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prácticas que clásicamente fueron entendidas como culturales, sino también a las vivencias del cuerpo y de la sexualidad. Sin borrar o negar los condicionamientos y posibilidades biológicas, incorporar una perspectiva social, histórica y política que cuestione y desnaturalice la diferencia sexual que conserva la heterosexualidad obligatoria y de dominio dentro del sistema binario, dentro del dispositivo de la sexualidad que desarrolla Foucault. Butler va más allá, al entender el sexo y el género como normativos y construidos en un entramado discursivo de poder y saber en dónde anida la resistencia a las relaciones establecida y, por lo tanto, positiviza la posibilidad de cambio al interior de las mismas.

      A los fines de nuestro trabajo es de gran importancia la distinción entre naturaleza y cultura en la constitución psicosexual y la subjetivación de los géneros, pues abre la posibilidad de pensar política y analíticamente la relación que tienen las mujeres con su cuerpo: las representaciones (propias y ajenas), los cuidados y las intervenciones que se llevan a cabo sobre él. Una investigación acerca de los ejercicios actuales de la maternidad no puede deslindarse de una conceptualización afinada del cuerpo y la constitución de las subjetividades femeninas actuales que los estudios de género nos aportan junto a los desarrollos psicoanalíticos actualizados.

      Tres modelos de subjetivación de género femenino: tradicional, transicional e innovador

      Los aportes de la relación entre el psicoanálisis y los estudios de género abordan los distintos modos de constitución de la subjetividad y del sujeto psíquico en las feminidades y masculinidades. En esta línea, Burin (1998) y Meler (1994, 1998), desarrollan tres modelos de subjetivación de género femenino: 1) el modelo tradicional, 2) el modelo transicional y 3) el modelo innovador. Tajer (2009) retoma y amplía estos conceptos con los siguientes criterios: modalidad del despliegue pulsional, estructuración del narcisismo, desarrollo del yo y modalidad de la construcción de la representación psíquica del cuerpo, que conforman los pilares para el análisis y la fundamentación del trabajo clínico que se desarrolla en este libro.

      1) El modelo tradicional de subjetivación de género femenino. Se aplica a aquellas mujeres que desarrollaron sus vidas según los requerimientos de las necesidades del modelo de producción capitalista de la modernidad. Este se fundamenta en el mantenimiento de la división sexual del trabajo, que otorga a las mujeres el espacio doméstico con el fin de que el sistema productivo se sostenga. Desde este modelo se resaltan los valores de la maternidad y la conyugalidad, que conforman áreas vitales de desarrollo para estas mujeres, donde los pactos entre pares no incluyen el desempeño laboral o profesional para ellas, creando una relación asimétrica de roles y poderes. Del lado de los varones, los roles principales a cumplir son los de proveedores económicos y guardianes del capital simbólico de los hogares (Tajer, 2009, pp. 48-49). Esta representación de la feminidad tradicional no implica que todas las mujeres estuviesen fuera del campo laboral durante la Modernidad, sino que “ha sido una representación hegemónica con fuerte impacto en la conformación del ideal de estas mujeres” (Tajer, 2009, p. 50); ideales que en muchas aún hoy mantienen la fuerza de su gesta subalterizante.

      Con respecto a las modalidades de circulación libidinal, es importante tener en cuenta que en el psiquismo de las mujeres, desde la temprana infancia, se inscriben mandatos ligados a una posición de sometimiento en las relaciones de poder, que determinan privilegios para los varones –en la posición de amos– y que atribuyen a las mujeres una posición particular en la manera de desarrollar los deseos y la afectividad, tanto en el despliegue de lo erótico-amoroso como en el manejo de la hostilidad. El fin de la pulsión hostil cae bajo la represión o se vuelve contra sí misma. Estos fines pulsionales son producto de la socialización de género, cuya consecuencia es el costo de la dificultad en la diferenciación “yo-no yo”, que les complejiza la expresión de los sentimientos de rivalidad y hostilidad. Ante esta dificultad de diferenciación, sostienen vínculos de apego y dependencia. Reactivamente, esa moción “diferencial” se vuelve contra sí mismas (constitución del masoquismo) y las deja en un límite tal que las lleva muchas veces a estallar (Tajer, 2009, pp. 50-51). En el plano erótico, suelen reprimir el despliegue de la sensualidad, dado que está mal visto que una “buena mujer” exhiba todas sus “armas” de seducción. Estas modalidades desarrollan síntomas neuróticos que producen, vía la transformación del erotismo en ternura, una particular maternización del vínculo con los varones y, por desplazamiento, la erotización del vínculo materno-filial, que subsume el despliegue erótico a la procreación (Tajer, 2009, p. 51). En estas subjetividades tradicionales ligadas a determinado tipo de valores morales, los modos de realización personal no traspasan el umbral de lo doméstico y, si lo hacen mediante el trabajo asalariado, este funciona como modelo de apoyo a la economía familiar y no como valor de autonomía y de realización narcisista. La autoestima está supeditada a ser buenas madres y esposas (Tajer, 2009, p. 52). Estos modos de subjetivación las llevan a arreglos conyugales asimétricos en cuanto al poder de decisión y al valor social de las tareas que cada una/o realiza. Son eficientes en lo doméstico y en lo público y, sin embargo, reproducen modelos de buenas “asistentes” por falta de desarrollo de las habilidades que el mundo público requiere. En cuanto a la representación del cuerpo propio, las imágenes están asociadas y sostenidas en los valores sociales de belleza y juventud, que encuentran un obstáculo a la hora de mantenerse en el tiempo, en lugar de priorizar valores asociados a la salud y el autocuidado (Tajer, 2009, p. 53).

      2) El modelo transicional de subjetivación de género femenino. Se compone de mujeres que, a partir de la mitad del siglo XX, entraron de forma gradual pero masivamente al mercado laboral asalariado y que, a su vez, pudieron ingresar a los diferentes niveles de educación formal. Este proceso inscribe a las mujeres como a mitad de camino. Es decir, si bien lograron ser profesionales o trabajar en el espacio público, siguen sosteniendo pactos y acuerdos conyugales que conservan el rol reservado para los varones de ser los principales proveedores de lo económico y simbólico. Esto implica que ellas han sostenido la exigencia del modelo tradicional de mujer=madre. Dicho pacto se convierte en una clara desventaja para las mujeres a la hora de alcanzar el desarrollo profesional o laboral.

      En lo referente al despliegue pulsional, presentan conflictos asociados a sentimientos de rivalidad y competencia con las parejas, dado que hay mayor conciencia de la asimetría de poder que contienen estas relaciones.

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