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sólo en la imaginación, rara vez en la realidad.En cambio, a lo largo de la vida, si nos mueve el Amor, cuánto detalle encontraremos que se puede cuidar, cuánta ocasión de hacer un pequeño servicio, cuánta contradicción −sin importancia− sabremos avalorar. Pequeñas cosas que cuestan y que se ofrecen por un motivo concreto: la Iglesia, el Papa, tus hermanos, todas las almas.Hijos míos, os lo repito una vez más: habríamos errado el camino si despreciáramos las cosas pequeñas. En este mundo todo lo grande es una suma de cosas pequeñas. Que os fijéis en lo pequeño, que estéis en los detalles. No es obsesión, no es manía: es cariño, amor virginal, sentido sobrenatural en todo momento, y caridad. Sed siempre fieles en las cosas pequeñas por Amor, con rectitud de intención, sin esperar en la tierra una sonrisa, ni una mirada de agradecimiento.19Si vivís así, haréis con vuestra vida un apostolado fecundo, y mereceréis al fin del camino el elogio de Jesús: quia super pauca fuisti fidelis, super multa te constituam: intra in gaudium domini tui[18]; ya que has sido fiel en lo poco, en las cosas pequeñas, yo te entregaré lo mucho: entra en el gozo de tu Señor.Nuestra vida es sencilla, ordinaria, pero si la vivís conforme a las exigencias de nuestro espíritu será a la vez heroica. No es nunca la santidad cosa mediocre, y no nos ha llamado el Señor para hacer más fácil, menos heroico, el caminar hacia Él. Nos ha llamado para que recordemos a todos que, en cualquier estado y condición, en medio de los afanes nobles de la tierra, pueden ser santos: que la santidad es cosa asequible. Y a la vez, para que proclamemos que la meta es bien alta: sed perfectos, como vuestro Padre celestial es perfecto[19]. Nuestra vida es el heroísmo de la perseverancia en lo corriente, en lo de todos los días.No es algo sin valor la vida habitual. Si hacer todos los días las mismas cosas puede parecer chato, plano, sin alicientes, es porque falta amor. Cuando hay amor, cada nuevo día tiene otro color, otra vibración, otra armonía. Que hagáis todo por Amor. No nos cansemos de amar a nuestro Dios: tenemos necesidad de aprovechar todos los segundos de nuestra pobre vida para servir a todas las criaturas, por amor a Nuestro Señor, porque el tiempo de la vida mortal es siempre poco para amar, es corto como el viento que pasa[20].Alguno puede tal vez imaginar que en la vida ordinaria hay poco que ofrecer a Dios: pequeñeces, naderías. Un niño pequeño, queriendo agradar a su padre, le ofrece lo que tiene: un soldadito de plomo descabezado, un carrete sin hilo, unas piedrecitas, dos botones: todo lo que tiene de valor en sus bolsillos, sus tesoros. Y el padre no considera la puerilidad del regalo: lo agradece y estrecha al hijo contra su corazón, con inmensa ternura. Obremos así con Dios, que esas niñerías −esas pequeñeces− se hacen cosas grandes, porque es grande el amor: eso es lo nuestro, hacer heroicos por Amor los pequeños detalles de cada día, de cada instante.Humildad personal y colectiva20Seamos humildes, busquemos sólo la gloria de Dios: porque nuestra vida de entrega, callada y oculta, debe ser una constante manifestación de humildad. La humildad es el fundamento de nuestra vida, medio y condición de eficacia. La soberbia y la vanidad pueden presentar como atrayente la vocación de farol de fiesta popular, que brilla y se mueve, que está a la vista de todos; pero que, en realidad, dura sólo una noche y muere sin dejar nada tras de sí.Aspirad más bien a quemaros en un rincón, como esas lámparas que acompañan al Sagrario en la penumbra de un oratorio, eficaces a los ojos de Dios; y, sin hacer alarde, acompañad también a los hombres −vuestros amigos, vuestros colegas, vuestros parientes, ¡vuestros hermanos!− con vuestro ejemplo, con vuestra doctrina, con vuestro trabajo y con vuestra serenidad y con vuestra alegría.Vita vestra est abscondita cum Christo in Deo[21]; vivid cara a Dios, no cara a los hombres. Esa ha sido y será siempre la aspiración de la Obra: vivir sin gloria humana; y no olvidéis que, en un primer momento, me hubiera gustado incluso que la Obra no tuviera ni nombre, para que su historia la conociera sólo Dios: pero, como abominamos del secreto y queremos trabajar siempre dentro de los límites de la ley, en cada país, no podremos dejar de emplear un nombre.Esa debe ser también la aspiración de cada uno de vosotros, hijos míos: pasar inadvertidos, imitar a Cristo, que permaneció oculto treinta años siendo sencillamente el hijo del artesano[22]; imitar a María que, siendo Madre de Dios, gusta de llamarse su esclava: ecce ancilla Domini [23].21El Señor nos quiere humildes: esa humildad no significa que no lleguéis a donde debéis llegar en el terreno profesional, en el trabajo ordinario, y, desde luego, en la vida espiritual. Es preciso llegar, pero sin buscaros a vosotros mismos, con rectitud de intención. No vivimos para la tierra, ni para nuestra honra, sino para la honra de Dios, para la gloria de Dios, para el servicio de Dios: sólo esto nos mueve.Dios se ha querido servir de vosotros, de vuestra lucha por alcanzar la santidad e incluso de vuestros talentos humanos. Recordad siempre el mandato de Cristo: que brille vuestra luz ante los hombres, de manera que vean vuestras obras buenas y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos[24]. Para Él toda la gloria, todo el honor: soli Deo honor et gloria in saecula saeculorum[25], sólo a Dios hemos de dar el honor y la gloria, por los siglos sin fin.No dejéis de meditar las palabras del Apóstol: ahora bien, ¿quién es Apolo?, ¿quién es Pablo? Simples ministros de aquél en quien habéis creído, y cada uno según el don que le concedió el Señor. Yo planté, Apolo regó, pero Dios es quien ha hecho crecer. Y así ni el que planta es algo, ni el que riega, sino Dios que ha dado el incremento[26].No olvidéis que es señal de predilección divina pasar ocultos. A mí me enamora el texto del Evangelio en que San Juan, al describir un grupo de los discípulos, nos dice: hallábanse juntos Simón Pedro y Tomás, llamado Dídimo, y Natanael, que era de Caná de Galilea, y los hijos de Zebedeo, y otros dos discípulos[27]. Tengo una gran simpatía a esos dos, de los que ni siquiera se sabe el nombre, porque pasan inadvertidos. Me da una gran alegría pensar que se puede vivir toda una vida de este modo: ser apóstol, ocultarse y desaparecer. Aunque a veces cueste, es muy hermoso desaparecer: Illum oportet crescere, me autem minui[28].Conciencia de la misión divina recibida con la vocación22Hijos míos, tenemos mucho que hacer en el mundo: el Señor nos ha dado una misión divina. Desde el primer día os he invitado a agradecer esta muestra de predilección soberana, esta llamada divina en servicio de todos los hombres: Dios nos pide que el afán apostólico llene nuestros corazones, que nos olvidemos de nosotros mismos, para ocuparnos −con gustoso sacrificio− de la humanidad entera. La mayor parte de los que tienen problemas personales, los tienen por el egoísmo de pensar en sí mismos. ¡Darse, darse, darse! Darse a los demás, servir a los demás por amor de Dios: ése es el camino.Hemos de llenar de luz el mundo, porque el nuestro ha de ser un servicio hecho con alegría. Que donde haya un hijo de Dios en su Obra no falte ese buen humor, que es fruto de la paz interior. De la paz interior, y de la entrega: el darse al servicio de los demás es de tal eficacia, que Dios lo premia con una humildad llena de gozo espiritual.Nada puede producir mayor satisfacción que el llevar tantas almas a la luz y al calor de Cristo. Personas a las que nadie ha enseñado a valorar su vida corriente, para quienes lo ordinario parece vano y sin sentido, que no aciertan a comprender y a pasmarse ante esa gran verdad: Jesucristo se ha preocupado de nosotros, hasta de los más pequeños, hasta de los más insignificantes. A todas las gentes habéis de decir: también a vosotros os busca Cristo, como buscó a los primeros doce, como buscó a la mujer samaritana, como buscó a Zaqueo; como al paralítico: surge et ambula[29], levántate que el Señor te espera; como al hijo de la viuda de Naín: tibi dico, surge! [30], a ti te lo digo, levántate de tu comodidad, de tu poltronería, de tu muerte.Dios hace a algunos otra llamada −que yo amo y venero, aunque no es la mía ni la vuestra−, y les invita a salirse del mundo; pero a la gran mayoría de los cristianos los quiere en el lugar donde estaban, en su sitio, en su ambiente, en su profesión, para que sigan siendo gente corriente y a la vez luz del mundo, sal de la tierra[31].23Hijos míos, fe. Considerad lo que escribe San Pablo a los de Corinto: modicum

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