ТОП просматриваемых книг сайта:
Zahorí II. Revelaciones. Camila Valenzuela
Читать онлайн.Название Zahorí II. Revelaciones
Год выпуска 0
isbn 9789563634037
Автор произведения Camila Valenzuela
Серия Zahorí
Издательство Bookwire
2 “Tierra, Aire y Fuego”.
3 “Agua”.
4 “Bendigan esta agua, oh dioses / Arianrhod, diosa del destino y la iniciación / protégelas con tu manto. / Dana, diosa madre, / agua del cielo y creadora de la vida / úngelas con tu benevolencia. / Ogmios, dios de la poesía y elocuencia / enséñales a comunicarse / sin odio ni rencor”.
5 “Mis hijas son tus hijas. / En la tierra hundes tus raíces, / con el aire respiran tus hojas, / en el fuego del sol encuentras la luz / y el agua te sirve de alimento. / Mis hijas son tus hijas”.
6 “De la creación a la destrucción, / y de la destrucción a la creación, / tú eres Aïne, hija de la tierra / traerás esplendor y gloria para ella”.
7 “De la creación a la destrucción, / y de la destrucción a la creación, / tú eres Síle, hija del aire / puro y musical es tu donaire. / De la creación a la destrucción, / y de la destrucción a la creación, / tú eres Ciara, hija del fuego / pequeña de cabello oscuro / serás creadora jamás destructora. / De la creación a la destrucción, / y de la destrucción a la creación, / tú eres Máira, hija del agua / mujer del mar, calma y tempestad”.
8 “He aquí, querido pueblo, a las originales: tierra, aire, fuego y agua se encuentran frente a ustedes. Ellas los guiarán y protegerán. Ellas fundarán el legado elemental. A partir de hoy, cada uno de ustedes podrá escoger uno de los cuatro caminos. Cuatro elementos, cuatro clanes. La luna será testigo de su elección”.
9 “Tengo miedo, madre”.
10 “Tranquila. Eres la hija del fuego: nadie te puede hacer daño”.
Duelo
El sol aún no salía, pero un leve tono azulado le indicaba a Marina que no faltaba mucho para el amanecer. La mañana estaba más tranquila que de costumbre y las ramas del sauce se agitaban de una forma tan suave y armónica, que parecían tocar violín. Llevaba alrededor de cuarenta minutos ahí, clavada en el mismo lugar, como si quieta pudiera descifrar el significado de sus sueños. Cinco meses habían pasado desde que conocieran la verdadera identidad de Matilde. Cinco meses desde que tenía conciencia de que una de sus hermanas solo había sido un invento macabro. Cinco meses intentando olvidar los recuerdos de toda una vida. Cinco meses desde la partida de Pedro. Cinco meses desde la última vez que Damián estuvo frente a ella. Cinco meses que parecían siglos.
No sabía nada de él desde la muerte de Pedro y Matilde, incluso a pesar de haber pasado el verano buscándolo. Había probado todo, aunque ningún intento le dio resultados positivos. Magdalena, que pasó el verano dedicada a su nuevo herbario, elaboró pociones que, supuestamente, le rebelarían a Marina el paradero de Damián a través de sus sueños; Manuela había hechizado un cuarzo para usarlo como péndulo sobre un mapa; Mercedes le ayudó a manejar su viaje astral para que pudiera abarcar distancias más amplias; Gabriel probó sentir la energía de Damián porque enviados y oscuros funcionaban como polos opuestos de un imán. Pero nada funcionó. Desapareció sin dejar huellas. Por lo menos, pensaba Marina, no existía ninguna opción de que estuviera muerto: era poderoso y una pieza fundamental en el plan del Maldito. En esa lógica se encontraba la tranquilidad y temor de su familia.
Estaba segura de que, en algún lugar de ese cuerpo poseído, una parte de él continuaba ahí, pero en todo caso, ¿qué significaba que Damián siguiera vivo? Si lograba salvarlo de la maldición que llevaba a cuestas, ¿qué clase de vida tendría luego de haber asesinado a su propio padre? Vivo o muerto, ella lo había condenado.
Ningún sonido se escuchaba a su alrededor. Era extraño, pero después de la muerte de Matilde, todo había sido silencio. Ningún ataque, ningún rastro de la elegida de fuego, a quien Manuela buscaba con la misma desesperación que ella a Damián. Si Matilde no hubiera sido la mujer que realmente era –la hija de Ciara, la traidora, la siniestra–, Marina habría creído que la naturaleza guardaba luto por ella. El silencio del mundo elemental le hizo pensar, ridículamente, que su raza velaba la muerte de su hermana. Se rio de sí misma al pensar tamaña tontera.
Era absurdo, además, que cada vez que la recordara, Matilde fuera la que viniera a su mente y no Cayla, pero no podía evitarlo: los recuerdos seguían ahí. Matilde acostada a su lado, encima de la cama de sus papás mientras veían una película. Matilde contándole alguna anécdota de su última aventura. Matilde dando consejos de amor, actuando como experta. Matilde defendiéndola de Manuela, prestándole su ropa, mostrándole música. Sabía que esos supuestos recuerdos eran ilusiones, imágenes que Cayla puso a la fuerza en su cabeza para infiltrarse en su familia, sin embargo, los sentía como reales. Mercedes les insistía que no se culparan, que no tenían cómo haber previsto una situación así. “Nosotros no conocimos a Cayla, la hija de la primera traidora de fuego, sino el amor y libertad de Matilde”, les repetía hasta el cansancio. Marina solo sentía oleadas de rabia llegar hasta ella cuando su abuela decía ese tipo de frases. Le recordaba que esa era la forma de operar de Mercedes Plass: no culparse por sus errores, no decir, no enfrentarse a la realidad. Recordar lo bueno de su estirpe, olvidar lo malo. Pero ella no podía dejar la memoria a un lado. Ella no podía endiosar un linaje maldito. ¿Cómo podía hacerlo después de pasar meses acompañada solo por el peso de la tradición, el luto y el dolor?
Hoy, sin embargo, sentía el ambiente distinto. El sol ya salía cuando comenzó a sentir el cansancio acumulado. Llevaba meses sin poder dormir y si, por alguna infusión milagrosa de Magdalena, lograba conciliar el sueño, se despertaba en la madrugada bañada en sudor. Prefería estar despierta y agotada, que ver morir a sus seres queridos, una y otra vez, en pesadillas horribles y eternas. Su padre, su madre. Pedro, Clara. Salvador, su abuelo. Muriel, su tía abuela. Matilde. Damián.
Como le era imposible volver a dormir, se daba una ducha con agua tibia y luego, silenciosa para no molestar a sus hermanas que todavía dormían en las piezas vecinas, iba directo hacia el sauce donde antes acostumbraba reunirse con Damián. El intento por sentarse en el banco que él había construido meses atrás fue en vano: el musgo lo cubría casi por completo y si se quedaba ahí, terminaría por ensuciar el uniforme del colegio. Recordaba con nitidez su primer día de clases en la Escuela Elemental de Puerto Frío, cuando llegó atrasada y con la falda teñida de paltas y tomates reventados.
Una vibración proveniente del interior de la chaqueta azul marino interrumpió sus pensamientos: el celular saltaba en su bolsillo. Lo sacó para detener la alarma que había configurado antes de salir; tenía la certeza de que, de no haberlo hecho, se habría quedado toda la mañana en el recuerdo de sus errores fatales y en la búsqueda de posibles soluciones. Las 07:00 le indicaban que ya era hora de volver a la casona para que Magdalena la llevara al colegio. El pecho se le apretó al comprender que tendría que subir a la camioneta de Pedro. Desde el cierre del año escolar, no había vuelto a entrar en ella. No sabía si podría lidiar con el olor de Pedro mezclado al de Damián. No sabía si podría resistir mirar hacia el asiento contiguo y no ver a Pedro frente al manubrio. Con un suspiro entrecortado apagó la alarma y volvió a dejar su celular dentro del bolsillo de la chaqueta, dio la vuelta y emprendió camino a la casona. Todavía se podía escuchar el canto de los pájaros y sentir el olor a pasto fresco que dejan los últimos días de verano. La vieja casa familiar se veía igual que siempre: oculta y a la vez imponente entre alerces y robles; era una más dentro del paisaje. Pese a ello, le parecía tan distinta a su primer encuentro con ella. Había pasado de recordarle a sus padres, a ser la evocación más tangible de Pedro. A la ausencia de Damián. Al engaño de Matilde. Recordó la primera vez que entró en ella: las ansias que tenía de mirar a través de los parteluces del vestíbulo, la incertidumbre de no saber qué le esperaba, la necesidad de encontrar respuestas. Jamás habría imaginado que se sentiría tan lejana a la niña que una vez fue. Era una pena, pero el paisaje que antes había simbolizado su hogar, ahora no era más que un augurio gélido e inhóspito.
El repicar del hacha que cada mañana escuchaba afuera de su pieza había sido reemplazado por el goteo