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en este volumen es un acto simbólico de resistencia contra las murallas erigidas por el género y de solidaridad con los reclamos de las madres porque en esta sociedad maternar y trabajar no sean funciones opuestas.

      Pienso que en muchos momentos de mi vida he sido madre. He cuidado, querido y me he preocupado por otros (sobre todo niños) casi como lo hubiera hecho una mujer madre. Digo casi porque, como dice una autora, ser madre es una tarea que dura toda la vida; y porque parecería que hay en las hembras cierta propensión biológica a cuidar a sus crías más que los machos, resultante de la mayor inversión en la gestación y del mayor costo de reposición (De Waal, 2011; Trivers, 2013). Como sea que fuere, se trata simplemente de una ligera diferencia en la inclinación (que las circunstancias pueden exacerbar o menguar) mas no en la capacidad.

      En el libro que tenemos entre manos un grupo de mujeres madres narran el lento y acelerado, gozoso y angustiante proceso por el que aprendieron a convertirse en madres. Hay muchos puntos de encuentro entre las narraciones, pero cada una es particular. Todas son madres pero hay tantas formas de ser madre como hay mujeres que lo son. La maternidad es una y múltiple.

      Más allá de sentimentalismos y falsa cortesía, digo sin ambages: es para mí un enorme privilegio y un honor ser el único varón invitado a colaborar en este libro.

      Hace algunos años, tuve la oportunidad de entrevistar a algunas de las autoras para una investigación en la que una parte trataba del tema de este volumen. Leer sus experiencias me hizo recordar aquellas horas de entrevistas en las que me contaron situaciones y preocupaciones un tanto idénticas a las que el lector leerá en las siguientes páginas. Todas estas experiencias confirman mi idea de que ser madre trabajadora en la sociedad méxicana es un oxímoron. Las estructuras laborales y familiares están ordenadas de modo tal que a las mujeres madres les resulta sumamente complicado ingresar al trabajo remunerado. Generar ingresos o empoderarse económicamente suele ser al precio de renuncias y sacrificios personales. Aquella idea sobre las dobles o triples jornadas de trabajo de las mujeres es muestra de eso.

      Más allá de la retórica de políticos y opinólogos sobre equidad de género y el derecho de las mujeres a generar ingresos propios, la realidad es que aún imperan en las mentes (e informan las decisiones y acciones de instituciones y empresas) la vetusta creencia de que las mujeres están mejor en casa al cuidado de sus hijos que en los espacios laborales. Ejemplo de ello es la experiencia de una de las autoras sobre lo que le hacen sentir otras mujeres cuando se enteran de que trabaja fuera del hogar. La culpa que sintieron todas ellas por dejar a sus hijos pequeños en una guardería o al cuidado de otra mujer tiene que ver con esas creencias que son parte de nuestro inconsciente y de nuestra normalidad de género.

      Es difícil no sentir coraje frente a la misoginia de muchos hombres en algunos espacios de trabajo. Se suele pensar que las universidades o los espacios educativos en general son lugares que, dada su mayor flexibilidad, dificultan menos la compatibilización maternaje-trabajo. En ocasiones es así, como en el caso de una autora que eligió laborar en el sector educativo porque podría empatar las horas de sus clases con las de la escuela maternal de sus hijos. Pero también, hay el caso contrario como el de la autora de otro texto del libro que fue despedida de la universidad pública so pretexto de que su maternidad interfería con su desempeño laboral. Los misóginos están en todas partes; salvo que en los espacios académicos tienen una importante ventaja: son capaces de disimular su desprecio hacia las mujeres detrás de investigaciones sobre violencia de género o de discursos demagógicos sobre equidad de género. Eso los hace más ciegos, recalcitrantes y arrogantes.

      Para las mujeres de este libro, ser madre es la experiencia más bella que pueda existir. Pero la vida de ninguna de ellas se reduce a la maternidad. Gozan de ser madres, disfrutan ver crecer a sus hijos, exultan de gozo al verlos dar sus primeros pasos, articular sus primeras palabras, entrar a la maternal, a la primaria, y así todo lo demás. También aman ser mujeres competentes como estudiantes, profesoras o profesionales diversas. Al contrario de la creencia aún dominante, la maternidad no es una cifra de su autorrealización y, a pesar de ¿insalvables? culpas, son más plenas sirviendo a dos amos: los hijos y el trabajo. Ambos son muy exigentes; quieren tener la exclusividad en la dedicación, en la atención, en el tiempo y en la entrega. La maternidad no deja tiempo para nada más, siempre falta tiempo para ser madre, sobre todo cuando se es trabajadora remunerada. Para éstas nunca es poco el tiempo que dedican a la maternidad, pero nunca es suficiente. La mayoría de estas madres trabajadoras viven una identidad en tensión entre maternidad y trabajo. Se las arreglan para que no falte tiempo ni para generar ingresos ni para que sus hijos estén bien atendidos. Mas, ninguna se considera heroína; consideran que su experiencia es ordinaria, semejante a la de millones de mujeres mexicanas que combinan trabajo con maternaje.

      Cristina Carrasco habla de la doble presencia-ausencia que viven las madres con trabajo extradoméstico. Están presentes-ausentes en el trabajo por estar preocupadas por sus hijos que dejan al cuidado de otros y presentes-ausentes en el hogar por estar ocupadas pensando en los pendientes del trabajo. No sé qué tan cierto sea eso. De lo que sí lo estoy es que la exigencia de conciliar esas dos funciones y ser eficientes en ambas ha permitido a estas mujeres desarrollar innumerables virtudes en un grado óptimo.

      Una enseñanza fundamental de estas experiencias es que la maternidad es una actividad colectiva. La antropo-primatóloga Sarah Blaffer Hrdy (1999) afirma que la maternidad exige la complicidad de toda una red o una comunidad de apoyo. Varios de estos relatos ponen eso de relieve. Uno se pregunta cómo algunas de ellas habrían podido terminar sus estudios profesionales sin el apoyo o la complicidad activa de sus compañeros de estudio, de hermanas, tías, mamás, etc. Criar es una actividad comunitaria y cuando falta la red de apoyo, la maternidad se vuelve sumamente más agotadora.

      En un país como el nuestro, donde el apoyo público a la conciliacón familia-trabajo es residual, mucho se deja a la discrecionalidad, sensibilidad o sentido de la solidaridad de los jefes. El jefe “buena onda” permitirá que las madres que trabajan bajo su mando lleven a sus hijos a la oficina, tome horas de trabajo para asistir a festivales escolares, se ausente en caso de enfermedad, llegue más tarde o salga más temprano. Como la mayoría de quienes ocupan esos puestos son hombres, resulta que las mujeres necesitan de la autorización de los varones para sentirse plenamente madres. Desde luego, el objetivo de este libro es exponer las experiencias de algunas mujeres sobre la maternidad. El foco está puesto en las mujeres. De todos modos, no pude dejar de echar en falta la presencia de los hombres. Salvo una o dos excepciones, queda la sensación de que la complicidad de los hombres (parejas) en esas experiencias fue marginal o de menor peso que la de otras personas. Mi convicción de que el maternaje —si se entiende por tal la responsabilidad de criar, cuidar y proteger— no es tarea exclusiva de las madres y de que las madres no son necesariamente ni las únicas ni las mejores criadoras de los hijos me hace propenso a la suspicacia frente a esas ausencias.

      Según Michelle Rosaldo, las sociedades que separan rígidamente el espacio privado del espacio público son también las que vuelven la conciliación familia o maternaje-trabajo renumerado una verdadera carrera de fondo para las mujeres. La solución está en la utopía que consiste en confundir la frontera entre lo público y lo privado y en hacer del cuidado el centro de la vida social. Somos muy dados a decir que los niños son lo más importante de una sociedad; pero en los hechos se observa todo lo contrario. Como subraya una de las autoras de este libro, a menudo los niños son obligados a transformarse en adultos para poder ser niños: jugar pero en absoluto silencio, aburrirse pero sin manifestarlo, etc. Permitir que los niños sean plenamente niños en un mundo adulto o que el mundo de los adultos sea también de los niños, en esto radica quizás el principal reto de la conciliación. Porque en el mundo adulto de los niños o en el mundo niño de los adultos entenderíamos que es absolutamente ridículo otorgar sólo 45 días de “inhabilitación” laboral para las mujeres después de dar a luz y cinco días para los hombres. Tomaríamos menos en serio el mundo adulto y sus tonterías, y viviríamos menos estresados. Sólo así el cuidado de la vida de los niños, sí, pero también de los adultos, se volvería una realidad y una tarea de todos.

      Ante los tiempos que corren, no podría ser más oportuno este libro y las reflexiones que encierra. Si no todas, la mayoría de las madres que lo lean se sentirán descritas

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