entonces, Síle levitó en círculos como si se tratara de una pluma. Cayó por segunda vez al suelo y luego fue impulsada hacia el resto de sus hermanas.
—Ustedes podrían haberse unido a mí, como lo hizo Cayla. Ella gozará de una vida eterna, llena de poder, mientras ustedes y toda su descendencia estará bajo mi yugo. Nadie será más que yo. Nadie se atreverá a mirar mis ojos. Nadie...
Súbitamente, algo se revolvió dentro de ella.
—Nadie...
Intentó hablar nuevamente, pero le fue imposible. Sentía sus pulmones comprimidos. Le ardían los ojos. Una energía invisible jalaba su piel y pensó que pronto comenzaría a desgarrarse. A romperse. A morir. Un grito desaforado, lleno de dolor, emergió desde lo más profundo de sus entrañas. No lo podía soportar. Entonces perdió el control.
—¿Qué sucede? —preguntó Síle, incorporándose del suelo.
—Supongo que nadie puede resistir tanto poder —respondió Aïne.
Ciara cayó convulsionando sobre la tierra. Tenía los ojos entornados y cada miembro de su cuerpo se movía de forma involuntaria. Se retorcía con tanta fuerza que sus huesos se rompieron lenta