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organismo es totalmente nuevo. ¿Sabía que estamos diseñados para vivir 140 años y tener 3 denticiones? Ahora bien, si nos auto-regeneramos… nos auto-reparamos… nos auto-depuramos…

      Ante todo conviene definir que entendemos por calidad de vida. Pese a que algunos la definen en base a cuestiones materiales (dinero en el banco, buena obra social, geriátrico prepago…), verdadera calidad de vida es otra cosa, basada fundamentalmente en cuatro aspectos:

       Buen nivel de natural energía física y mental

       Buen manejo del estrés

       Retardo del proceso de envejecimiento

       Ausencia de enfermedades

      Es obvio que muy pocos logran cumplir con estos parámetros y eso nos debería llevar a cuestionarnos ciertas cosas:

      ¿Por qué no estamos plenos?

      ¿Por qué vivimos menos y peor?

      ¿Por qué envejecemos más rápido?

      ¿Por qué los niños tienen problemas de viejos?

      ¿Por qué nos falta energía?

      ¿Por qué no manejamos el estrés?

      ¿Por qué creemos que la mediocridad es normal?

      ¿Por qué pensamos que la plenitud es solo para elegidos?

      ¿Por qué no confiamos en nuestra capacidad de sanarnos?

      ¿Por qué cuidamos mejor el auto que el cuerpo?

      ¿Por qué no sabemos leer, limpiar ni mantener el organismo?

      ¿Por qué limpiamos el cuerpo por fuera y no por dentro?

      ¿Por qué ponemos la calidad de vida en manos de terceros?

      ¿Por qué convivimos con enfermedades crónicas?

      ¿Por qué los problemas crónicos no se resuelven?

      ¿Por qué aumentan las afecciones degenerativas?

      ¿Por qué creemos que todo es culpa de genes, virus o estrés?

      ¿Por qué reclamamos soluciones o pastillas mágicas?

      ¿Por qué esperamos un diagnóstico grave para cambiar?

      ¿Por qué la ancianidad no se vive con dignidad?

      Alguien dijo que comprender la causa del problema es el cincuenta por ciento de la solución. Por ello es importante no equivocarnos respecto a las causas profundas de nuestros problemas crónicos y degenerativos. Sin embargo nuestro paradigma de salud nos confunde con argumentos, que a fuerza de reiterados, nos parecen incuestionables.

      Inculpar por nuestros problemas a genes, virus o estrés, por cierto no ayuda a entender por qué nos pasa lo que nos pasa. Solo estaremos confundiendo consecuencias con causas y así nunca lograremos resolver nuestros problemas crónicos. Por ello veamos brevemente en que se sustentan estas muletillas que todo lo justifican.

      ¿Pasarán las enfermedades por los cromosomas? La maravillosa inteligencia biológica que nos anima, por una sencilla cuestión de evolución y supervivencia, tiende a seleccionar lo mejor. Caso contrario, hace rato hubiésemos desaparecido como especie.

      ¿Podemos ser herederos malsanos de bisabuelos longevos? Venimos de antepasados longevos, dignos y saludables; sin embargo los “achacados” somos nosotros, sus descendientes.

      Por más que alguien tenga tendencia genética a la obesidad, sólo un estilo de vida inadecuado brindará el contexto adecuado para que tal manifestación se exprese. Lo mismo se aplica a los demás problemas endémicos de nuestra época.

      Por otra parte, si la transmisión de los males fuese genética, la generaciones pasadas deberían haber manifestado las mismas epidemias patológicas que hoy nos invaden. Sin embargo décadas atrás no había tales niveles de diabetes, cardiopatías, cánceres, alzheimer, parkinson, esclerosis múltiple, linfomas…

      Un estudio estadounidense [1] detectó la presencia de 287 químicos distintos (pesticidas, aditivos industriales, teflón…) en el cordón umbilical de niños recién nacidos: 76 producen cáncer, 94 son tóxicos para cerebro y sistema nervioso y 79 de estas sustancias causan defectos de nacimiento o desarrollo anormal. ¿Podemos achacar a la genética, los problemas de salud que manifestarán estos niños?

      No somos quienes para descartar la influencia genética. Pero sí podemos afirmar en base a experiencias, propias y ajenas, que los genes siempre necesitarán un contexto favorable para poderse expresar. Y dicho contexto lo generamos únicamente nosotros y nuestro estilo de vida.

      Los virus nunca son causa del problema, sino consecuencia. Ellos pululan en el medio ambiente e intentan, como nosotros, sobrevivir. Solo pueden instalarse, multiplicarse y hacerse fuertes, si consiguen un hospedador que los alimente, que les asegure un entorno ideal y sobre todo que no los desaloje mediante una inmunología eficiente. Todos estamos expuestos a virus, pero no todos los desarrollamos

      ¿Sabía que vivimos gracias a los microbios? Convivimos con 10 microbios por cada célula del cuerpo. Tenemos billones en los intestinos, en los conductos nasales, aferrados a los cabellos, nadando por la superficie de los ojos, taladrando el esmalte de los dientes… “Es habitual en los científicos quedarse boquiabiertos ante la complejidad, el poder y la magnitud del número de microbios que viven en nuestros cuerpos [2] ”.

       Sin los microbios, las funciones corporales no serían posibles . Vivimos gracias a ellos. Son ellos quienes digieren nuestros alimentos, quienes nos defienden de gérmenes más peligrosos, quienes reaccionan a los cambios del entorno y nos protegen… “Son partes de nuestros cuerpos de los que nos sabemos nada” confesó George Weinstock, investigador de la Universidad de Washington, en St. Louis (EEUU).

      Por ello son extremamente sensibles y cualquier alteración los afecta. Hasta el simple cambio de la marca de jabón con que nos lavamos, basta para perturbar a los 100.000 microbios que viven en cada centímetro cuadrado de nuestra piel… Un reciente estudio de la Universidad de Nueva York contabilizó la existencia de 360 tipos distintos de bacterias sobre la piel del antebrazo. Solo en la cavidad bucal se han hallado entre 500 y mil especies diversas.

      ¡Imaginemos las consecuencias de un ataque con fármacos, comparable al empleo de misiles para exterminar un hormiguero hogareño! Ejemplo: tomamos antibióticos para la angina; éstos destruyen flora benéfica del tubo digestivo, lo cual estimula el desarrollo patológico de cándidas. ¿Será necesario andar matando virus? ¡No, bastaría con no “alimentarlos”! Pero claro, recién ahora la ortodoxia médica comienza a aceptar que “solo el 5% de las infecciones causadas por virus respiratorios requiere antibióticos [3] ”.

      Los virus precisan nutrientes, entorno adecuado y una inmunología “ineficiente” que no los destruyan. Los virus siempre dependerán de este contexto favorable para poderse expresar. Y dicho contexto lo generamos únicamente nosotros.

      Es

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