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      La otra república autónoma de Georgia, Ayaria, regresó al control del poder central en 2004, cuando Saakashvili expulsó al dictador local, Aslan Abachidzé, que había gobernado la región durante diez años en una situación de virtual independencia.

      La paz de Shevardnadze

      Shevardnadze consiguió deshacerse de sus molestos aliados, que se negaban a entregar las armas, en 1995. Los zviadistas fueron finalmente derrotados y perseguidos; Gamsajurdia, que había vuelto a Mingrelia en 1993 para intentar contraatacar, fue hallado muerto en misteriosas circunstancias. El asesinato, o el suicidio, sigue sin resolverse. En los meses siguientes, los cabecillas de las milicias, Kitovani e Iosseliani, siguieron sembrando el terror por todo el país. Shevardnadze, jugando hábilmente con las rivalidades políticas, finalmente logrará acabar con ellos. Las milicias son desarmadas y, con los dos conflictos separatistas en una situación de alto el fuego, la paz se restablece a partir de 1995, al menos en las regiones centrales del país (las regiones cercanas a las zonas de conflicto viven incesantes enfrentamientos, algunas regiones se convierten de facto en autónomas, controladas por mafias o milicianos, especialmente en la montaña). En noviembre se restablece la presidencia y Shevardnadze es elegido con el 70 % de los votos.

       En los años siguientes se hicieron grandes progresos si se tiene en cuenta el caos en el que estuvo sumido el país durante cinco años. Se reforzaron las instituciones, se construyó una la legislación, la sociedad civil se desarrolló y la justicia volvió a aparecer: la democracia georgiana empezaba a nacer. Sin embargo, el equilibrio es frágil; Hubo dos intentos de asesinato contra Shevardnadze, y la delincuencia devastaba el país. Para mantener la paz, Shevardnadze creó un sistema de clientelismo basado en la corrupción de los jefes de los clanes locales para que estos mantuvieran la calma. La escala de corrupción está muy jerarquizada, de abajo hacia arriba. De hecho, si cada vez era un asunto más censurado por la incipiente oposición política, al final esta corrupción organizada tuvo el mérito de establecer el primer «consenso nacional» desde la declaración de independencia. Al final del primer mandato de Shevardnadze, en 2000, el país estaba en vías de normalización.

      Siglo XXI

      La revolución de las Rosas

      La primera reelección de Shevardnadze es criticada por los observadores internacionales por posibles fraudes. En su segundo mandato, parece que la rápida marcha de los progresos en términos de democracia se desvanece. El país se enquista en el sistema de corrupción sin que se observe una evolución. El clan Shevardnadze posee el 70 % del capital económico del país, mientras que la economía está aletargada. La impopularidad del presidente sube, se le acusa de dirigir una «odiosa camarilla de corrupción». La sociedad civil, cada vez más estructurada, se organiza y se convierte en un contrapeso político emergente.

      Al mismo tiempo, las relaciones entre Georgia y Rusia se deterioran. En plena guerra de Chechenia, Putin acusa a Shevardnadze de albergar a combatientes chechenos en el valle de Pankisi, en Kajetia, donde vive tradicionalmente la minoría kista, cercanos a los chechenos. Tiflis niega a los rusos un registro del valle y Moscú impone un régimen de visado a los ciudadanos georgianos. Georgia toma represalias y los rusos bombardean el valle. Es solo el comienzo de un empeoramiento sistemático de las relaciones diplomáticas. Además, el gobierno de Shevardnadze es prooccidental y mantiene buenas relaciones con la OTAN. Shevardnadze consigue sin duda su mejor contrato con la construcción del oleoducto Bakú-Tiflis-Ceyhan por tres mil millones de dólares.

       Georgia, que no ha resuelto sus problemas energéticos, es totalmente dependiente de Moscú, que corta los contadores cuando no se pagan las deudas. Como un rehén, el pequeño país sufre cortes de gas y electricidad todos los días. El descontento social llevará a algunos antiguos colaboradores del presidente a pasar a la oposición a partir de 2001. El joven Mijeil Saakashvili, al que Shevardnadze promovió como ministro de Justicia, funda el Movimiento Nacional Unido, partido político de centro-derecha cuyo principal objetivo es erradicar la corrupción y el nepotismo. Varias facciones se alían a él, así como el movimiento estudiantil Kmara (¡Basta!), al estilo del modelo de la oposición estudiantil serbia de Otpor, que desempeñó un papel importante en la expulsión del poder de Slobodan Milosevic. Varias organizaciones norteamericanas y europeas (como la fundación Soros, muy presente en el espacio post-soviético) apuestan por esta joven élite proamericana y prodemocrática para reemplazar al fallido régimen de Shevardnadze. La oposición del Movimiento Nacional cuenta con el apoyo de un medio de comunicación de gran importancia, la televisión Roustavi 2, y se hace oír en el Parlamento. No para de ganar popularidad.

       El 2 de noviembre de 2003, con el trasfondo de una crisis política inminente, se celebran elecciones parlamentarias. El fraude electoral cometido por el partido del Presidente, la Unión de Ciudadanos de Georgia, es evidente y denunciado por todo el mundo. La oposición protesta contra la «victoria robada» de este partido y pide a los georgianos que se sienten en las calles de Tiflis para manifestarse en calma. La crisis se estanca, las manifestaciones son cada vez más numerosas. Los líderes políticos, Saakashvili, Zurab Jvania, Nino Bourdjanazé, distribuyen panfletos y hacen discursos. La rosa se convierte en el símbolo de los insurgentes. Shevardnadze no reacciona. No cede, pero no hace intervenir a la policía. El 21 de noviembre los manifestantes entran en el Parlamento por la fuerza, Saakashvili acorrala a Shevardnadze. Este último declara el estado de emergencia, pero ambos bandos parecen decididos a evitar la violencia. El 23, Shevardnadze anuncia su dimisión. El Zorro Blanco se retira, la revolución pacífica ha triunfado.

      La primera era Saakashvili

      Con el ambiente de euforia popular, los insurgentes organizan nuevas elecciones. El 4 de enero de 2004, Mijeil Saakashvili es elegido presidente de Georgia. El nuevo poder, apoyado financieramente por Occidente y en particular por los Estados Unidos, pone rápidamente en marcha una serie de reformas eficaces que sacan al país del estancamiento. Aunque estas reformas puedan parecer básicas, normalizan en poco tiempo un país paralizado: se establece una nueva policía, no corrupta; el ejército se moderniza y será formado por oficiales occidentales; una política de privatizaciones y de captación de inversiones relanza la economía; se inicia la reconstrucción de infraestructuras viarias y urbanas (por ejemplo, se restablecen los transportes públicos). Se pone en marcha un verdadero sistema de impuestos; la electricidad y el gas pasan a ser de pago, lo que reduce la monstruosa deuda del Estado en este ámbito. En el plazo de unos meses, el presupuesto del Estado se quintuplica. El nuevo gobierno, en definitiva, remedia todos los puntos urgentes que hacían de Georgia un país «arruinado».

       Además, el joven presidente (con 36 años se convierte en el más joven de Europa) consigue detener al barón local de Ayaria, que había convertido a la república autónoma en una verdadera república bananera, y la reintegra al poder central. El control sobre las regiones difíciles, que vivían en una virtual autarquía, se consolidará en los años siguientes. Un país que casi había vuelto a caer en el feudalismo, tan solo dos años después de la Revolución de las Rosas ya había restablecido su unidad en torno al poder central.

      Sin embargo, Saakashvili fracasa en el verano de 2004 al intentar derrotar a las autoridades de Osetia del Sur, y un estallido de violencia reavivó el conflicto. Desde entonces, el restablecimiento de la integridad territorial del país se convierte en el principal caballo de batalla de Saakashvili. Las relaciones con Abjasia y Osetia del Sur se hacen cada vez más tensas. Gobiernos progeorgianos se instalan en las dos zonas de conflicto, en territorios controlados por el ejército de Georgia.

      El joven presidente se muestra cada vez más violentamente antiruso y llama constantemente a una gran unión popular a su alrededor contra una constelación demonizada de las repúblicas separatistas y del Kremlin. La retórica cada vez más musculosa de Saakashvili con Rusia y el discurso cada vez más antigeorgiano

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