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Secta. Stefan Malmström
Читать онлайн.Название Secta
Год выпуска 0
isbn 9788412272536
Автор произведения Stefan Malmström
Жанр Языкознание
Серия Off Versátil
Издательство Bookwire
Karin invitó a Luke a sentarse en el sofá.
—¿Quieres algo? ¿Café, té?
Le dijo que no.
—Te agradezco que me recibas con tan poca antelación —dijo Luke.
—Es lo menos que puedo hacer. Viktor era un paciente que tenía en gran estima.
Karin parecía una modelo del catálogo de Gudrun Sjödén. Se movía con gracia. «Todavía es guapa —pensó Luke—. De joven debió de ser preciosa». Se sentó en uno de los sillones negros.
—Normalmente solo hablo de los pacientes con sus familiares, si tengo el permiso del paciente, claro —continuó—. Pero no queda nadie vivo de la familia de Viktor, y como me contó que teníais una relación muy estrecha, haré una excepción. Seguramente estés pensando por qué no pudiste anticiparte —continuó Karin, expresando precisamente lo que obsesionaba a Luke.
—He empezado a cuestionar mi juicio —contestó Luke—. No puedo entender cómo se me pasó por alto.
—No eres el único. Yo he estado aquí sentada con Viktor durante muchos meses, hablando detalladamente sobre su vida emocional, y tampoco pude preverlo.
Se reclinó en el sillón, descansó las manos en el regazo y negó con la cabeza mientras hablaba.
—Si lo hubiera visto venir, me habría asegurado de que me visitara con más frecuencia y de que recibiera atención inmediata.
—Entiendo que todavía os veíais a menudo —dijo Luke.
—Venía dos veces al mes. Nos estuvimos viendo cada quince días durante casi un año.
—¿No te parece extraño que siguiera viniendo aquí, que invirtiera tiempo y dinero en una psicóloga, y que no te hablara de los pensamientos destructivos que tenía?
—Viktor confiaba completamente en mí —contestó Karin—. Tuvo ideas suicidas justamente después de salir del hospital, hace más de dos años. Ese es el momento más crítico para las personas con depresión. Pero lo superó, y durante el último año no dijo nada que indicara que tenía planes de este tipo.
—Nunca me habló de estos pensamientos —dijo Luke.
—La mayoría no lo hace.
—¿Pensaba en la religión? —preguntó Luke—. ¿Te contó que cuando era joven estuvo en una secta?
—Sí, pero no me dijo que eso lo afectara en la actualidad. Hasta cierto punto estaba agradecido por la experiencia, aunque lo que vivió fuera una locura. Se lo tomaba como un delirio de juventud.
Karin se acercó a Luke.
—Tú no podrías haber hecho nada, ¿lo entiendes? Te lo garantizo. Es muy usual que las personas que se suicidan lo hagan sin haber dado ninguna señal.
—Es que no lo entiendo —dijo Luke—. Estuve en su casa el sábado por la tarde, y Viktor estaba de tan buen humor… Dos días después, hace esto.
—Eso también ocurre a veces—dijo Karin—. Para algunas personas, la decisión de suicidarse es liberadora. Cuando toman la determinación, piensan que han encontrado la solución a sus problemas. Y entonces se sienten felices, por más extraño que te parezca.
Karin calló. Los dos se quedaron en silencio unos instantes.
—Lo que más me cuesta entender es por qué se llevó a su hija con él —dijo Karin después—. No encaja con la imagen que tengo de Viktor. No soy una experta en este tema, pero podría asegurar que, cuando un progenitor mata a su hijo o a su hija, suele padecer una enfermedad psicológica grave y a menudo lo hace bajo una fuerte influencia de las drogas. Sea como sea, se trata de un suceso trágico.
Suspiró y se levantó, dando por terminada la conversación.
—Cuando ocurren estas cosas, una se siente incompetente como doctora.
Luke también se levantó y le dio la mano.
—Creo que tú tampoco podrías haber hecho nada.
Karin le dio las gracias y se encaminó hacia la puerta.
—Deberías saber que Viktor valoraba muchísimo tu amistad —dijo Karin—. A menudo hablaba de ti durante las sesiones. Espero que puedas encontrar algún consuelo en ello.
Aquellas palabras volvieron a meter a Viktor en el acuario. Prefirió bajar los cinco pisos a pie. Ni siquiera se dio cuenta de que hacía un día espléndido y soleado en Karlskrona, la capital de la costa sueca.
8
Pasadas las once de la mañana, Thomas Svärd salió de la autopista E22, que unía Karlskrona y Nättraby, y se metió con el coche en el aparcamiento de Summerland, el parque acuático de Blekinge. Summerland tenía una piscina, una zona de juegos con chorros de agua, una pista de karts y castillos hinchables. Fuera había unos cien vehículos aparcados. Antes de entrar, Svärd sacó una sillita infantil del maletero y la colocó en el asiento del copiloto.
Esa mañana se había levantado pronto para teñirse la melena rubia de negro azabache. También se había repasado la barba. Cuando se miraba al espejo, le gustaba lo que veía. Sabía que era atractivo. Además, se esforzaba por estar en forma. Cada dos días salía a correr un buen rato por la isla, y los días que no corría hacía flexiones, abdominales y dominadas. Las mujeres se fijaban en él. Con su pelo oscuro y su barba de tres días, se parecía a George Clooney.
A las diez en punto entró en el Intersport del centro comercial Amiralen, en Karlskrona. Compró un gorro de paja, un bañador, una bolsa de playa, un pareo, dos flotadores de colores, una toalla de adulto y dos de niño: una con una imagen de Pipi Calzaslargas y otra de la película Cars. Luego fue a la gasolinera Statoil, de donde salió con una silla plegable de playa, gafas de sol, chucherías y la última novela negra de Jens Lapidus.
Cuando llegó a la puerta de Summerland, vestido con su camisa de lino blanca y sus bermudas azul marino, iba cargado con todas aquellas compras. La chica de la entrada era nueva. La última vez, Svärd solo había ido a comer y a mirar a los críos, pero el personal del parque reparó en él. En la entrada, se dio cuenta de que lo miraban más de lo normal, y luego la encargada le ordenó a una de las chicas que lo siguiera. Esta vez tendría que ir con más cuidado.