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de cambiar alguna regla porque el ejercicio será demasiado difícil para ellos y no vamos a conseguir la adaptación perseguida. Podremos optar por dejar tres toques al equipo que más problemas tenga o a los dos, si son ambos los que los tienen.

      Acabamos de ver una idea de lo que es este principio, de lo que persigue. Para conseguir la adaptación de la que ya hemos hablado es necesario obligar a los jugadores a pensar, a esforzarse. Sólo así mejorarán con el tiempo y la práctica, y, poco a poco, veremos en los partidos los frutos de este trabajo.

      Está relacionado con los principios de adaptación, progresión, variedad, individualidad, adecuación y especificidad.

      Nos dice que es necesario utilizar ejercicios que simulen todo lo posible la realidad de la competición, pero de una forma más concreta para mejorar el componente tratado y poder controlar mejor esa mejora. Sólo así habrá transferencia de lo practicado en el entrenamiento a lo realizado en el juego real.

      Los ejercicios estarán basados en situaciones factibles para los jugadores, pero no servirán de nada si después éstos no son capaces de transmitir lo que han aprendido a la hora de jugar. Si esto sucede, los entrenamientos no habrán servido para nada, por lo que habremos estado perdiendo el tiempo. De ahí viene la necesidad de utilizar ejercicios reales, es decir, cercanos a situaciones que se den en verdad en el juego.

      Es necesario conocer la capacidad de nuestros jugadores a la hora de preparar para ellos ejercicios en los que pueda haber transferencia al juego real, pues dependiendo del nivel que tengan les serán útiles o no. Así, un ejercicio cuyo objetivo es aprender a hacer la cobertura al compañero que está defendiendo al atacante que tiene el balón puede ser adecuado dependiendo de la dificultad que tenga este ejercicio con respecto a la capacidad de los jugadores para entenderlo y poder después aplicarlo.

      Hay situaciones tan rápidas en el juego que es difícil para el jugador “ver” en el momento justo lo que debe hacer para resolverlas adecuadamente. En nuestro caso la necesidad de hacer la cobertura siempre existe, pero en algunas situaciones los jugadores no la harán, simplemente porque no se han dado cuenta de que debían haberla hecho. Si yo propongo un ejercicio de cobertura simple aislado de la práctica real y quienes los ejecutan son jugadores juveniles de un nivel avanzado, estaré perdiendo el tiempo, pues no conseguiré la mejora que busco. Pero si con estos mismos jugadores realizo un ejercicio de cobertura para un nivel de División de Honor, es posible que muchos de ellos tampoco sean capaces de aprender lo que yo quiero, y mucho menos de aplicarlo después en el juego. Vemos que ejercicios de aspectos que es necesario mejorar pueden llegar a carecer de interés para los jugadores, ya sea por su simpleza o por su excesiva dificultad.

      En la figura 1 tenemos un movimiento simple de cobertura, en el que el defensor del centro acude a ayudar a un compañero que ha sido regateado hacia su posición. De una dificultad parecida sería la ayuda del cierre si el regate es por la banda (como sucede en el movimiento del cierre de la figura 2). Decimos que se trata de un movimiento sencillo porque es relativamente fácil percatarse en el juego de que el compañero necesita la ayuda, y esto es porque el compañero es desbordado hacia la zona en la que está situado el jugador que le ayuda, que por lo tanto debe acudir a esa posición.

      Vemos en la figura 1 que el defensor adelantado retrocede un poco (tiempo 1) a la vez que comienza el movimiento el atacante; de esta forma se coloca en la línea del balón y cuando se produce el regate (tiempo 2) está en disposición de acudir a la ayuda. Si desde un primer momento no hubiera hecho este movimiento de acompañar la jugada, no habría llegado a tiempo de hacer la ayuda.

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      En la figura 2 podemos observar un movimiento más complicado por parte no del cierre, que se ve afectado directamente en la jugada, como hemos comentado ya en el segundo supuesto de la figura 1, sino del defensor del lado opuesto. Éste, en un principio, no tiene responsabilidad ninguna en la jugada, ya que ésta viene del otro lado, pero la debe asumir en el momento en que el cierre abandona el centro para acudir a la ayuda (tiempo 2). En ese momento el defensor del lado opuesto debe desplazarse a la posición en la que estaba el cierre para marcar al pivote, abandonando a su oponente directo al no intervenir éste en la jugada (tiempo 2). Decimos que este movimiento de la figura 2 es más complejo porque el jugador debe intervenir en una zona de la cancha de la que en principio no es responsable al no estar el balón allí.

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      El movimiento del cierre al salir de su posición y acudir a la ayuda en la banda debe ser cerrando la línea de pase entre su par y el atacante. Al mismo tiempo, el lateral del lado contrario corre a marcar al pivote que el cierre ha dejado libre, mientras el adelantado debería acercarse por el centro, cerrando así el posible pase en diagonal al lado contrario o el regate hacia el centro del atacante.

      En la figura 3 el movimiento realizado por el jugador que hace la cobertura es sutil y muy difícil de ejecutar, sobre todo en el momento justo, pues abandona la marca de su oponente cuando éste tiene el balón, lo cual exige una gran visión del juego con anticipación y un elevado desarrollo de la atención. Si en esta situación el jugador presionara al portador del balón, también él sería seguramente desbordado, con el grave peligro de gol que esto supondría para su equipo al ser él el segundo jugador en quedar detrás del balón.

      Lo que el cierre hace para solucionar la momentánea inferioridad numérica de su equipo es interponerse en la línea que une al poseedor del balón con el que corre por el centro, y esto lo empieza a hacer en el tiempo 1, que es cuando se produce el primer pase y su compañero es desbordado en velocidad, de forma que si en el tiempo 2 hay intento de pared por parte del que era su par podrá interceptar el balón, o si éste controla y conduce por la banda estará también en condiciones de llegar a esa posición.

      Éste es un movimiento de cobertura complicado de aprender, pues exige dominar conceptos del juego que en edad juvenil muy pocos jugadores tienen desarrollados; lo veremos más detenidamente en el punto dedicado a la cobertura (12.4.10.) Por tanto, si intentamos enseñar este tipo de cobertura a nuestros jugadores, probablemente jamás consigamos de ellos la transferencia que les permita aplicar este movimiento a la hora de competir. Será necesario conocer su capacidad para saber qué ejercicios pueden servirles para progresar y cuáles les entorpecerán en su aprendizaje.

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      Con estos ejemplos vemos que los mejores ejercicios no siempre son los más específicos. Los mejores ejercicios son los más adecuados, es decir, los que pro-ducen mayor transferencia y adaptación en los jugadores en su etapa determinada de desarrollo; ésos serán los que debamos utilizar siempre que queramos mejorar.

      Es un principio enfocado al entrenamiento. Nos dice que para conseguir un objetivo prefijado en la planificación el trabajo se basará en la variedad de los ejercicios utilizados. Esto nos lo confirman la mayoría de los autores consultados, como Bayer (1992) o Sánchez y Ruiz (1997). Estos últimos nos proponen:

      “De ahí que sugiramos que los entrenamientos estén cargados de variación que incite a hacer lo mismo pero de todas las maneras posibles

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