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abandono y la memoria, hasta encontrar la mágica San Andrés de Teixido, ubicándome en una vieja casona de piedra y en donde recuerdo los más bellos atardeceres de mi vida… de eso hace mucho, era demasiado joven.

      Luego llegó el Tíbet, considerando su religión y filosofía como primicia insalvable para quien desea avanzar y conocer. Cuando menos lo esperaba apareció una idea, mito o leyenda. Era una noche donde nevaba con desmesurada alegría, no recuerdo el año. Me hallaba en una montaña de la alpujarra granadina, viviendo en una cueva. Entonces un monje me relató la leyenda de Shamballa y su correspondencia con la iniciación del Kalachakra que próximamente ofrecería el Dalai Lama en Barcelona. Mi vida dio un vuelco, pues entonces comenzó esta búsqueda desesperada con otros planos y el encuentro con otras sociedades míticas como Avalon, la isla de Preste Juan, los Bienaventurados, el Dorado, la Atlántida o la isla de los Inmortales…

      Busqué hasta la obsesión, creí volverme loco, un chiflado de verdad, nada de alguien fruto de esta hiriente neurosis que nos envuelve a todos. No diré nada más, no estoy autorizado para ello. Todo cuanto relato es el fruto de un encuentro, un proceso que me llevó hasta este resultado; el hallazgo de la isla de Erde. Sus personajes llenan mi vida, entran y salen cuando les viene en gana; hemos abierto una puerta y ahora invito a quienes deseen cruzarla conmigo y aunque parezca una nimiedad lo que digo; Noru me ha otorgado el permiso para ello.

      Cómo comenzó todo… me pregunto desde esta playa. No fueron las obras de Marion Zimmer Bradley como a muchos les gustaría pensar, surgió de un relato corto llamado Monte Verita de Daphne du Maurier y quiero pensar que han sido ellas; sus sacerdotisas invisibles, las que han dirigido mi mano y pensamiento. Por lo tanto me hallo en perfecta convicción para atestiguar y dar fe que es desde Monte Verita, donde parte el relato.

      Fruto de la terapia, la historia cogió un nuevo impulso, ya que al relatar «el cuento de mi vida» hubo una especie de interrelación y aproximación con los escritos de fantasía. Cuando pasé a darme cuenta, la historia de Thyrsá había quedado estructurada dentro de mi propio relato de vida, junto con otro trabajo denominado Robinson que consistió en reescribir la obra de Defoe en primera persona, terminándose así de culminar el proceso. Todos los personajes que se describen en la obra, son reales; es decir de carne y hueso, excepto Noru que se manifestó en sueños, portando un formidable libro entre sus manos. Los lugares son reminiscencias de donde he estado, la mayoría ya no existen; «la especie», es decir el hombre, los devastó. Mi bosque desapareció junto a sus túmulos y enterramientos, esto es real y no cabe interpretación alguna. Sin embargo, tal como sucede en el relato; aún mantengo la esperanza de que retornen de nuevo. Lo mismo que sucede con la protagonista de esta historia, que sueña desde un corroído castillo que el puente se alce de nuevo y su enamorado le lleve de vuelta a casa, tan real como la vida misma. Aunque la misma escritora ya lo advierta en sus páginas:

      “Nadie vuelve una vez haya sido llamado a Monte Verita”.

      En la playa de Pedregalejo (Málaga).

      Bajo una luna creciente en las largas noches del 2017.

      CANTO I

       EN LOS DÍAS DE INFANCIA

      Algún día, dejaré de oír aullar

       esos largos olmos.

      Mi frente quedará limpia

       y las hojas suspendidas en el cielo,

       me incitarán a continuar el baile.

      Mis lágrimas de cristal

       caerán esparcidas en la tierra,

       dibujando mil fuentes inexistentes.

      La nostalgia no será eco en el mañana,

       las olas bañarán lo justo.

      Los senderos se abrirán

       mostrando sus prados y flores,

       la canción será sencilla,

       sumida por lo imperecedero.

      Las nubes no serán condena,

       ni el vacío bosque,

       ni los pastos amarillos del verano.

      Solo quedará en el pasado,

       un nombre casi borrado por el recuerdo

       y alguna perdida melodía.

      El presente habrá recuperado su espacio,

       la muerte acariciará mi cabello.

      Alargaré el brazo,

       y la sentiré cerca, muy cerca.

      Para cuando llegue ese día.

      Volver a comenzar de nuevo,

       el eterno retorno hacia lo vivido,

       el eterno retorno hacia lo amado;

       hacia mi resurrección y muerte…

      I - Thyrsá

      Los recuerdos del Castillo de la Batida

      Bajó todo el norte hacia el sur, a intentar consolidar y recuperar la hegemonía de antaño. Ya que ni tan siquiera mi hermana Eleonora, hija del Valle y del aire, lo consiguiera. Se desvaneció la luz de mi mundo, el poder del sol decreció y aunque se recuperaran los ritos y cierta disciplina, la magia de Casalún ya nunca volvió a florecer. Al igual que sucedió en el País, allá en donde se instruyeran los sabios y encantados, donde floreciera el lirio de agua y prosperara el espino; quedó este espacio desierto y mudo para siempre.

      Crucé los prados, hasta alcanzar la orilla del Ambrosía, en donde mi mirada volvió una vez más a presenciar la inimitable tonalidad del Valle.

      Me pudo la nostalgia del pasado, y tras fracasar y no encontrar aquello que buscaba, decidí subir hacia Luzbarán, la ciudad de la luz, intentando en un esfuerzo póstumo recuperar ese tiempo que ya no vuelve, esa mirada rebelde de los hombres y mujeres de antaño. Mas confieso en estos pergaminos los pormenores de mi fracaso, el esfuerzo inútil de aquel que fue mi último intento. Cuando una ya no es consciente de que no pertenece al lugar e intenta sostener aquellos instantes que justifican la trayectoria de una vida.

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