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(o grupo de personajes) que apoya, protege a y colabora con el protagonista en su empeño por conseguir el objeto.

      Por regla general, la función del ayudante la desempeña otro ser humano o un grupo de seres humanos (pensemos en Sancho Panza, en el Watson de Sherlock Holmes o en la Comunidad del Anillo).

      Sin embargo, hay otros tipos de ayudantes menos convencionales en la tradición literaria. Esta función también puede ser asumida por un ser extrahumano (Atenea protegiendo a Ulises), un animal (los compañeros de Mowgli en El libro de la selva), un objeto (la piel de zapa, que en el principio de la novela de Balzac le proporciona el éxito y la fortuna al protagonista), e incluso una parte o una cualidad del propio personaje, como las «células grises» de su cerebro, a las que constantemente se refiere el detective Hércules Poirot como a un elemento autónomo dentro de él mismo, y que le proporcionan la ayuda más valiosa en el curso de sus investigaciones.

      1.3.4. El oponente

      El oponente, ya por último, es ese personaje (o grupo de personajes) que hace de obstáculo al protagonista en el afán de conseguir el objeto de su deseo.

      Sobra señalar que la función del oponente es básica para que la situación inicial («A quiere X») pase a convertirse en una historia. En efecto: en un texto narrativo hay historia, peripecia, recorrido argumental, solo en la medida en que algo, o alguien, obstaculiza el deseo del protagonista, en la medida en que el objeto deseado por él no es inmediatamente accesible porque alguna circunstancia, o algún personaje, le impide conseguirlo.

      En la conocida tragedia de Sófocles, Antígona desea enterrar a su hermano según los ritos que prescribe la tradición, pero se lo impide el tirano Creonte, que desea castigarle —incluso después de muerto— por haberse alzado contra él.

      En El Señor de los Anillos, como antes veíamos, Frodo Bolsón quiere destruir el anillo de poder que le ha sido confiado por Bilbo, pero Sauron y todos sus aliados se oponen encarnizadamente a su deseo.

      En Trópico de Capricornio, de Henry Miller, el protagonista quiere convertirse en escritor, pero este deseo entra en conflicto con lo precario de su situación social, y con el utilitarismo y la grisura de la sociedad en la que vive.

      El mismo deseo mueve al protagonista de En busca del tiempo perdido, de Marcel Proust, pero, en este caso, lo que le impide a Marcel convertirse en escritor no es algo o alguien externos, sino una parte de sí mismo, un rasgo de su carácter: la invencible falta de voluntad, que no le permite dedicar el tiempo y el esfuerzo necesarios para acercarse a su objetivo.

      Sin este obstáculo al cumplimiento del deseo no hay conflicto ni, por tanto, historia: a ello dedicaremos el segundo capítulo de este manual.

      1.4. El placer de contar

      Con lo que llevamos visto hasta ahora, podríamos tener la impresión de que la tradición literaria ha elaborado una especie de esquema, o incluso un rígido protocolo (deseo del protagonista + esquema actancial), que el escritor o la escritora que empiezan han de seguir a pies juntillas si lo que se proponen es contar una historia. Y la impresión sería falsa, porque las cosas no son así.

      No son así, ya que no se trata tanto de fórmulas o de esquemas prefijados como de los modos de representar y dar sentido a la experiencia humana vigentes en cada cultura. En nuestro entorno cultural, comprendemos lo que «nos pasa», y lo que ocurre en nuestras vidas, cuando lo elaboramos como una narración. Y en esas narraciones que hacemos sobre nosotros mismos, o sobre la realidad que nos concierne, siempre hay alguien (o algo) que nos propone un objeto de deseo y/o nos da algo para conseguirlo. Alguien para quien queremos conseguir ese objeto. Alguien (o algo) que nos ayuda. Y alguien (o algo) que se opone a que lo consigamos y que nos convierte, así, en los protagonistas de una secuencia orientada y comprensible de acontecimientos.

      Contar, narrar, es para todos nosotros una práctica usual, e incluso placentera la mayor parte de las veces. Es algo que ya hacemos de continuo en la vida común. Y, por eso, en la mayoría de los relatos que elaboramos espontáneamente se puede detectar el eje del deseo, el obstáculo al que nos enfrentamos, y el resto de los actantes que intervienen en nuestra aventura. Vamos a estudiarlo, de hecho, tomando como ejemplo una narración extremadamente sencilla, cercana en su textura a la experiencia corriente y al registro de lo coloquial, que extraemos del libro Crónicas de motel, de Sam Shepard.

      Recuerdo cuando intentaba imitar la sonrisa de Burt Lancaster después de haberle visto con Gary Cooper en Veracruz. Durante muchos días estuve practicando en el patio de atrás. Serpenteando entre las tomateras. Riéndome con todos los dientes al desnudo. Riéndome de esa risa. Alzando el labio superior para descubrir los dientes. Después de practicar esa sonrisa durante unos cuantos días intenté utilizarla ante las chicas de la escuela. Ellas no parecían ni enterarse. Forcé mi imitación hasta que empezaron a producirse extrañas reacciones entre mis compañeros. Miraban fijamente mis dientes, y asomaba a sus ojos una expresión asustada. Ya no me acordaba de lo feos que eran mis dientes. De que uno de ellos lo tenía podrido, de color pardo, y montado encima del diente roto que estaba junto a él. De hecho, había llegado a estar convencido de que poseía una hilera de perfectos y perlados dientes, como los de Burt Lancaster. Como no quería asustar a nadie, dejé de reírme en cuanto me di cuenta de lo que pasaba. Solo lo hacía cuando estaba a solas.

      Después dejé de hacerlo incluso a solas.

      Volví a mi cara vacía.

      Crónicas de motel

      Sam Shepard

      En su extrema sencillez, este microrrelato se organiza en sí mismo como una historia acabada y completa. Vemos en él, en efecto, un eje del deseo: el muchacho protagonista (sujeto) quiere conseguir la fascinante sonrisa de Burt Lancaster (objeto). Y alrededor de este eje, se organizan también los cuatro actantes de los que hemos estado hablando:

      El donante es, en esta historia, Burt Lancaster, que plantea el objeto como término del deseo del sujeto, o lo que es lo mismo: le propone indirectamente una «misión»: conseguir una sonrisa como la suya.

      El destinatario coincide con el propio protagonista (el muchacho desea esa sonrisa para sí mismo); aunque en cierta medida también podríamos considerar destinatarios a los compañeros de su escuela, puesto que en último término es para ellos, para conquistar su admiración, para lo que el protagonista desea el objeto.

      La función del ayudante la desempeñan en este caso dos cualidades del personaje que protagoniza la historia: su audacia, que le lleva a preparar y ejecutar su pantomima delante de sus compañeros; y también su inconsciencia, que previamente le ha hecho olvidar que no tiene las cualidades necesarias para una seducción como la que pretende.

      El oponente, ya por último, es también —en el texto que nos ocupa— una parte del sujeto: sus dientes dañados, que hacen imposible esa sonrisa cautivadora a la que el protagonista aspira.

      Sencilla y directa, esta pequeña historia de Sam Shepard resume —y nos muestra en acción— el procedimiento de invención argumental que hemos estado exponiendo. Vemos así cómo la narración se estructura sobre un deseo. Y vemos también —y sobre todo— cómo los actantes que orbitan alrededor de este deseo del protagonista no son una sofisticación añadida desde fuera por la teoría literaria, sino los elementos dinámicos que siempre están presentes cuando se trata de convertir un discurso escrito en una narración.

      2

       El conflicto y el cambio

      Isabel Calvo

      Todo relato debe presentar a un personaje que vive un conflicto; un obstáculo que impide la realización de su deseo; que le obliga, además, a actuar y tomar decisiones. Como consecuencia de las acciones y decisiones que tome frente a este problema, el personaje sufrirá un cambio. En todo relato —incluso en los más breves— algo tiene que haber cambiado en el protagonista entre el principio y el final de la historia.

      Entendemos por cambio que un personaje adquiera un predicado

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